Tribuna:

Los beneficios del perdón

Resulta un terreno muy resbaladizo intentar juzgar crímenes cometidos en otros países, especialmente cuando son crímenes que se refieren a un pasado político que aconteció antes de la transición de una dictadura a una democracia. Desde este punto de vista, Chile y España son comparables en algunos aspectos. Las transiciones pacíficas hacia la democracia nunca son perfectas, pero seguramente han ofrecido un balance mucho más ecuánime que cualquier ruptura drástica con el pasado. En tales circunstancias, el anhelo de lograr la perfección en términos de justicia universal no debiera interferir co...

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Resulta un terreno muy resbaladizo intentar juzgar crímenes cometidos en otros países, especialmente cuando son crímenes que se refieren a un pasado político que aconteció antes de la transición de una dictadura a una democracia. Desde este punto de vista, Chile y España son comparables en algunos aspectos. Las transiciones pacíficas hacia la democracia nunca son perfectas, pero seguramente han ofrecido un balance mucho más ecuánime que cualquier ruptura drástica con el pasado. En tales circunstancias, el anhelo de lograr la perfección en términos de justicia universal no debiera interferir con el derecho soberano de las naciones a buscar sus propias soluciones políticas a sus propios problemas. Desde luego, siempre hay un precio político y moral a pagar cuando un país se sume trágicamente en un caos colectivo. Tal vez ya sea hora de considerar políticamente que el Gobierno democrático de Chile desea que el general Pinochet regrese a su país cuanto antes mejor, porque corresponde a la nación chilena asumir y juzgar su pasado, presente y futuro. La creciente apetencia para la fundamentación de una justicia global quizás sea el inicio de otra perspectiva o quizás una pasión transitoria. En cualquier caso, opera en un vacío legal en el que se hace muy fácil confundir los deseos con la realidad. En tales situaciones, el menor de los males probablemente consiste en enviar al ex dictador a su país para que sea juzgado por sus conciudadanos, si así deciden hacerlo.Al menos a primera vista no encaja que el juez Baltasar Garzón pidiese la extradición de Pinochet mientras el dictador Fidel Castro estaba pisando tierra española. Mutatis mutandi, resulta pura hipocresía europea conceder refugio legal al terrorista kurdo Abdullah Ocalan. Puede ser útil saber que el movimiento terrorista PKK tiene su parlamento espurio en Bélgica. Hasta hace poco, los jueces belgas no parecieron deseosos de conceder la extradición de terroristas de ETA a España.

Recapitular la experiencia española no es reiterativo a la hora de apostar por los beneficios del perdón. Sabemos que el paso de un régimen autoritario a una monarquía constitucional requiere una sabia combinación de perdón y olvido. Esa combinación ha sido muy provechosa y útil para los españoles. La nueva y la vieja España celebran en estos momentos el vigésimo aniversario de una Constitución escrita y votada después de que Franco muriese. A continuación, España se convirtió en socio de la Alianza Atlántica y en miembro de la Comunidad Europea, ahora Unión Europea.

Sabemos que no tan sólo fue un acuerdo tácito entre vencedores y vencidos de la guerra civil: la reforma política no hubiera sido practicable sin un cierto consenso entre la oposición en la clandestinidad y la nueva generación que había estado en el poder con Franco. La restauración de la monarquía fue decisiva para restringir el descontento de aquellos sectores del ejército que resentían el cambio político y el retorno de los partidos políticos, especialmente el Partido Comunista.

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Hurgar de nuevo en las heridas de la guerra civil hubiese contribuido a más turbación y sufrimiento, aunque para algunos tuvo que ser duro tragar algunos elementos simbólicos y fácticos de aquella continuidad necesaria para que la transición y la reforma prosperasen. Es un proceso que, en algunas de sus características, es equiparable a la vía chilena hacia la democracia. En Chile, la supervivencia de Pinochet y su status público son un lastre funesto, pero a la hora de hacer balance del proceso político en curso, lo garante y perentorio resulta ser la estabilidad. Regresar perpetuamente a los errores del pasado común puede convertirse en una carga en lugar de ser un acto de responsabilidad política. Otro factor para la inteligibilidad de las circunstancias actuales consiste en calibrar que el tránsito de un régimen autoritario a una democracia a menudo da mejores resultados que si se parte de un sistema totalitario, puesto que las instituciones de libre mercado ya estaban en funcionamiento, como ocurría en España y en Chile.

Queda sobre la mesa el pavoroso resarcimiento debido a las víctimas de la dictadura. Aun así, decir que al dictador Pinochet se le debiera permitir el regreso a Chile para ser juzgado es reafirmar confiadamente el compromiso que la sociedad chilena adoptó para llegar a la plena democracia por la vía de la reconciliación. Son datos históricos de una envergadura mucho más sustancial que una demanda de extradición. Llegados a este punto, la cuestión se centra en el nuevo perfil que el poder judicial está adquiriendo en Europa y en los Estados Unidos. Hemos presenciado por parte de algunos jueces el intento de confiscar franjas del poder político. Ha ocurrido en Italia; pudiera parecer que el juez Baltasar Garzón y algunos de sus colegas pretenden lo mismo en España. Es razonable aducir que algunas de tales iniciativas judiciales carecen del control democrático que es contrapeso inexcusable del poder democrático.

A veces es conveniente considerar las lecciones de la experiencia histórica y no tan sólo un vago esquema racionalista en pro de la justicia global. En la ausencia de un marco mundial acordado, la soberanía de un país democrático como Chile es algo muy serio. En estos momentos, toda la cuestión de no dejar que Pinochet regrese a su país traza un sendero errático que nadie sabe a dónde conduce. Con la excepción de algunos jueces justicieros, nadie tiene la seguridad de que ése sea el camino más adecuado para un mundo más justo. Pudiera ser el caso de un remedio peor que la enfermedad.

Valentí Puig es escritor.

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