Tribuna:

Soberanía

Los cómplices civiles y militares de la barbarie pinochetista se manifiestan por las calles de las ciudades de Chile, frente al entusiasmo moral de quienes ven al general Pinochet en su sitio: un criminal de guerra sucia en su jaula. Este tipo de personajes históricos siempre han tenido mal viajar, y tal vez por eso Franco, ya en el poder, sólo hiciera algún viaje a Portugal, país hermano nuestro y Estado hermano suyo, porque en el resto de la Tierra le esperaba el ajuste de cuentas democrático. Los jueces españoles han cumplido. Me parece que el Gobierno español no va a cumplir, porque lo po...

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Los cómplices civiles y militares de la barbarie pinochetista se manifiestan por las calles de las ciudades de Chile, frente al entusiasmo moral de quienes ven al general Pinochet en su sitio: un criminal de guerra sucia en su jaula. Este tipo de personajes históricos siempre han tenido mal viajar, y tal vez por eso Franco, ya en el poder, sólo hiciera algún viaje a Portugal, país hermano nuestro y Estado hermano suyo, porque en el resto de la Tierra le esperaba el ajuste de cuentas democrático. Los jueces españoles han cumplido. Me parece que el Gobierno español no va a cumplir, porque lo políticamente correcto es no complicar las relaciones de Estado con Chile, y la democracia chilena vive bajo libertad vigilada, una más en la geopolítica de las sociedades abiertas, abiertas hasta el toque de queda. Que Pinochet sea el responsable de la tortura, desaparición o muerte de ciudadanos españoles, con el caso Soria por delante, al parecer tiene menos valor que respetar un concepto de soberanía de provincias. En las provincias del orden global, se llamen España o Chile, la única soberanía que nos queda es proteger a nuestros matarifes. No somos soberanos ni en economía, ni en política, ni en ciencia, ni en técnica, ni en información, ni en cultura audiovisual, ni en estrategia militar, pero en represión sí. Porque ése es el cometido reservado al Estado de provincias: mantener el orden en la periferia.

Al menos, que el Gobierno español tarde 42 días en hacer uso de su prerrogativa de pedir o no pedir la extradición del anciano verdugo. Que se pudra en su jaula 42 días, pago mínimo por los miles de años y sueños que ha quitado a sus víctimas este prepotente primer cacique entre caciques militares sin piedad, sicarios del holocausto del Cono Sur, en defensa de Occidente y del precio del cobre.

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