Catástrofes
La celeridad que ayer invirtió el segundo mandamás sevillano, Alejandro Rojas-Marcos, en ocupar el asiento principal del salón de plenos fue similar a la empleada, un día antes, por muchos astigitanos para llenar la despensa de combustible. No hay como una catástrofe para conocerse a uno mismo. Entrando la ministra Aguirre por el palacio fernandino, ya saltaba Alejandro sobre su añorado sillón -un solícito ujier había anunciado el desembarco en código de signos a la alcaldesa, Soledad Becerril- para presidir el pleno. Decir que Esperanza Aguirre es una catástrofe así, de primeras, suena un pel...
La celeridad que ayer invirtió el segundo mandamás sevillano, Alejandro Rojas-Marcos, en ocupar el asiento principal del salón de plenos fue similar a la empleada, un día antes, por muchos astigitanos para llenar la despensa de combustible. No hay como una catástrofe para conocerse a uno mismo. Entrando la ministra Aguirre por el palacio fernandino, ya saltaba Alejandro sobre su añorado sillón -un solícito ujier había anunciado el desembarco en código de signos a la alcaldesa, Soledad Becerril- para presidir el pleno. Decir que Esperanza Aguirre es una catástrofe así, de primeras, suena un pelín fuerte, la verdad. Parece que por donde pisa no crece la hierba y lo único que ha hecho ha sido decapitar a Javier Clemente en el tiempo de pestañear para recolocarse el rímel. El caso es que llegó y su correligionaria, la alcaldesa, salió corriendo a recibirla como si le hubieran dado un tirón detrás de la catedral. Ahí fue cuando el segundo mandamás, ávido, se abalanzó sobre el sillón del poder. Y todo por 30 minutos de alcaldía interina: ni pensar lo que Alejandro correría por una legislatura entera. Unos mundiales de atletismo, por poner. El vertido de gasóleo en Écija, esa ciudad de siete torres, siete niños y -camino lleva- de siete catástrofes, también ha destapado el intríngulis de algunas condiciones. Se desparraman varios miles de litros de combustible río Genil abajo y el personal, lógico, transforma la necesidad en virtud, que es lo que hay que hacer cuando ocurre una catástrofe, o un tercio de catástrofe. Reacción virtuosa: recoger todo el gasóleo posible con cubos, bidones, tractores o lo que sea menester. Hasta de Marchena acudieron almas diligentes y previsoras con furgonetas, que indagaban con seriedad por la ubicación exacta del "río de gasóleo". Lo propio, vamos. No van a dedicarse a la quema de rastrojos a la vera del Genil. Tendrán que retirar los residuos y, si los residuos alimentan el motor aunque no desgraven en Hacienda -ya no era cuestión de exigir la factura- tampoco hay que hacerle ascos. Como al sillón del poder. Que llega una ministra, que no es propiamente una catástrofe, aunque se cargó a Clemente en un tris tras, y levanta a la alcaldesa. Pues eso, corres y te sientas, aunque sólo sean 30 minutos. Y lo vea la gente.