Tribuna:

Rebeldes

«Lo posible es sólo una provincia de lo imposible»Roberto Juarroz.

Cuando José María Mendiluce me propuso que participara como invitado en su último libro, Tiempo de rebeldes, me pasó por la cabeza objetar que ésta era precisamente la época con menos rebeldía de la historia de la humanidad. Y eso que siempre, es decir, desde hace unos treinta años, he reclamado para el ecológico la categoría de pensamiento precisamente rebelde. Caben pocas dudas sobre lo incómodo que resulta a los dueños de la gestión y del negocio que se les recuerde que sus actos pueden acarrear efectos ...

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«Lo posible es sólo una provincia de lo imposible»Roberto Juarroz.

Cuando José María Mendiluce me propuso que participara como invitado en su último libro, Tiempo de rebeldes, me pasó por la cabeza objetar que ésta era precisamente la época con menos rebeldía de la historia de la humanidad. Y eso que siempre, es decir, desde hace unos treinta años, he reclamado para el ecológico la categoría de pensamiento precisamente rebelde. Caben pocas dudas sobre lo incómodo que resulta a los dueños de la gestión y del negocio que se les recuerde que sus actos pueden acarrear efectos poco deseados. En fin, lo ecológico en su vertiente de movimiento social es cuando menos no obediente y sí muy crítico hacia los sucesivos triunfalismos a los que nos tiene acostumbrados el poder, cada día más uno solo. Pero, claro, no había leído aún esa sonora cascada que brota de Mendiluce. Porque en el mencionado libro, en cualquier caso, se encuentra una buena dosis de estímulos para participar alegre y constructivamente en el diseño de un porvenir menos peligrosamente homogéneo. Se exploran los caminos de la participación política, reclamando su poder transformador. Incluso se vislumbra aquello de que unos mínimos de honestidad ya serían una aceptable revolución. Se me coló dentro una vez más la esperanza y acerca de la misma quería escribir, cuando la realidad llamó dos veces a la puerta.

Quiero decir que la actualidad se nos ha llenado con dos imposibles. Llevamos casi tres semanas emborrachándonos informativamente con un candidato y con una doña. Y ambos, a mi entender, tienen parentesco con las propuestas de ese libro y con las ideas y los sueños de los que no aceptamos sin más que nos planifiquen los deseos.

Que un anunciado perdedor ganara por primera vez unas primarias, cuando la norma es que el mejor de un grupo no prevalezca en política, ya es una rebelión de aliviantes dimensiones. Y no me apunto a nada porque ya, en la primera columna escrita en esta sección, hace casi dos años y medio, afirmé lo mismo. Es más, mantengo con Borrell algunas sustanciales diferencias de criterio. Aun así, le deseo, con toda la intensidad de una rebeldía bastante entrenada, que supere la domesticación que querrán transferirle. Su llegada a la escena pone de relieve uno de los más claros perfiles de una contestación cada vez más necesaria. Porque en la campaña de Borrell aparece claramente expresada, y es un programa político con posibilidades, la consideración de que el ultraeconomicismo del presente asuela el derredor y el porvenir. Es más, el medio ambiente va a cobrar importancia en un debate sobre el estado de la nación. Y esto nos lleva al otro imposible que esta vez no contaba con candidato alguno. Porque Doñana no estaba y no estará a salvo si muchas actitudes no cambian. Pero ha tenido una estúpida buena secuela. Al menos momentáneamente, una anunciada catástrofe ha convertido a muchos en ecológicos. Incluso los ecologistas de pronto se han convertido en merecedores de una dignidad tantas veces negada. Sobre todo por algunos que ahora se desdicen afirmando que esos eternos rebeldes son magníficos defensores de lo público.

Las heridas que el lodo ha abierto en la piel de Doñana suponen mucho más que una injusticia para los mineros, agricultores, pescadores, hoteleros y todo el personal relacionado con la conservación de los dos parques. Esos tóxicos conllevan mucho más que la muerte de empleos, peces, aves o reservas de hotel. Son un claro llamamiento a la sana rebeldía. Hay que frenar tanta dejadez, incompetencia, prevaricación e irresponsabilidad política. Y por eso no podemos dejar pasar la ocasión de que la salud del ambiente se incorpore, sin tacañerías, zancadillas y mentiras, a las políticas, a los presupuestos, a los medios de comunicación. Pero sobre todo a esa preciosa dimensión de lo humano que es no conformarse con las desgracias que manan de los lucros de unos pocos o de la conformidad de unos muchos.

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