Crítica:JAZZ

Cautivos felices

Los ciclos que viene organizando el sevillano Teatro Central con el apoyo de la Junta de Andalucía persiguen algo más que imponerse como un festival al uso. Cumplen también una función casi pedagógica encaminada a que el público de la ciudad y sus visitantes conozcan de inmediato lo más avanzado de la escena del jazz y otras músicas creativas. Y como declaración de principios nada mejor que arrancar con un grupo, llamado Renegade Way, que reúne a algunos de los nombres más imaginativos del momento. Los egos están tan crecidos en este colectivo que de los cuatro saxofonistas anunciados sólo lle...

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Los ciclos que viene organizando el sevillano Teatro Central con el apoyo de la Junta de Andalucía persiguen algo más que imponerse como un festival al uso. Cumplen también una función casi pedagógica encaminada a que el público de la ciudad y sus visitantes conozcan de inmediato lo más avanzado de la escena del jazz y otras músicas creativas. Y como declaración de principios nada mejor que arrancar con un grupo, llamado Renegade Way, que reúne a algunos de los nombres más imaginativos del momento. Los egos están tan crecidos en este colectivo que de los cuatro saxofonistas anunciados sólo llegaron a Sevilla tres. El cuarto, Gary Thomas, fue invitado a abandonar la banda tras propinarle un puñetazo a Steve Coleman, cabeza visible de la idea, nada más acabar un concierto en Alemania. La violencia nunca es buena solución, pero en este caso quizá sirva al menos para demostrar que la música a la manera renegada se vive de forma intensa.Este punto se comprobó en cuanto Coleman y sus dos compañeros, Ravi Coltrane (saxo tenor) y Greg Osby (saxo alto), empezaron a soplar, primero de manera especulativa y después con exultante autoridad, sobre una granítica sección rítmica.

Renegade Way

Steve Coleman y Greg Osby (saxo alto), Ravi Coltrane (saxo tenor), Anthony Tidd (bajo eléctrico) y Sean Rickman (batería). Teatro Central. Sevilla. 15 de noviembre.

M-Base

Todos y cada uno demostraron estar bien iniciados en la filosofía M-Base, movimiento surgido hace años en Nueva York para agrupar lo mejor de las músicas negras y hacerlas avanzar en bloque. Simplificando, la principal novedad de esta iniciativa crucial estriba en una renovación a fondo del aspecto rítmico, y se diría que, como ya sucedía en el bebop, quien no se sepa las nuevas reglas se queda fuera. Por razones obvias, el superego de Coleman fue el más elocuente a la hora de expresar sus convicciones. Renegado o no, tocó como ángel, henchido de ideas que fluyeron a través de una sonoridad rotunda y un fraseo pletórico de fantasías. Greg Osby, más conocido por sus discos en la onda hip-hop, pasó más desapercibido, pero aportó sólidos argumentos que justifican situarle en la categoría de improvisadores de gran clase. Ravi Coltrane supo superar el inconveniente de su relativa bisoñez como afiliado a M-Base y se mostró aplicado para honrar con humildad el apellido de su legendario padre.

Un encuentro, pues, de personalidades fuertes que cuando dialogaron a tres bandas, a través de cantos y contracantos que se entrecruzaban como centellas, resultó algo que bien se podía describir como magia. Todo apuntaba al futuro a pesar de que el quinteto basó el repertorio en antiguas joyas de la corona jazzista, como All the things you are, Easy living, Round midnight o Strode rode. Puede que la música según M-Base parezca algo esquiva de entrada, pero va calando como la lluvia fina y al final siempre hace prisioneros. Así pareció sentirse el público del repleto Teatro Central, gozosamente cautivo de una estética vehemente que termina por subyugar.

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