Crítica:TEATRO

Un arte perdido

Tantas veces vista y leída esta obra de hace más de medio siglo (1942), aún guarda sorpresas. Y posibilidades de análisis, de consideraciones críticas, de sugerencias históricas. Algunas nacen del paso del tiempo: la sintaxis ha cambiado, las reiteraciones del diálogo son excesivas. Ejemplo: ante un personaje atónito, que debe sentir como parte del público, pasan seres asombrosos y él mismo describe lo que se está viendo: "Un hombre sin cabeza", exclama cuando vemos a un hombre sin cabeza: luego lo cuenta a otro personaje minuciosamente, paso a paso, como si no lo hubiéramos visto. Ah, pero es...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Tantas veces vista y leída esta obra de hace más de medio siglo (1942), aún guarda sorpresas. Y posibilidades de análisis, de consideraciones críticas, de sugerencias históricas. Algunas nacen del paso del tiempo: la sintaxis ha cambiado, las reiteraciones del diálogo son excesivas. Ejemplo: ante un personaje atónito, que debe sentir como parte del público, pasan seres asombrosos y él mismo describe lo que se está viendo: "Un hombre sin cabeza", exclama cuando vemos a un hombre sin cabeza: luego lo cuenta a otro personaje minuciosamente, paso a paso, como si no lo hubiéramos visto. Ah, pero este reparo ya se le hacía en su vida, y él contaba su doctrina: "Hay que decir las cosas tres veces: una, porque hay que decirla; dos, para que se entere el público; la tercera, para que se enteren los críticos". Hoy hasta los críticos se han enterado antes y advierten la reiteración.Fue uno de los hallazgos de Jardiel: las famosas escenas de antecedentes del viejo teatro de "carpintería" se convertían en sus manos en piezas nuevas y excelentes. Las explicaciones necesarias, y a veces las innecesarias, se dan de una forma original. Pensamos hoy que el teatro de disparate no se tiene que justificar, pero Jardiel no lo creía así, y creaba una lógica interna, una razón de lo irrazonable, que le funcionaba perfectamente. Viendo esta obra por primera vez, como pasa con la mayoría de espectadores -sus últimas representaciones son de 1980, por la misma directora- sigue siendo una deslumbrante carcajada; vista desde un antiguo conocimiento, permite ver la calidad artesana de Jardiel Poncela; el oficio perdido del arte de hacer teatro.

Los habitantes de la casa deshabitada

Autor: Enrique Jardiel Poncela. Intérpretes: Juan Carlos Naya, Julia Trujillo, Arturo López, Paloma Paso Jardiel, Pepe Sanz, Manuela Paso, José Carabias, Fito López, Gemma Romero, Alberto Magallares, Hugho Echadri, Manuel Gallardo. Escenografía: Gil Parrondo. Vestuario y dirección: Mara Recatero. Teatro Español, del Ayuntamiento de Madrid.

Es posible que si el arte teatral hubiera seguido por esa vía, desarollándose en sus elementos y no en la imitación a otras artes, apoyada en la situación y en la letra, todo se estimaría hoy mejor en el arte escénico. Uno de sus desarrollos fue el teatro del absurdo; uno más, la entrada del surrealismo en la escena. Jardiel, por mucho que se diga, no fue ni absurdo ni surrealista, sino un autor cómico, de la gran línea de Aristófanes y del desenfado de nuestros clásicos, y llevó el teatro un grado mas allá de donde lo estaban dejando sus inmediatos antecesores -y aún simultáneos- de la línea de Muñoz Seca.

Sobre cualquiera de estas consideraciones hay que tomar una realidad: al público le entusiasma. Los actores dan sus efectos personales a los personajes, y especialmente Sazatornil y Paloma Paso arrancan las risas del público. Gustavo Perez Puig y Mara Recatero son expertos en Jardiel; lo colocan sin ninguna modernidad, en su situación original. Tal como era lo aceptan los espectadores y le saludan, a él también, en los aplausos finales.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En