Tribuna:LA CRÓNICA

No queremos que Baudelaire se aburra ENRIQUE VILA-MATAS

¿Es la escultura una actividad simplona, tan brutal y positiva como la naturaleza, una actividad profundamente aburrida? Baudelaire, en su artículo Por qué es aburrida la escultura, decía que, puesto que el origen de esta actividad se pierde en la noche de los tiempos, está claro que es un arte de los caribeños. "En efecto", escribía, "podemos observar que todos los pueblos tallan muy diestramente fetiches mucho antes de abordar la pintura, que es un arte mucho más alto y de razonamiento profundo y cuyo goce mismo exige una iniciación particular". La escultura se aproxima más que la pintura ...

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¿Es la escultura una actividad simplona, tan brutal y positiva como la naturaleza, una actividad profundamente aburrida? Baudelaire, en su artículo Por qué es aburrida la escultura, decía que, puesto que el origen de esta actividad se pierde en la noche de los tiempos, está claro que es un arte de los caribeños. "En efecto", escribía, "podemos observar que todos los pueblos tallan muy diestramente fetiches mucho antes de abordar la pintura, que es un arte mucho más alto y de razonamiento profundo y cuyo goce mismo exige una iniciación particular". La escultura se aproxima más que la pintura a la naturaleza, lo que explicaría para Baudelaire que un rudo campesino o cualquier caribeño disfrute a la vista de un trozo de madera industriosamente torneado y en cambio se quede alelado, con cara de bobo eterno, por el aspecto de una hermosa pintura, que es siempre una operación del intelecto y donde manda el pintor y sólo hay un punto de vista -exclusivo y despótico- para el espectador, a diferencia de una escultura, que se puede contemplar desde cien puntos de vista, excepto el bueno. Por lo general, la escultura -algo de lo mismo creo que ha sucedido siempre con el ballet- siempre ha aburrido. "La escultura: ese arte vago e inasible", decía Borges. Basta darse una vuelta por el Museo Rodin de París y observar la cantidad de campesinas y ejecutivos del mundo de hoy que vagan entre esculturas inasibles, cual pensadores, tratando de contener sus bostezos. Y acerquémonos a Valladolid, a su Museo Nacional de Escultura, y el drama ahí aún es superior. Expertos en arte integrados en el Observatorio Cultural de esa ciudad acaban de pedir desesperados que se haga algo por el museo, que sea reformado cuanto antes. ¿Qué está sucediendo donde precisamente se halla la colección de esculturas más importante de España? Creo que Baudelaire lo tendría claro: la gente se ha cansado de aburrirse con las esculturas importantes que a duras penas disimulan su condición caribeña y lo que ahora prefiere es, por ejemplo, esculturas que fumen o que simplemente indignen o nos hagan pensar -para divertirnos- en el culo, es decir, todo menos nuevas sensaciones de tedio o gordos fantasmas del pasado. Barcelona ya está en condiciones de satisfacer a los que buscan esculturas que no aburran. Tenemos estatuas vivientes en La Rambla, esculturas que fuman. Tenemos también las que indignan y finalmente las que nos hacen pensar en el culo. Entre las que indignan, cada lector tendrá su selección. En la mía están la ultracaribeña gamba de Mariscal, el plúmbeo Botero del aeropuerto, el monumento a Francesc Macià (el escritor Roberto Bolaño dice que si los músicos peruanos tocan cada día allí es porque ven el Machu Picchu en las alucinantes escaleras de Subirachs), la chata columna de Corberó en la avenida de Tarradellas, el Avi del Barça en Les Corts, y finalmente la estatua de Antonio López en la plaza de Antonio López: un pez endogámico o la estatua de un traficante de caribeños esculpida por los seguidores del aburrido arte de los caribeños del que hablaba Baudelaire. Y están, por otro lado, las esculturas que, a diferencia de las que acabo de nombrar, son divertidas sin necesidad de ser espeluznantes: la del señor Rovira en la plaza de Rovira (magnífico confidente de todos cuantos se sientan a su lado), el libro abierto de Brossa, las airosas figuras de Joan Miró, el palomar de Tàpies en la calle de Aragó, el culo de Úrculo por supuesto, el David y Goliat de Antoni Llena en la Villa Olímpica... Precisamente estos días Llena expone en maquetas en la galería Toni Tàpies de Barcelona algunos proyectos de divertida escultura pública no realizados y que demuestran que algunos practicantes de ese arte no quieren que Baudelaire se aburra. Entre los proyectos no realizados llama la atención El fantasma, que Llena quería situar a la entrada del cementerio viejo de Lleida y que me ha llevado a pensar que tal vez haya un día en que morirse sea, como sucede hoy con algunas esculturas y con el arte en general (que se nos muere), una forma más de divertirse. El fantasma es una nada caribeña malla de acero con una frase de Franz Kafka: "Mientras los fantasmas engordan, nosotros nos morimos".

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