Crítica:CLÁSICA

'Orfeo', de Gluck y Monteverdi

La propuesta de Frühbeck de Burgos en los conciertos de la Nacional ha sido inhabitual y de gran interés: la ópera entró en el Auditorio de la mano de Orfeo. Cantor e instrumentista, el mítico tracio, no pierde vigencia a pesar de su avanzadísima edad: 26 siglos, poco más o menos. Y Frühbeck tomó dos Orfeos clave: el de Monteverdi, instaurador de la ópera como género dramático en su estructura y en los más hondos acentos de la pasión, y el de Gluck, quien, como es sabido, si no inventor, sí funcionó en la historia como gran agitador: "Un guijarro arrojado en un estanque", metaforiza Mas...

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La propuesta de Frühbeck de Burgos en los conciertos de la Nacional ha sido inhabitual y de gran interés: la ópera entró en el Auditorio de la mano de Orfeo. Cantor e instrumentista, el mítico tracio, no pierde vigencia a pesar de su avanzadísima edad: 26 siglos, poco más o menos. Y Frühbeck tomó dos Orfeos clave: el de Monteverdi, instaurador de la ópera como género dramático en su estructura y en los más hondos acentos de la pasión, y el de Gluck, quien, como es sabido, si no inventor, sí funcionó en la historia como gran agitador: "Un guijarro arrojado en un estanque", metaforiza Massimo Mila.Nos llegó Gluck en la versión de su Orfeo y Eurídice que se estrenó en Viena el año 1762; en el caso del Orfeo monteverdiano constituye estreno en Madrid la versión de Carl Orff preparada en 1925. Esto es, cuando inicia dubitativamente su aventura la recuperación de la autenticidad histórica y estilística para su edición e interpretación.

Orfeo

Orquesta y Coro Nacionales. Director: Frühbeck de Burgos. Solistas: G. Bradley, R. Morloc, E. Wottrich y B. Carmeli. Auditorio Nacional. Madrid, 12, 13 y 14 de noviembre.

Comunicación

Probablemente, Carl Orff, en su momento también persiguió la comunicación, mas lo hizo sumando su autoría a la de Monteverdi. De modo que el empeño orffiano ha de comentarse pensando en el divino Claudio y en su "colaborador" a más de tres siglos de distancia temporal. Queda ceñido este Orfeo en una unidad dramática, o melodramática para ser exactos, de una hora de duración; introduce un narrador, hace uso de la orquesta sinfónica posromántica, junto a la cual la intervención de instrumentos históricos se convierte más en anécdota erudita que en categoría auténtica. Todo esto extraña al oído actual no menos que la diferencia de espesor sonoro entre la música escuchada por una minoría mantuana en 1607 y la visión de Orff, a mitad de los años veinte del siglo que agoniza.Cierto que Monteverdi sugiere la más amplia y matizada formación instrumental conocida hasta la fecha, pero su uso es sectorial y simbólico por cuanto queda unido a determinados escenarios, acciones o afectos entonados por los protagonistas con gran flexibilidad que depende en todo momento del valor del texto y la psicología de los personajes. Que el trabajo de Orff (revisado en 1931 y 1939) tuvo fortuna y eficacia es indudable, pues su competencia artesanal queda fuera de duda, pero hoy vivimos en otro momento.

De todos modos, me parece interesante el conocimiento de la versión lograda por Frühbeck con el rigor, la brillantez y la intención clarificadora que le cualifica.

Las formaciones nacionales -coro y orquesta- trabajaron muy bien y tuvo nivel medio de calidad el cuadro de solistas, especialmente la mezzo Renée Morloc y el bajo Borís Carmelli. Un punto más bajo estuvo el tenor Endrich Wotrich, y con dominio y finos matices, la soprano Gwendolin Bradley. El éxito fue grande y más caluroso al finalizar Monteverdi que después de Gluck.

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