Punto de unión entre el arte radical y la política

El Gran Experimento. El término se aplica frecuentemente al arte moderno de Rusia en los años que van entre 1919 y 1927, cuando el constructivismo ruso, una de las manifestaciones más radicales de los inicios del siglo XX, fue, en todos sus intentos y propósitos, el estilo oficial del recién formado gobierno comunista.Una época en la que un puñado de artistas de vanguardia manifestaron su compromiso total con la Revolucón al grito de "¡El arte a la vida!". Sometieron la expresión personal a las necesidades utilitarias en la creencia de que el arte podía formar una nueva sociedad, diseñaron tod...

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El Gran Experimento. El término se aplica frecuentemente al arte moderno de Rusia en los años que van entre 1919 y 1927, cuando el constructivismo ruso, una de las manifestaciones más radicales de los inicios del siglo XX, fue, en todos sus intentos y propósitos, el estilo oficial del recién formado gobierno comunista.Una época en la que un puñado de artistas de vanguardia manifestaron su compromiso total con la Revolucón al grito de "¡El arte a la vida!". Sometieron la expresión personal a las necesidades utilitarias en la creencia de que el arte podía formar una nueva sociedad, diseñaron todo tipo de objetos, desde utensilios domésticos hasta monumentos públicos, hicieron películas y fotografías que se han convertido en símbolos modernistas.

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El pensamiento político radical y el arte radical parecían estar en una sintonía total, como nunca antes había sucedido. Pero, como muchos experimentos, este tuvo una corta duración y pronto fue aplastado bajo el primer Estado totalitario del siglo XX.

En 1932, el brutal régimen de Stalin impuso el realismo socialista como estilo oficial, ordenó la destrucción de las obras modernistas en los museos estatales, encarceló y llegó a ejecutar a algunos artistas y forzó a otros a la humillante postura de la "reconstrucción", que exorcisaría las tendencias que fueron llamadas formalistas, imperialistas o elitistas.

Luz y tragedia

Tener conocimiento de esta historia no es lo mismo que tener una visión de ella como la que propone el recorrido de la muestra dedicada a Rodchenko en el MOMA. En conjunto, la muestra es a la vez iluminadora, trágica y espeluznante. En general, tiene mayor interés histórico que impacto visual. Retrata a un artista resuelto y fieramente cerebral, plegado al progreso, hasta el punto de postergar lo personal en su arte dejándolo a veces hueco o demasiado ceñido a su momento. Pero si el trabajo de Rodchenko es limitado en su penetración psicológica o en el placer de lo visual (para ello se puede visitar la muestra de Bonnard en la planta inferior), su obra es tan versátil e innovadora que con solo presentar las dos primeras décadas de su carrera se abarca toda la época del constructivismo ruso.

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