48º FESTIVAL DE BERLÍN

El pie derecho

. Daniel Day-Lewis, que actuó ante las cámaras de Mi pie izquierdo y En el nombre del padre, conoce por fuerza qué busca en él la mirada, dura pero pacífica, de su colega Sheridan, y la hace suya. O tal vez es a la inversa y este asombroso actor, que saltó a la celebridad de entre los comparsas y los teloneros del Old Vic, la Royal Shakespeare Company y el National Theatre británicos, es quien ha orientado sin palabras o con ellas a su director para hacerle entrar con el pie derecho en el escenario de la miserable opción entre el tiro en la nuca de una mafia de Belfast y el b...

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. Daniel Day-Lewis, que actuó ante las cámaras de Mi pie izquierdo y En el nombre del padre, conoce por fuerza qué busca en él la mirada, dura pero pacífica, de su colega Sheridan, y la hace suya. O tal vez es a la inversa y este asombroso actor, que saltó a la celebridad de entre los comparsas y los teloneros del Old Vic, la Royal Shakespeare Company y el National Theatre británicos, es quien ha orientado sin palabras o con ellas a su director para hacerle entrar con el pie derecho en el escenario de la miserable opción entre el tiro en la nuca de una mafia de Belfast y el burdo banquete de violencia de unos genocidas de Londres.

Day-Lewis resuelve la opción con una patada en mala parte a unos y a otros. Su actuación en The boxer, rodeado de un reparto de gente que como él creció en los teatros londinenses, es inolvidable, su mejor (con mucho) trabajo, su composición más medida y precisa. No se da a sí mismo, como en Mi pie izquierdo y En el nombre del padre se lo dio Sheridan, facilidades. Emprende frontalmente el abordaje del complejo personaje que compone y lo construye con una seguridad de, sin todavía serlo, viejo maestro. No elude los matices, sino todo lo contrario.

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Pero hay que fruncir los ojos y afilar la mirada para llegar a verlos, porque concibe a su personaje como un tipo de una pieza, cerrado, obstinado, casi pétreo, al mismo tiempo que introduce en sus gestos unas mínimas variantes en movimiento, tan veloces que resultan casi imperceptibles, lo que supone un prodigio de finura para el que sólo están capacitados los aristócratas de su oficio, gente con el gesto tan rápido que puede introducir entre una mueca de violencia y una mueca de asqueamiento un tránsito casi invisible de ternura o de tristeza.

Day-Lewis convierte la escena de su combate en Londres en una maravilla de sutileza, en un primoroso ejercicio de sentido de lo indirecto, de elegante capacidad sugeridora.

Y ése es el sello del gran intérprete: ir más allá de donde se han detenido quien escribió y quien dirigió la película.

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