Haciendo negocios con el enemigo

Baluartes de Occidente como EE UU o el Reino Unido satanizan a Gaddafi, pero hacen negocios con él

, Muammar el Gaddafi es para los británicos un personaje diabólico, el sanguinario sin escrúpulos que supuestamente ordenó atentar contra el avión estadounidense que en diciembre de 1988 se estrelló en la localidad escocesa de Lockerbie causando la muerte a 270 personas. Pero los negocios son los negocios, y en 1996 el Reino Unido fue el tercer país que más vendió a Libia, tras Italia y Alemania y por delante de Francia. También EE UU ha elevado a Gaddafi a su altar de figuras satánicas y, sin embargo, los funcionarios libios comentan con malicia que empresas estadounidenses operan en su terri...

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, Muammar el Gaddafi es para los británicos un personaje diabólico, el sanguinario sin escrúpulos que supuestamente ordenó atentar contra el avión estadounidense que en diciembre de 1988 se estrelló en la localidad escocesa de Lockerbie causando la muerte a 270 personas. Pero los negocios son los negocios, y en 1996 el Reino Unido fue el tercer país que más vendió a Libia, tras Italia y Alemania y por delante de Francia. También EE UU ha elevado a Gaddafi a su altar de figuras satánicas y, sin embargo, los funcionarios libios comentan con malicia que empresas estadounidenses operan en su territorio a través de filiales radicadas en terceros países.Así les consta también a las embajadas europeas en Trípoli. Occidente condena a Gaddafi, pero no pierde ocasión de hacer negocios con uno de los países ricos de África, con abundantes reservas de petróleo.

En el televisor de la sala de visitantes del puesto fronterizo libio que se alcanza tras haber abandonado Túnez por la carretera de la costa, Madonna, con generoso escote, canta su Material girl bajo la mirada inevitable de un retrato de El Líder tocado de turbante beduino. El vídeo musical lo capta una de las miles de antenas parabólicas que coronan los edificios de Trípoli o los tejados de las chabolas perdidas en el páramo semidesértico cercano a Sirte, la tercera ciudad del país. Por el mismo medio, los chicos libios se entusiasman con Ronaldo.

En Trípoli, la población autóctona luce flamantes modelos japoneses, alemanes o italianos. Nada concuerda con el estereotipo de un país cerrado al resto del mundo, al que sólo se puede acceder por vía terrestre y marítima, y sometido a un embargo limitado de la ONU.

Las sanciones acordadas en 1992, cuando Libia se negó a entregar a los dos supuestos agentes de Gaddafi a los que se acusa de urdir la matanza de Lockerbie, afectan al tráfico aéreo, la venta de armas y el suministro de piezas de recambio para la fabricación de hidrocarburos. A su vez, Washington prohíbe a sus empresas los tratos económicos con el país y, pese a la oposición europea, pretende adoptar sanciones contra firmas de terceros países que inviertan en el sector energético libio. Eso no impide que en la última estadística comercial del Gobierno de Trípoli aparezca EE UU como uno de sus proveedores extranjeros.

La diplomacia española suaviza sus formas al referirse a Gaddafi para no incurrir en «tópicos grotescos», como apunta un alto funcionario de la Embajada en Trípoli. Y también para salvaguardar los intereses de Repsol, que el pasado año facturó unos 225.000 millones de pesetas con el petróleo extraído en el campo de Murzuq.

Mas allá de la retórica de los políticos, el dinero occidental sigue afluyendo a Libia y permite a Gaddafi sobrevivir sin grandes agobios a su aislamiento diplomático. Es verdad que en 1993 y 1994 el producto interior decreció un 4,5%, que el pasado año el crecimiento real no superó el 0,5%, que los salarios son bajos y que, aun a falta de estadísticas fiables, es notorio que el paro aumenta. Pero el país no está ni mucho menos desabastecido, y las subvenciones a los alimentos de primera necesidad permiten evitar las situaciones de miseria extrema.

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Es más, el régimen no ha interrumpido algunos de sus faraónicos proyectos, como el Gran Río Artificial, una gigantesca red de canalizaciones de más de 2.500 kilómetros que transporta a la costa, donde se concentra la población, el agua de un océano subterráneo descubierto bajo el desierto. En los últimos años también se ha concluido la autopista entre Trípoli y Sirte , el coronel sigue erigiendo en esta última ciudad su particular Brasilia, y proyecta su primer gasoducto. Libia hasta se ha permitido el lujo de sufragar, en territorio tunecino, la reparación de la vía que une la fontera con la ciudad de Yerba, la principal puerta de entrada al país tras el bloqueo aéreo. Y en los últimos años tampoco se ha detenido el flujo de mano de obra extranjera: hay tantos inmigrantes -unos cuatro millones- como población autóctona, lo que convierte a Libia en el tercer país del mundo, tras EE UU y Alemania, con más trabajadores foráneos.

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