El 'toque Neville' vuelve a las pantallas

El centenario del cineasta y dramaturgo madrileño reúne lo mejor de su cine y su teatro

Desde sus incontables kilos, Edgar Neville se permitió sugerir este epitafio para su tumba: "¡Lástima! Ahora que estaba en los huesos". La frase podría formar parte de lo que se llamó el toque Neville, del humor incisivo e inteligente que caracterizó al cine, el teatro y la literatura de este autor que ocultaba tras el nombre heredado de su padre inglés un aguerrido casticismo madrileño. Nacido hace un siglo (el 28 de diciembre de 1899), el conde de Berlanga del Duero, fallecido a los 68 años víctima de los problemas de su bulimia, representa uno de los capítulos más fértiles y menos reconocid...

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Desde sus incontables kilos, Edgar Neville se permitió sugerir este epitafio para su tumba: "¡Lástima! Ahora que estaba en los huesos". La frase podría formar parte de lo que se llamó el toque Neville, del humor incisivo e inteligente que caracterizó al cine, el teatro y la literatura de este autor que ocultaba tras el nombre heredado de su padre inglés un aguerrido casticismo madrileño. Nacido hace un siglo (el 28 de diciembre de 1899), el conde de Berlanga del Duero, fallecido a los 68 años víctima de los problemas de su bulimia, representa uno de los capítulos más fértiles y menos reconocidos del cine español.

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"Mientras él tenía perro, chalé, coche, piscina, amante, secretaria y mayordomo, los demás teníamos café con leche". En su artículo El dandy en la taberna (publicado en Desde la última fila. Cien años de cine, Espasa) Fernando Fernán-Gómez ("Neville me dijo que yo era feo y que por eso me había elegido como galán para su próxima película") define al cineasta y dramaturgo como un "distinguido sportman, casi extranjero, de cultura y vida internacionales, que hizo un cine de puras imágenes españolas... Era un director de cine singularísimo, raro no sólo para el público en general, sino para los aficionados, y que no se esforzó en disimular en su obra la pereza, la despreocupación y la elegante frivolidad".Hollywood

Neville se trasladó en 1929 a Washington como agregado cultural de la Embajada española. Su carrera diplomática estaba encarrilada hasta que unas vacaciones en Los Ángeles cambian su vida. "Llegué a Hollywood como turista". El deslumbramiento ante la colonia de actores y cineastas, su amistad con Charles Chaplin y Douglas Fairbanks le empujan a pedir la excendencia del cuerpo diplomático para trabajar como supervisor y redactor de diáologos para la Metro Goldwyn Mayer.

El libro de Julio Pérez Perucha El cinema de Edgar Neville recoge cómo a su regreso a España en 1932, y antes de rodar ¡Yo quiero que me lleven a Hollywood!, Neville relató: "A mi vuelta, algunos me preguntaban cosas de Hollywood, otros no me perdonaban el haber ido, y hacían como si no se hubieran enterado de la aventura que habíamos corrido todo un grupo de españoles. Pero al poco tiempo me llamó una curiosa y pintoresca señora, doña Rosario Pi, y me preguntó si tenía inconveniente en dirigir unas pruebas cinematográficas para que desfilaran unas chicas muy bonitas. Yo acepté, porque todo lo que era cine me divertía".

Es a partir de entonces cuando arranca la filmografía de este madrileño que refinó el sainete y que buscó la clase media "que toda alta comedia necesita". Un ciclo de Filmoteca Nacional recupera gran parte de una filmografía (entre 1935 y 1969 Neville escribió y dirigió 22 películas) que por primera vez también se pone en circulación en vídeo. Entre los títulos que se podrán ver están La torre de los siete jorobados (1944), Domingo de carnaval (1945), La vida en un hilo (1945), El crimen de la calle de Bordadores (1946), El marqués de Salamanca (1948), El último caballo (1950), Duende y misterio del flamenco (1952) y Mi calle (1960), entre otras.

Neville, que dejó entrar el surrealismo por las páginas de La Codorniz, despreció la pedantería ("el colmo de la imbecilidad humana", decía) y el contagioso "mal" de la retórica: "Creo que el peligro más grande del cine español en este momento es la inclinación hacia la retórica. Vemos continuamente películas, buenas en otros aspectos, en que los personajes hablan como el oráculo; en que lo que dicen es "la pura verdad"; en que su razón es siempre irrebatible... No creo que ni el teatro ni el cine sean una escuela de costumbres sociales. No creo en su ejemplaridad. Nadie es adúltero porque ha visto un adulterio en el teatro, ni nadie mata a su padre porque lo ha visto en el cine. La influencia es en cosas más sutiles y pequeñas y, desde luego, más agradables".

Neville encontró en el teatro el éxito y la popularidad que en vida jamás le dio el cine (su hoy famosísima La vida en un hilo tan sólo estuvo ocho días en cartel ante la desidia de su distribuidora) y empezó a publicar libros "delgados como lágrimas. El dandy llevaba flores a la tumba de su cinismo", escribe Fernán Gómez, que en su retrato del cineasta añade: "No le daba la espalda a la vida. Tertulias con los amigos hasta la madrugada, comidas pantagruélicas, whisky, enamoramientos imposibles, juergas flamencas, viajes a la costa, accidentes de carretera... Una amiga común me dijo con admiración: "Edgar está enamorado de la vida"; se lo comenté a un amigo y me contestó: "No, porque la derrocha".

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