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MIQUEL ALBEROLA Algunos científicos tratan de averiguar si el río Segura está podrido a causa del influjo del entorno político por el que transcurren sus aguas o si lo que sucede es lo contrario: que la influencia que ejerce la contaminación del río sobre la comarca es la que propicia la corrupción que colapsa los juzgados de Orihuela. En sus complejos análisis y cálculos de valores medios tratan de establecer cuál es la causa y cuál el efecto. Y éste es un asunto muy controvertido que llega hasta el seno del Centro Superior de Investigaciones Científicas. A menudo los ríos y las ciudades por...

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MIQUEL ALBEROLA Algunos científicos tratan de averiguar si el río Segura está podrido a causa del influjo del entorno político por el que transcurren sus aguas o si lo que sucede es lo contrario: que la influencia que ejerce la contaminación del río sobre la comarca es la que propicia la corrupción que colapsa los juzgados de Orihuela. En sus complejos análisis y cálculos de valores medios tratan de establecer cuál es la causa y cuál el efecto. Y éste es un asunto muy controvertido que llega hasta el seno del Centro Superior de Investigaciones Científicas. A menudo los ríos y las ciudades por las que pasan establecen relaciones muy estrechas, quizá por eso el Turia se ha secado en Valencia. La raíz del entramado de empresas en las que se mueven familiares y amigos de cargos del PP oriolano, engordada con deliciosas contratas de confusa legalidad, penetra hasta la capa freática para hidratar su perversa estructura. Aquí es donde se produce la conexión entre el fundamento y la secuela. Sin embargo, se desconoce si es este zarzal de intereses, que brotó de los excesos urbanísticos, el que contamina al río Segura o si el agua se envenena al contacto con la raíz de estos escándalos, que se hunde a gran profundidad. El único dato solvente es que las aguas negras fluyen por el cauce del Segura y por el interior de algunos ayuntamientos, en cuyos despachos se detectan altísimos niveles de metales de gran toxicidad en suspensión. El cadmio que flota en muchos pasillos municipales es capaz de matar a un pez o de oxidar un Plan General de Ordenación Urbana en cuestión de minutos. Por eso algunas alcaldías no huelen distinto al río. La interacción es tanta que no es improbable que la Confederación Hidrográfica llegue a negar la existencia de corrupción, lo mismo que la Diputación de Alicante desmiente la contaminación del río. Se trata de lo mismo. Puede que por eso a Julio de España no le da miedo zambullirse en esas aguas. En La Vega Baja, entre un científico y un fiscal apenas queda ya diferencia, puesto que tratan de esclarecer lo mismo y coinciden en el diagnóstico de que son necesarios al menos 20 años para regenerar el río y el consistorio.

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