Reportaje:

Otro adiós a los niños de Ucrania

La sala de espera de las salidas internacionales del aeropuerto de Sondika presentaba ayer un peculiar aspecto. Se lo daba la presencia bulliciosa de un grupo de niños ucranios, otro, a punto de regresar a casa tras pasar el verano con una familia vasca. Más de 150 chavales, en su mayoría afectados por la radioactividad de la central nuclear de Chernóbil, esperaban la salida del vuelo que les devolvería a su país. Muchos de ellos viven a sólo 30 kilómetros de las instalaciones nucleares, es decir, en una zona de grado tres de radiación. Por esta razón todos tienen afectada la glándula tiroi...

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La sala de espera de las salidas internacionales del aeropuerto de Sondika presentaba ayer un peculiar aspecto. Se lo daba la presencia bulliciosa de un grupo de niños ucranios, otro, a punto de regresar a casa tras pasar el verano con una familia vasca. Más de 150 chavales, en su mayoría afectados por la radioactividad de la central nuclear de Chernóbil, esperaban la salida del vuelo que les devolvería a su país. Muchos de ellos viven a sólo 30 kilómetros de las instalaciones nucleares, es decir, en una zona de grado tres de radiación. Por esta razón todos tienen afectada la glándula tiroidea, ya que ingieren alimentos contaminados que se cultivan en el mismo lugar donde habitan y respiran un aire altamente radiactivo. Ludmyla y Nataliya, de 16 y 12 años respectivamente, son hermanas y los dos últimos meses han vivido con una familia en Portugalete. Es la primera vez que vienen al País Vasco y en este breve período han aprendido a defenderse en castellano e incluso chapurrean alguna palabra en euskera. Lo que más les ha gustado es la playa y la piscina: "Donde nosotras vivimos la playa está lejos y hay muy pocas piscinas". Están tristes porque se van y se muestran contrariadas ante la pregunta de si les gustaría quedarse aquí: "En parte sí y en parte, no; me gustaría vivir aquí con mis dos familias", afirma Ludmyla. Llaman "ama" a la madre de la familia con la que han convivido y hablan de sus "hermanas" cuando se refieren a los hijas de la misma familia. Han hecho muchos amigos y amigas aquí. "Y un novio", comenta Ludmyla sonrojada. La espera ha terminado y llega el momento de la despedida. "El billete en la mano", gritan las coordinadoras. Un tumulto de niños de ojos claros y suave bronceado se acumula en una cola indefinida para subir al autobús que les llevará hasta el avión, mientras dicen "agur" a las familias que les han acogido. Bullicio, tropiezos, abrazos, besos y lágrimas en medio de un jaleo de mochilas cargadas hasta reventar y de bolsas amarillas del duty free con regalos para los que les esperan. Aunque los rostros están llorosos todos saben que muchos volverán el verano que viene. "Ya hay una bolsa de familias para acoger a otros o a los mismos niños el próximo año, aunque el avión nunca viene completo porque no siempre es posible conseguir toda la documentación necesaria", comenta Araceli Prieto, presidenta de la asociación vasca Chernóbil. Esta organización, que ayuda a los niños afectados por catástrofes, es la que hace posible, desde hace cinco años, este viaje, que incluye una estancia en un hogar vasco durante dos meses. Este año han sido 125 niños de entre siete y 17 años, que normalmente tampoco tienen recursos económicos, los que han venido al País Vasco a a recuperar su salud y acumular defensas parael resto del año. Repartidos por los tres territorios de lacomunidad (85 en Vizcaya, 22 en Guipúzcoa y 18 en Álava), los niños de Chernóbil afirman haber pasado unas felices vacaciones con sus "otros parientes".

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