49º FESTIVAL DE BERLÍN

Peckinpah

The Hy-Lo Country estuvo a punto de ser el último filme de Sam Peckinpah. Cuando éste se murió tenía ya en las manos el guión de Walon Green y trabajaba en su puesta en escena. No se puede, por insensato que sea, dejar de indagar un poco en este imposible: qué habría hecho Peckinpah con esta joya de la escritura cinematográfica. Sin la menor duda, arrancar de cuajo de la pantalla esa fotografía de spot publicitario que Frears da por buena y meter en ella otras, no muchas, pero sagradas, que éste echa fuera. Peckinpah hubiera introducido su violento odio a la violencia. En lugar de la ir...

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The Hy-Lo Country estuvo a punto de ser el último filme de Sam Peckinpah. Cuando éste se murió tenía ya en las manos el guión de Walon Green y trabajaba en su puesta en escena. No se puede, por insensato que sea, dejar de indagar un poco en este imposible: qué habría hecho Peckinpah con esta joya de la escritura cinematográfica. Sin la menor duda, arrancar de cuajo de la pantalla esa fotografía de spot publicitario que Frears da por buena y meter en ella otras, no muchas, pero sagradas, que éste echa fuera. Peckinpah hubiera introducido su violento odio a la violencia. En lugar de la ironía distante del cineasta británico, el americano habría bañado las imágenes con sarcasmos de borracho suicida. Habría puesto polvo, sudor, carne y mugre en lugar de tanta atmósfera nítida y tanto alejamiento visceral entre los dos enamorados locos. Falta en el filme, a los ojos de Peckinpah, humo de taberna, perfume de prostíbulo, ropa sucia, bulla, camino, indignación.

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