Crítica:TOMEO ESTRENA EN PARÍS

¡Soberbio!

Si la interpretación merece el calificativo de soberbia, la acogida del público -y de la crítica, presente en la noche del miércoles 14 de enero- puede calificarse de excelente. No cesaron de reírse -a veces con risa de conejo- durante la función y al acabar ésta se pusieron a aplaudir la mar de contentos. Media docena de veces salieron a saludar los dos intérpretes, Aumont y Blanche, y más hubiesen salido a tenor de la satisfacción y el cariño que les demostró el público. En su quinta aparición, requeridos por los incesantes aplausos, los dos actores lo hicieron acompañados del autor, Tomeo; ...

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Si la interpretación merece el calificativo de soberbia, la acogida del público -y de la crítica, presente en la noche del miércoles 14 de enero- puede calificarse de excelente. No cesaron de reírse -a veces con risa de conejo- durante la función y al acabar ésta se pusieron a aplaudir la mar de contentos. Media docena de veces salieron a saludar los dos intérpretes, Aumont y Blanche, y más hubiesen salido a tenor de la satisfacción y el cariño que les demostró el público. En su quinta aparición, requeridos por los incesantes aplausos, los dos actores lo hicieron acompañados del autor, Tomeo; del director, García Valdés, y del escenógrafo, el pintor catalán Antoni Taulé. Y fue entonces cuando se produjo uno de esos momentos teatrales que uno recordará toda la vida. A Javier Tomeo, flanqueado por sus intérpretes, sonriendo al público, no se le ocurrió otra cosa que consultar su reloj de pulsera, como queriendo decir: "A ver si dejáis de aplaudir de un vez y puedo ir a llamar a mi madre por el móvil". Jamás había visto yo a un autor salir a saludar en un escenario, al término de un estreno, y echar una mirada al reloj. Luego, cenando en una brasserie alsaciana cercana al -teatro, el propio Tomeo nos dijo que si había echado una ojeada al reloj lo había hecho para "desdramatizar" la situación. Supongo que ésa y no otra fue la razón por la que Tomeo, hace algunos años, cuando estrenó su primera pieza en París (Amado monstruo), en el Théâtre de la Colline, apareció, como un Hitchcock baturro, cruzando por una ventana en plena representación, una ventana de una oficina situada en lo alto de un rascacielos...Menciono este par de anécdotas para dar a entender que entre Tomeo y su teatro, es decir, sus personajes, sus historias adaptadas por otros a la escena -Tomeo no ha escrito jamás una obra teatral-, existe una estrecha, íntima relación. Tomeo, el autor, viene a ser ese personaje de propina que aparece a la mitad de la representación, a través de una ventana, o que al terminar la función sale a saludar echando una mirada al reloj.

Dialogue en ré majeur (Diálogo en re mayor), de Javier Tomeo

Versión francesa de Daniel Loyza y Borja Sitjá. Intérpretes: Michel Aumont y Roland Blanche. Escenografía: Antoni Taulé. Vestuario, ilurninación y dirección: Ariel García Valdés. Théátre de L'0déon-Théátre de IEurope. París, 14 de enero de 1998.

El éxito de Tomeo en Francia, y concretamente en París, no es, pienso yo, un fenómeno accidental, una moda teatral pasajera como tantas otras han conocido esta y otras capitales, teatrales. Si lo han acogido ya tres teatros nacionales, d'État, como la Colline, la Comédie y ahora el Odéon, y lo han interpretado actores de la categoría de Bory, de Berling (Amado monstruo y El cazador de leones), de Bertin (El castillo de la carta cifrada) y de Aumont y Blanche (Diálogo en re mayor), es que los personajes y las historias de Tomeo son bien recibidos por un tipo de intérpretes -y de directores- que hallan en Tomeo lo que hace 40 años encontraban en Beckett, en lonesco o en Adamov, en lo que los teatrólogos denominaron teatro del absurdo, y que hoy no puede ofrecerles ningún otro autor francés. Y lo que es válido para esos intérpretes y directores lo es para el público. Porque Tomeo también tiene su publico en París, un público que lee sus historias (editadas por Christian Bougois y por Corti) y que luego acude al teatro a ver cómo esos personajes, esas historias, toman cuerpo.

He mencionado el teatro del absurdo, la trinidad Beckett, lonesco, Adamov, tan francesa -fíjense si era francesa que uno era irlandés, el otro rumano y el tercero apátrida- Al francés, al teatrólogo, al crítico francés, le agrada el referente patriótico, se aferra a él. Así pues, cuando se habla o se escribe de Tomeo es normal que en Francia se le mencione como heredero de aquel glorioso- absurdo. Pero no es menos cierto que también se le reconoce una cierta personalidad de bicho raro, de escritor aragonés (pero, ¡ah!, que vive y trabaja en Barcelona. "la ville de Barselona!", ciudad. redescubierta y muy querida por los franceses), y que esa condición de aragonés y de bicho raro encaja, para una mentalidad parisiense, con Goya y con Buñuel. Con lo que Tomeo deja de ser un poquitín raro y aragonés para convertirse en glorioso, inmortal en ciernes, siempre y cuando esa gloria y esa inmortalidad futura le vengan dadas por París (aunque ahora no esté Jack Lang para condecorarle o llevárselo a tomar una copa a Fouquet's).

En otras palabras, Tomeo es ya, después de este estreno en el Odéon, un autor francés, de París por más señas. Heredero del teatro del absurdo y sobrino de Buñuel. Y lo cierto es que viendo yo, la noche del miércoles, en el Odéon, ese Dialogue en ré majeur en esa soberbia interpretación; escuchando esas historias en que los violines se enfrentan a los trombones de varas, Mozart al pasodoble, las montañas del norte a las del sur, la tortilla de patatas a la de courgettes, los cojones del toro a los del conejo, el Norte al Sur (pero ¿dónde está el norte del sur y el sur del norte, y viceversa?); ante ese combate, con toda la retórica y sin piedad alguna; ante esa locura de Aumont y esa rabia de Blanche, ese odio que le lleva a disparar contra Aumont, contra el falso violinista, contra lo que tal vez quiere ser, contra su propio diablo; viendo y escuchando esa brutalidad escénica, soberbia, yo pensaba en un Tomeo más róximo a Berhard, por el ataque, por el planteamiento del combate -a muerte-, y pensaba también que ese texto, tan aragonés, tan buñuelesco, tan goyesco, con sus monstruos familiares, tan entrañables, tan humanos, podría muy bien ser un texto de un anónimo poeta de Praga primo lejano de Kafka, el de un manuscrito encontrado en Zaragoza, o en Calahorra, por un bebé monstruoso de 50 kilos que se distraía cazando golondrinas como un gato y que anteayer, en la noche de París, en medio del Boulevard Saint-Germain, se dedicaba, con su móvil, a cazar otra clase de golondrinas.

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