Tribuna:

La revuelta de los parados

Los movimientos que agitan a Francia desde hace unos años, movimientos de personas sin hogar, sin documentos, sin trabajo, ciertamente tienen causas que son propias de este país, pero también tienen un significado general. En ellos pueden verse los primeros ciclos del renacimiento de una acción reivindicativa tras 20 años dominados por el triunfo, aparentemente ilimitado, de la nueva revolución capitalista que se denomina la globalización. En Europa occidental, este triunfo del capitalismo financiero está acompañado por un estancamiento económico que Estados Unidos no ha conocido porque, duran...

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Los movimientos que agitan a Francia desde hace unos años, movimientos de personas sin hogar, sin documentos, sin trabajo, ciertamente tienen causas que son propias de este país, pero también tienen un significado general. En ellos pueden verse los primeros ciclos del renacimiento de una acción reivindicativa tras 20 años dominados por el triunfo, aparentemente ilimitado, de la nueva revolución capitalista que se denomina la globalización. En Europa occidental, este triunfo del capitalismo financiero está acompañado por un estancamiento económico que Estados Unidos no ha conocido porque, durante este periodo, ese país ha desarrollado y dominado el inmenso mercado de las nuevas tecnologías de la información. En Europa occidental, la ausencia de una modernización tecnológica de este tipo y, por tanto, de la creción de nuevos mercados ha empujado a los inversores abuscar los beneficios financieros en vez de los industriales. Como durante este periodo la productividad del trabajo se ha elevado fuertemente, hemos visto desarrollarse un paro que se ha convertido en estructural. Así, se ha formado una categoría social cada vez más estable, cada vez más marginada y que va mucho más allá de la categoría de los sin domiliclio fijo, de los homeless, aunque ésta sea mucho más visible en París, Londres o Nueva York. Dado que el paro y la precariedad ya no son dolorosas etapas de la vida laboral, sino una situación que se ha vuelto permanente y, por tanto, un mecanismo de exclusión social, la tradicional impotencia de los parados a actuar de forma colectiva comienza a estar superada. Aún estamos lejos de un movimiento masivo de los parados, y el Gobierno francés, el igual que varios sindicatos, puede subrayar el papel de los grupos políticos en una movilización que sigue siendo limitada. La opinión públicas, aunque manifiesta su solidaridad y su simpatía hacia los parados, no se siente totalmente solidaria con ellos, dado lo importantes que se han vuelto los bajos salarios que temen ser alcanzados por unos parados que viven sólo de las ayudas sociales.En 1995, un apoto más masivo reforzó el movimiento más amplio de los ferrovierios; pero la naturaleza de los dos movimientos es profundamente distinta. En 1995 se tratava de un movimiento defensivo de los emplieados del sector público que temían perder un sitema de jubilación muy benefocioso; acción comprensible paro que estaba acompañada por una defensa general del sector público en contradicción con la integración europea y, más aún, con los malos resultados de muchas empresas y administraciones públicas. Era una huelga de retaguardia, mientras que la de los parados es una huelga de vanguardia. En el preciso momento en que nuestros países crean una moneda única, lo que señala el triunfo de una lógica de acción propiamente económica y, por consiguiente, cuando se acelera la liquidación de los sistemas de gestión nacidos o desarrollados tras la II Guerra Mundial, comtemplamos cómo las victorias de un capitalismo más financiero que industrial originan una evolución que amenaza la integración de nuestras sociedades, lo que explica que muchas categorías sociales se sientan amenzados por esta "fractura social".

La mayoría de los observadores piensa que la creación de la moneda única traerá consigo un nuevo fortalecimiento de la lógica monetaria de poderes públicos indiferentes a los problemas sociales. Pero se puede pensar lo contrario, ya que lo que se debilita irremediablemente es un determinado tipo de política económica, mientras que la innovación tecnológica, por un lado, y las rervindicaciones sociales, por otro, deben y van a ocupar un lugar cada vez más central en la vida de nuestras sociedades.

Hemos entrado en 1998, año en el que se celebrará el 150º aniversario del Manifiesto comunista. ¿Cómo no sorprenderse por la actualidad de este texto, que se inicia con un verdadero himno al capitalismo -hoy diríamos globalización-, lo que le lleva a exponer la creciente bipolarización de las sociadades industriales, antes de proseguir con una extensa crítica de lo que los marxistas más tarde llamaron las enfermedades infantiles del socialismo y del comunismo? La principal diferencia entre 1848 y 1998 es que el proletariado del siglo XIX era el mundo del trabajo; estaba definido, ala vez de forma negativa y positiva, mientra que los parados de hoy paraecen estar definidos únicamente de modo negativo por aquello de los que están privados, lo que vuelve difícil la cración de un movimiento social y vuelve probable la subordinación de su acción a grupos políticos, lo que Marx ya denunció en Francia en 1848 y en 1871, cuando tuvo lugar la Comuna de París.

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Los movimientos de parados no pueden estar dirigidos contra los empresarios, aunque el Gobierno intenta encauzar el descontento en esa dirección. Se dirigen contra el Gobierno, y las reivindicaciones que formulan son difícilmente aceptables, ya que se correría el riesgo de provocar un fuerte aumento del conjunto de los bajos salarios, que ya están amenazados por la pérdida de competitividad. Por lo tanto, la importancia de la acción de los parados se debe menos a lo que podrán obtener que a su acción de demostración: cuando los beneficios financieros enriquecen a una minoría y el Estado encuentra sumas inmensas para salvar de la quiebra a empresas públicas, ¿cómo puede aceptarse el persistente deterioro de la situación de los parados y de todos aquellos que tienen una actividad precaria? ¿Acaso no ha llegado el momento de que los gobiernos y la opinión pública, en vez de acusar -unos a la mundialización de la economía y otros al peso excesivo de las cargas sociales-, se cuestionen de forma prioritaria las condiciones para un creciminto más fuerte y por tanto, para un cambio de modelo económico que permita combinar el dinamismo a la americana con la política social que los europeos, con razón, quieren conservar? No resulta paradójico pensar que el paso a la moneda única dará una importancia creciente a los movimientos reivindicativos, ya que, una vez superada esta importante etapa, los países europeos deberán dar prioridad a la reconstrucción de su sociedad, desintegrada por el paro.

Alain Touraine, es sociólogo y director del Instituro de Estudios Superioeres de París.

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