Tribuna:

La frontera del Imperio

En los años sesenta, con el proceso de descolonización casi terminado y todavía en plena guerra fría, se contemplaba con ánimo esperanzador los que con un eufemismo llamábamos países en vías de desarrollo. Para alcanzar un bienestar económico que permitiera a la mayor parte de la población condiciones de vida mínimamente dignas, parecía incontrovertible, no obstante las enormes diferencias culturales existentes, la occidentalización de Asia, África, incluso la de un subcontinente que, como América Latina, hacía siglos que había sido europeizado. La cuestión en litigio, tal como correspondía a ...

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En los años sesenta, con el proceso de descolonización casi terminado y todavía en plena guerra fría, se contemplaba con ánimo esperanzador los que con un eufemismo llamábamos países en vías de desarrollo. Para alcanzar un bienestar económico que permitiera a la mayor parte de la población condiciones de vida mínimamente dignas, parecía incontrovertible, no obstante las enormes diferencias culturales existentes, la occidentalización de Asia, África, incluso la de un subcontinente que, como América Latina, hacía siglos que había sido europeizado. La cuestión en litigio, tal como correspondía a un mundo dividido por dos grandes potencias con sistemas socio-económicos opuestos, era si la vía adecuada era industrializarse en un régimen de libertad económica, creando un empresariado nacional con el apoyo de inversiones extranjeras, o si ya sólo cabría un modelo estatalista, semejante al que se pensaba que se aplicaba con éxito en la URSS.La vía capitalista y la vía socialista tenían, sin embargo, en común el supuesto de que desarrollo equivalía a industrialización y el que ambas implicasen la occidentalización de estos países. La bondad respectiva de ambas rutas unos la ejemplificaban en el modelo capitalista que India había adoptado y otros en el comunismo chino. Hoy podemos decir que la superioridad de este último modelo ha quedado confirmada en el hecho, en sí mismo bastante paradójico, de que haya servido de preparación para un posterior desarrollo capitalista. Va a tener razón el viejo Haya de la Torre que consideraba el colectivismo estatalista en estos países semicoloniales, en el mejor de los casos, una etapa previa al desarrollo posterior del capitalismo.

El que la tan mentada globalización deje fuera a una parte del planeta -a la África subsahariana, a Asia central y algunas regiones de Suramérica- es una segunda paradoja que significa lo contrario de lo que el concepto da a entender, ya que ha frenado el proceso de mundialización galopante que caracterizó a guerra fría. En las décadas de los sesenta y los setenta no se dejaba un pedazo de tierra sin ocupar, ante el temor de que cayera en la zona de influencia de la potencia rival. La pugna de los bloques garantizaba la presencia mundial de África, Asia, América Latina. En cambio, el mundo globalizado de hoy que hegemoniza EE UU ha trazado una frontera entre el Imperio y un resto que queda al margen, al exigir su control más costos que beneficios. El publicista francés Rufin, al recurrir al concepto de limes, la frontera que el Imperio romano mantiene durante siglos, una vez alcanzado el máximo de su expansión, ha descrito muy acertadamente la situación.

La división tripartita de los años sesenta -el mundo capitalista desarrollado, el comunista y el que buscaba un rápido desarrollo, aplicando el uno o el otro modelo- daba pábulo a unas estrechas relaciones, fuesen de amistad o de hostilidad. En cambio, la globalización que se corresponde con un distanciamiento creciente de un norte desarrollado y un sur miserable, en el que con rapidez asombrosa aumentan las zonas inaccesibles, abandonadas a su suerte, refuerza la nueva división entre la ecumene, el mundo civilizado que se rige por un mismo sistema político y económico bajo la égida de la gran potencia imperial, al que se refiere el concepto de globalización, y el mundo de la nueva barbarie -bárbaro es el que vive al otro lado del limes- del que cada vez sabemos menos y estamos más distantes. La política de desarrollo, en la que ya nadie cree, ha degenerado en mera política humanitaria de la que se encargan iglesias y otras organizaciones no gubernamentales. El que una limpieza étnica con más de medio millón de víctimas en Ruanda no lleve a ninguna intervención, y sí una de muchísimo menor alcance en Kosovo, después de haber cerrado los ojos a lo ocurrido en Croacia, se explica por la ubicación del conflicto: en el primer caso en el corazón del sur y los otros dos en la misma frontera del Imperio que es preciso consolidar, protegiendo a los amigos y castigando a los enemigos. Las intervenciones militares en el futuro tendrán todas lugar en la zona fronteriza que divide norte y sur: el Mediterráneo, el Oriente Medio hasta Irán, México y América Central. Lo que se encuentra más al sur, no existe. Vivimos en un solo mundo global, pero que se ha achicado al desprenderse de buena parte del sur.

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