Lucien Freud disecciona la piel de sus amigos

Lucien Freud, el gran pintor británico de la figura humana, presenta sus últimos trabajos en una delicada e íntima muestra que se inauguró ayer en la Tate Gallery de Londres. Los retratos y desnudos de sus amigos y familiares, tema dominante en su medio siglo de obra pictórica, se amplían en esta ocasión para abrazar el espacio que rodea su estudio de Notting Hill Gate. Junto a su vieja silla de trabajo o una frondosa escena de su jardín posan sus hijas Bella y Esther; el desaparecido y más asiduo de sus modelos, Leigh Bowery, o, entre otros, Jerry Hall embarazada.

El nieto del psicoana...

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Lucien Freud, el gran pintor británico de la figura humana, presenta sus últimos trabajos en una delicada e íntima muestra que se inauguró ayer en la Tate Gallery de Londres. Los retratos y desnudos de sus amigos y familiares, tema dominante en su medio siglo de obra pictórica, se amplían en esta ocasión para abrazar el espacio que rodea su estudio de Notting Hill Gate. Junto a su vieja silla de trabajo o una frondosa escena de su jardín posan sus hijas Bella y Esther; el desaparecido y más asiduo de sus modelos, Leigh Bowery, o, entre otros, Jerry Hall embarazada.

El nieto del psicoanalista Sigmund Freud quiere morir con las botas puestas: «No quiero jubilarme. Espero que la pintura me mate y pintar hasta la muerte», confiesa en la entrevista que acompaña el folleto de su exposición. Prueba de ese objetivo son la veintena de óleos y los cinco aguafuertes realizados desde 1992 hasta este mismo año, que cuelgan de una sala de la Tate hasta el 26 de julio.A sus 75 años, su brocha se mueve con absoluta libertad, dotando a sus nuevos cuadros de una serenidad inusitada. Quizá es en su autorretrato, el segundo que exhibe y que él prefiere llamar «reflejos», donde se pone de manifiesto la dureza y el choque de fuerzas que caracteriza su obra. Profundas incisiones marcan la expresión de un artista reservado que evita el estrellato y al que la prensa británica llama el «ermitaño de Notting Hill Gate».

El cuerpo humano, en especial la masa de carne, sigue siendo el punto de atracción de su exquisito ojo observador, pero el resultado parece más vitalista que antaño. En su anterior gran exposición, que viajó al Reina Sofía en 1994, los modelos de Freud sugerían cuerpos yacentes, inmóviles, como esperando la muerte. Ahora, el artista sigue explorando la historia interna de sus víctimas -posar para Freud implica un compromiso mínimo de un par de años con sesiones diarias en el estudio-, pero logra transmitir una inusual sensación de equilibrio. Nadie sonríe en los más recientes cuadros de Freud, y todos los personajes aparecen con la mirada perdida, como sumergidos en su propio mundo. Louisa, de 1997-1998, parece realmente preocupada sentada en un diván. Bella, reconocida diseñadora, bien podría estar pensando en su nueva colección de ropa mientras posa para su padre. Chica en la puerta del ático transmite, en cambio, un sentimiento de felicidad o, al menos, de sosiego.

Para Freud, el ocho es un número mágico: «Mi cumpleaños cae en 8 (8 / 12 /22), siempre apuesto al ocho en la ruleta, cuando intento acordarme de números de teléfono me olvido del ocho de una forma u otra. De joven me gustaba el coche Ford V8. Y aunque nunca he pintado un ocho, a menudo utilizo lienzos que miden ocho o múltiplos de ocho», dijo alguna vez. Su obsesión reaparece en la muestra de la Tate. Mañana soleada, ocho piernas, es el título de una composición de gran formato con David Dawson, el asistente del pintor, y su perra Pluto.

De Dawson sólo se ven sus piernas, en una composición que recuerda al escenario de un crimen. «Me encantaría pensar que he capturado la escena más que componerla. Me alegré cuando John Wonnacott, cuya obra me gusta, dijo: "eres un estupendo pintor de carne, pero no sabes componer". Correcto, pensé, porque creo que coloco las cosas de una forma que no parecen románticas sino raras, de la misma manera que la vida parece rara».

Ocho meses después es el título que da a una miniatura de Jerry Hall. Freud experimenta aquí con el formato -es más propenso a las grandes escalas- y con un nuevo personaje. «Las miniaturas me dan terror, pero es más refrescante meditar sobre ideas y temas en diferentes tamaños que cambiando de medio».

Con la exposición, la Tate homenajea al artista vivo británico más cotizado -un cuadro suyo se vendió recientemente por la cifra récord de 850 millones de pesetas- y brinda una oportunidad única de ver sus últimos trabajos. Salvo un par de lienzos, el resto de la obra reciente de Freud ha pasado ya a manos privadas. Es posible también que la galería pública londinense intente compensar con esta reducida muestra un vacío en su oferta: la Tate todavía no ha montado una retrospectiva del que los británicos consideran su «más extraordinario pintor vivo».

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