Crítica:CLÁSICA

Rigor y fantasía

Cuando en 1975 el polaco de 19 años Krystian Zimerman se hizo con los grandes premios Beethoven y Chopin, su nombre se instaló en el estrellato de la nueva generación pianística. Ayer, ante un auditorio repleto, renovó su categoría interpretando justamente a Chopin y a Beethoven. Tras la contrariedad inicial de no haber podido disponer de uno de sus Steinway, tocó en el de aquí. No es malo, sino excelente, pero no es el suyo. Y esta práctica de monogamia pianística ya la practicaron otros antes que Zimerman, y basta con recordar a Benedetti.Se comprende el disgusto, mas lo cierto es que asisti...

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Cuando en 1975 el polaco de 19 años Krystian Zimerman se hizo con los grandes premios Beethoven y Chopin, su nombre se instaló en el estrellato de la nueva generación pianística. Ayer, ante un auditorio repleto, renovó su categoría interpretando justamente a Chopin y a Beethoven. Tras la contrariedad inicial de no haber podido disponer de uno de sus Steinway, tocó en el de aquí. No es malo, sino excelente, pero no es el suyo. Y esta práctica de monogamia pianística ya la practicaron otros antes que Zimerman, y basta con recordar a Benedetti.Se comprende el disgusto, mas lo cierto es que asistimos a un espléndido y aleccionador recital. Si la sonata Patética tuvo su punto máximo de concentración e intensidad en la introducción del primer tiempo (lo único realmente patético de la obra), la Walstein o Aurora podrían simplificar a la perfección el gran pianismo de hoy según la identificada ideología y la técnica de Zimerman. El piano parece huir de sí mismo en alas del Allegro con brío y también, con no escasa fantasía, en el comienzo de la Walstein, mientras el Molto adagio resultó conmocionante e interiorizado en alto grado, para dar paso a la luminosa serenidad, tan viva de palpitaciones, del Rondó.

Grandes intérpretes ("Scherzo", INAEM, Canal +) K

Zimerman. Obras de Beethoven y Chopin. Auditorio Nacional. Madrid, 25 de mayo.

La Aurora es de 1804, y una treintena de años después Chopin impone un distinto ideal sonoro, tanto en La balada en La bemol, que nos trae siempre la sombra alargada de Rubinstein, como en la Sonata en Si menor: invención generosa, cantar continuo, dolor, sentimentalismo o energía, Chopin «tira la casa por la ventana», como diría Pedrell de Albéniz. Triunfo clamoroso y tan rotundo que no fue desgajado por las usuales propinas. No las hubo y no precisamente por falta de unanimidad en los aplausos. Queda a un lado la cuestión de las preferencias y un crítico está en el derecho de tenerlas; lo que no debe hacer es exhibirlas con la presunción vanidosa de que parezcan artículos de fe. Es mejor sumarnos a las aclamaciones y celebrar la excelentísima salud de la interpretación pianística contemporánea.

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