48º FESTIVAL DE BERLÍN

Abre la Berlinale 'The boxer', una libre y comprometida visión de Jim Sheridan del IRA

El cine español aporta al concurso un solo filme, 'La mirada del otro', de Vicente Aranda

ENVIADO ESPECIAL The boxer -una visión libre y comprometida, dirigida por el irlandés Jim Sheridan, delos cerrados y sofocantes interiores del IRA- abrió anoche el concurso de esta Berlinale. Fue un arranque de los llamados de choque, muy eficaz y prometedor, pero no faIto de riesgo, porque esta primera película en liza coloca el listón muy alto, y si los bajones en la línea de calidad se soportan mal en todos los festivales, peor aún se digieren en los que, como éste, sobrecargan hasta casi el punto de saturación -30 películas en 12 jornadas, cuando la tendencia es reducirlas a alrededor de 2...

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ENVIADO ESPECIAL The boxer -una visión libre y comprometida, dirigida por el irlandés Jim Sheridan, delos cerrados y sofocantes interiores del IRA- abrió anoche el concurso de esta Berlinale. Fue un arranque de los llamados de choque, muy eficaz y prometedor, pero no faIto de riesgo, porque esta primera película en liza coloca el listón muy alto, y si los bajones en la línea de calidad se soportan mal en todos los festivales, peor aún se digieren en los que, como éste, sobrecargan hasta casi el punto de saturación -30 películas en 12 jornadas, cuando la tendencia es reducirlas a alrededor de 20- la programación oficial, de visión forzosa y por ello más amenazada por el ruido de la disconformidad.

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Sólo una película española, La mirada del otro, dirigida por Vicente Aranda, ha sido convocada para que contribuya a esta abusiva sobrecarga de oficialidad en que casi sistemáticamente incurren los programadores del gran escaparate del festival berlinés. Las otras tres fueron aparar a las más tranquilas zonas nocturnas del Panorama, más calladas pero mantenedoras del, hoy arrinconado en estos jardines, espíritu de confrontación y debate libre que caracterizó a la Berlinale fundacional. Son Abre los ojos, de Alejandro Amenábar; Caricias, de Ventura Pons, y La pistola de mi hermano, de Ray Loriga. No aspiran a ningún premio, pero aquí se suele decir desde hace años que el mejor premio al que se puede aspirar en esta nueva Berlinale es obtener un simple hueco en el Panorama, porque este hueco puede abrir muchos otros en los itinerarios que reparten el buen cine por todo el planeta, mientras un revolcón, y en la Berlinale abundan, puede multiplicar el ruido en la caja de resonancias de la gran sala del Zoo Palast, y apagar de una vez el relumbrón de cualquier película intrusa.

Solidez

La vigorosa película inaugural, The boxer, arrastra tras su paso el peligro de ser demasiado convincente y ocupar un lugar referencial -téngase en cuenta que en un concurso los criterios de valoración son inevitablemente comparativos- respecto de las que vendrán tras ella. Jim Sheridan, su director, es un hombre que cimentó la solidez de sus trabajos cinematográficos sobre una larga forja de su oficio, día a día y cara a cara, con los intérpretes sobre los escenarios marginales del Dublín de su juventud. Entiende mucho de actores, sabe muchísimo de lo anchos que pueden llegar a ser los espacios cerrados y, con bastante más de 40 años a la espalda, ha dirigido tan sólo cuatro películas, incluida ésta.Por otro lado, Sheridan emigró de Irlanda hace 17 años para hacerse con las riendas de la dirección artística del Centro Irlandés de las Artes de Nueva York, un inmejorable observatorio interior de la cultura cinematográfica estadounidense, que le permitió conocer desde dentro, y a fondo, los secretos de la insuperable eficacia y la inimitable celeridad de los ritmos creados por las tradiciones del cine clásico de Estados Unidos en la filmación de relatos de acción y violencia. Este equipaje profesional asomó hace unos años aquí en las imágenes de En el nombre del padre, que ganó el Oso de Oro de este festival en 1994. Y lo que allí asomó, estalla ahora en The boxer.

La película puede ser vista sin desvirtuarla como un modelo genérico, un thriller ágil y simplificador que ya está en parte canalizado por el guión de Terry George, un irlandés del Ulster que proporciona a Sheridan imágenes de choque con los escenarios sofocantes y cerrados del mundo del IRA, que conoce mejor que él. Y es de ahí y de su antes aludida sabiduría en el entramado de la dirección de actores dentro de pequeños espacios escénicos, de donde Sheridan extrae la intensidad que remueve el interior de esta película de género, que hace trizas poco a poco la convención simplificadora de donde procede para convertirse en una recia película política, pegada al suelo de los acontecimientos e incluso militante, de combate directo y de enganche moral en la tragedia de incontables irlandeses aplastados entre dos muros del fascismo contemporáneo: el gang del IRA, que se resiste con los dientes apretados incluso al Sinn Fein de Gerry Adams, y la bestia oligárquica inglesa, que se resiste con la pistola en el sobaco incluso al socialismo de seda de Tony Blair. Y el vuelo de una amarga metáfora comienza.

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