Tribuna

Los refugiados, esos ríos sin desembocadura

Desde hace siete años, esos ríos sin desembocadura fluyen por Europa. Por momentos, parecen secarse o desaparecer en la arena. Luego reaparecen, más profundos que antes, alejándose de sus fuentes, cambiando de dirección. En el país geográficamente más próximo a Italia, donde el destino me ha hecho nacer, observo esos fenómenos imprevistos que se reproducen: sólo el origen de los participantes cambia.Estas migraciones a la vez involuntarias y forzadas, que se creía pertenecientes al pasado de este continente, dan a este presente un aspecto aterrador: ciudades y pueblos destruidos, violencias y ...

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Desde hace siete años, esos ríos sin desembocadura fluyen por Europa. Por momentos, parecen secarse o desaparecer en la arena. Luego reaparecen, más profundos que antes, alejándose de sus fuentes, cambiando de dirección. En el país geográficamente más próximo a Italia, donde el destino me ha hecho nacer, observo esos fenómenos imprevistos que se reproducen: sólo el origen de los participantes cambia.Estas migraciones a la vez involuntarias y forzadas, que se creía pertenecientes al pasado de este continente, dan a este presente un aspecto aterrador: ciudades y pueblos destruidos, violencias y torturas, "limpieza étnica", "genocidio", "culturicidio", "memoricidio" (debimos inventar estas nuevas palabras para designarlos), innumerables vidas mutiladas y destrozadas. El sufrimiento humano no puede ser resumido.

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En el curso de la década me ha tocado acompañar primero los trenes de bosnios y de croatas de Eslavonia que se dirigía hacia Occidente. Después pude ser testigo del éxodo de los serbios de la Krajina, expulsados brutalmente por la operación Tempestad. En estos días, me he dirigido a Otranto (el acceso a Pristina nos fue prohibido) para hablar con los kosovares. No osaría contar sus relatos de la expulsión brutal que han sufrido, de su recorrido por las montañas y del cruce del Adriático en gommoni (nombre italiano de las minúsculas lanchas neumáticas), llevando a sus niños en brazos y sus bultos con todos sus bienes a la espalda. Llevan la marca de ello en sus miradas. La mayoría jamás había visto antes el mar.

Y así continúa fluyendo, este río. Está creciendo. Se espera que alcance a 400.000 personas en Kosovo. Y nosotros no hemos logrado abatir al sátrapa y a su entorno, que son los responsables. Y no podemos parar las bombas, que no caerán sólo sobre objetivos militares sino también sobre los pueblos y sus habitantes, en Belgrado o en Pristina. Y no tenemos el coraje de reconocer nuestra impotencia.

A fines de este siglo y del segundo milenio del que celebramos el Jubileo (en primer lugar en Italia, el país que ha dado sus bases a las operaciones de la OTAN), tenemos más interrogantes perturbadores que respuestas.

No es suficiente acusar a quienes dirigen el monismo arrogante del "nuevo orden mundial" que ha reemplazado el maniqueísmo insoportable del mundo de ayer.

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El río de los refugiados paga por todos nosotros.

Predag Matvejevic, escritor nacido en Bosnia-Herzegovina, de madre croata y padre ruso, es profesor de Lengua y Literatura Eslavas. Reside en Italia.

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