Crítica:CINE: LA MIRADA DEL OTRO

Las edades de Begoña

No resulta extraño entender por qué Vicente Aranda se metió en el proyecto de adaptar La mirada del otro. Por una parte, el director suele trabajar para la productora Lola Films, un paquete de cuyo accionariado está en manos de los mismos accionistas de Editorial Planeta, de cuyo multimillonario premio la novela fue ganadora hace un par de ediciones: en cierta forma, es aprovechar sinergias que pueden ir bien a la operación global. Por otra, Aranda es un consumado, en ocasiones excelso, adaptador de obras ajenas: lo demuestra la mayor parte de su filmografía. Y por si fuera poco, el tem...

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No resulta extraño entender por qué Vicente Aranda se metió en el proyecto de adaptar La mirada del otro. Por una parte, el director suele trabajar para la productora Lola Films, un paquete de cuyo accionariado está en manos de los mismos accionistas de Editorial Planeta, de cuyo multimillonario premio la novela fue ganadora hace un par de ediciones: en cierta forma, es aprovechar sinergias que pueden ir bien a la operación global. Por otra, Aranda es un consumado, en ocasiones excelso, adaptador de obras ajenas: lo demuestra la mayor parte de su filmografía. Y por si fuera poco, el tema de la narración, la crisis de identidad afectiva y la búsqueda de la pasión de una mujer cerca de la cuarentena no está muy lejos de otras manifestaciones anteriores del cineasta barcelonés.El entender por qué el filme no está a la altura del oficio de su máximo responsable es ya harina de otro costal. Porque lo que ocurre es que, en efecto, La mirada... está literalmente minada de problemas que van estallando poco a poco, y que se llaman diálogos horriblemente literarios -un error del Aranda guionista-, comportamientos poco comprensibles, sobre todo de la protagonista omnipresente y, por si fuera poco, una mirada sobre la condición femenina tan retrógrada y alejada de lo que suele mostrar el cine de Aranda que no parece que estemos ante una película suya por más que la puesta en escena, que hace gala de la habitual elegancia, nos indique que en efecto estamos en territorio Aranda.

La mirada del otro

Dirección: Vicente Aranda. Guión: V. Aranda y Álvaro del Amo, según la novela de Fernando G. Delgado. España, 1997. Intérpretes: Laura Morante, José Coronado, Miguel Ángel García, Juanjo Puigcorbé, Sancho Gracia, Ana Obregón y Miguel Bosé. Estreno en Madrid: cines cines Rex, Proyecciones, Acteón, Ideal Multicines, Cristal y Duplex, entre otros.

Resulta de todo punto banal el establecer si el diseño de la psicología de esa Begoña leona y víctima se encuentra en la novela de Delgado o en el guión de Aranda y Del Amo, si el regodeo en la abyección ya estaba así presente en el texto. En todo caso, lo que importa es que el comportamiento de esta mujer inadaptada, con una frondosa, ajetreada vida sexual anterior al comienzo del filme, resulta en ocasiones desconcertantemente extraño. Por momentos, se diría que no estamos ante una mujer, sino ante un homosexual ligón compulsivo, travestido en los rasgos exquisitos, en la soberbia belleza de Laura Morante, antes que de una mujer que expresa sus deseos a tumba abierta. En otros, la experiencia con la vida y los hombres que el personaje dice atesorar nos hace incomprensible su reacción ante algunas peripecias (la consentida violación a cuatro). Y otros, en fin, y es eso lo peor, Begoña parece estar desitinada a ser penalizada por expresar sus deseos abierta, casi frenéticamente: que el filme: se clausure, tras un rosario de fracasos sentimentales, con una escena de maternidad complaciente nos legitima para sospechar que estamos ante la enésima confirmación de que cuando la mujer hace explícitas sus opciones, la ficción se encarga de ponerla en su lugar, y éste no es otro, en la lógica patriarcal, que el de madre como único consuelo.

Además de su impecable factura técnica (buena la fotografía de Labiano, consistente, como suele ser norma, la música de Pepe Nieto), algo hay que reconocerle a la película, no obstante, y es la honestidad de Aranda a la hora de plantear la puesta en escena. En un filme que abunda en palabras fuertes, en situaciones tremendas, en sexo potencialmente explícito, no hay la menor complacencia en las imágenes que capta su cámara, rigor que está lejos del barato sensacionalismo de, por ejemplo, Las edades de Lulú, de Bigas Luna. Eso, sumado a la elegancia del encuadre y a un aceptable trabajo de los actores, hace digerible la cinta, por mucho que los errores de bulto en su configuración lo aproximen más a La pasión turca que a Amantes o Intruso, los mejores logros de la filmografía de Aranda.

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