Crítica:CLÁSICA

La exquisitez

Bárbara Bonney centró su última actuación madrileña en el romanticismo tardío, mundo de "nostalgias, melancolías, viajes divagadores e ironía como saber de la extrañeza", como afirma Blas Matamoro en un sugerente ensayo incluido en el programa de mano. Es un mundo que Bonney contempla desde el buen gusto, la interiorización y la delicadeza. De Brahms a Wolf, de Grieg a Richard Strauss, la soprano lírica norteamericana se instaló en la exquisitez y de ahí no salió. En Grieg desplegó un encanto irresistible y con Richard Strauss alcanzó el umbral de la genialidad.Brahms fue el punto de partida ...

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Bárbara Bonney centró su última actuación madrileña en el romanticismo tardío, mundo de "nostalgias, melancolías, viajes divagadores e ironía como saber de la extrañeza", como afirma Blas Matamoro en un sugerente ensayo incluido en el programa de mano. Es un mundo que Bonney contempla desde el buen gusto, la interiorización y la delicadeza. De Brahms a Wolf, de Grieg a Richard Strauss, la soprano lírica norteamericana se instaló en la exquisitez y de ahí no salió. En Grieg desplegó un encanto irresistible y con Richard Strauss alcanzó el umbral de la genialidad.Brahms fue el punto de partida de una primera parte que desembocó en seis canciones de Grieg, expresadas por Bonney con naturalidad, gracia sutil y frescura melódica. Lo popular y lo culto convivían en la sencillez. El hechizo del canto intimista se imponía.

Bárbara Bonney

Bárbara Bonney (soprano). Con Malcolm Martineau (piano). Canciones de Brahms, Grieg, Wolf y Strauss. Ciclo de Lied. Fundación Caja Madrid. Teatro de La Zarzuela, 29 de marzo.

La categoría del pianista Malcolm Martineau emergió sobre todo a partir de Wolf. Una característica muy positiva de este ciclo de Lieder es el gran nivel de los pianistas de acompañamiento.

El dialogo voz-instrumento, palabra-música, se multiplica así con naturalidad. El Wolf de Bonney no está excesivamente intelectualizado, pero desprende una sensación de cercanía.

Al oír un buen strauss, casi como un resorte, surge para muchos espectadores el recuerdo de la soprano alemana Elisabeth Schwarzkopf. No se trata tanto de una comparación, en este caso, como de una referencia de leyenda.

Bárbara Bonney canta strauss de forma muy diferente a la Scwarzkopf. El strauss de Bonney roza la perfección. Está lleno de verdad. Los matices son ricos, el fraseo elegante, el control respiratorio exacto. Posee un desarrollo melódico y musical que envuelve en una complejidad misteriosa.

Bonney volvió en los bises a Grieg y Strauss, despidiéndose con Morgen. Lo justo para finalizar una tarde memorable.

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