Tribuna:

Sumar

Hace algunos años estuve en Australia haciendo un reportaje. Recuerdo que me fascinó el hecho de que sus ciudadanos procedieran de los más diversos países de la Tierra; y el esfuerzo que los australianos estaban haciendo por crear un marco multicultural. Por ejemplo, todos los inmigrantes tenían derecho a un intérprete gratuito, y los impresos oficiales estaban siendo traducidos a más y más idiomas. Se sentían orgullosos de estas medidas, y con razón. En un mundo cada vez más pequeño, más multirracial y más diverso, lo sensato y lo progresista es asumir y facilitar la diferencia.La ley del cat...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Hace algunos años estuve en Australia haciendo un reportaje. Recuerdo que me fascinó el hecho de que sus ciudadanos procedieran de los más diversos países de la Tierra; y el esfuerzo que los australianos estaban haciendo por crear un marco multicultural. Por ejemplo, todos los inmigrantes tenían derecho a un intérprete gratuito, y los impresos oficiales estaban siendo traducidos a más y más idiomas. Se sentían orgullosos de estas medidas, y con razón. En un mundo cada vez más pequeño, más multirracial y más diverso, lo sensato y lo progresista es asumir y facilitar la diferencia.La ley del catalán es tan ambigua, en cambio, que podría terminar siendo aplicada de un modo reaccionario. Imagino a un emigrante extremeño, por ejemplo, teniendo que pasar por el sofoco, o incluso la humillación (depende de dónde, depende de cómo) de suplicar un impreso en castellano, y no me parece justo; imagino a los jóvenes de Cataluña hartándose de su propia lengua al verla convertida en algo demasiado oficialista, y me parece un peligro no desdeñable.

Sé bien que por estos temas hay que pasar siempre de puntillas, y no ya porque luego te llueven las bofetadas, sino porque corres el riesgo de agitar la bicha de los nacionalismos, incluido el españolista, y aumentar el nivel de inquina e intolerancia mutua de los diversos grupos. Soy una firme partidaria de la diversidad cultural, pero esa diversidad no se puede construir desde la demonización del Otro: por eso para mí los nacionalismos son una perversión de la identidad cultural, lo mismo que el sentimentalismo es una perversión de los sentimientos. Hay otros modos, otras maneras: por ejemplo, ¿por qué no estudian todos los niños españoles un curso básico sobre las otras lenguas del Estado? Por favor, hagamos una suma y no una resta.

Archivado En