Tribuna:

La memoria histórica

No hace mucho, hacia las dos de la madrugada, TVE emitió un espléndido documental sobre los hechos que precedieron a la ejecución a garrote vil de dos anarquistas, Francisco Granados y Joaquín Delgado, por un delito que nunca cometieron. En estos últimos días ha aparecido el libro Camino de libertad, de Simón Sánchez Montero, las memorias de este histórico miembro del Partido Comunista de España y símbolo democrático de la resistencia al franquismo, que pasó 15 años de su vida en la cárcel por defender la libertad. Ahora que la asignatura de historia y los criterios para su enseñanza vu...

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No hace mucho, hacia las dos de la madrugada, TVE emitió un espléndido documental sobre los hechos que precedieron a la ejecución a garrote vil de dos anarquistas, Francisco Granados y Joaquín Delgado, por un delito que nunca cometieron. En estos últimos días ha aparecido el libro Camino de libertad, de Simón Sánchez Montero, las memorias de este histórico miembro del Partido Comunista de España y símbolo democrático de la resistencia al franquismo, que pasó 15 años de su vida en la cárcel por defender la libertad. Ahora que la asignatura de historia y los criterios para su enseñanza vuelven a la actualidad es oportuno recordar el valor de la historia más reciente: por ejemplo, la de aquellos que lucharon por la conquista de las libertades aun a riesgo de perder la vida en el empeño, y, por supuesto, también la de aquellos otros que desde los diversos niveles de responsabilidad se dedicaron justamente a lo contrario; es decir, a reprimirlas con la implacable lógica del vencedor en una guerra civil.La reivindicación de la historia y el respeto a la misma es una seña de identidad del Estado democrático; su olvido o ignorancia lo devalúa. Por muchas y variadas razones, en España esta cuestión no es una banalidad, y no sólo no lo es porque -por ejemplo- a la dictadura franquista se la siga a menudo denominando pudorosamente el régimen anterior, ni tampoco porque algún ínclito representante de institución confesional afirme que la bendición ofrecida a la causa franquista por dicha institución -aquella vergüenza llamada Cruzada- sea hoy un tema que ya no interesa a la población. No es una banalidad, sobre todo porque la legitimidad democrática del Estado, basada en la soberanía popular, el pluralismo y la participación política, se fundamenta también en la asunción de la propia historia, con sus luces y sus sombras. Y en la historia, el respeto a la memoria de quienes lucharon por las libertades que hoy son patrimonio común de todos -incluidos aquellos que en el pasado las combatieron y hoy se benefician de ellas- es condición necesaria y parte integrante del crédito democrático del Estado. Es el orgullo laico de las democracias establecidas. Pero para que ello sea así, entre otras cosas, es necesario valorar la enorme dimensión social de su conocimiento en el colegio y en el instituto, además de aprovechar las extraordinarias ventajas que en este sentido se derivan de los medios audiovisuales de comunicación.

El objetivo no puede ser otro que formar ciudadanos educados en la libertad, la razón y la solidaridad. Se trata de evitar que el franquismo sea visto como algo similar al paleolítico. Porque, si bien es evidente que afortunadamente forma parte del pasado, el presente no se puede construir con la ignorancia o el solapamiento de realidades pretéritas. Como es sabido, el proceso de transición a la democracia llevado a cabo en España se realizó por un personal político heterogéneo, en el que coincidieron la oposición democrática que entonces salía de la clandestinidad y partidos integrados por personas que habían tenido responsabilidades muy importantes en la dictadura de Franco. En este sentido, por ejemplo, los siete miembros de la ponencia constitucional constituyen un buen botón de muestra. De entre sus miembros cabe destacar que mientras que alguno de ellos estaba en prisión por querer ejercer los derechos fundamentales que hoy la Constitución reconoce, otros integraban el partido único o ejercían de ministros en un régimen que reprimía las libertades, que torturaba y que ejecutaba sentencias de muerte como la de los dos anarquistas inocentes del programa de televisión.

Ciertamente, el hecho de que estos sectores del franquismo aceptasen el proceso democrático e integrasen al mismo a amplios sectores sociales que hasta entonces habían convivido plácidamente con la dictadura es una de las virtudes políticas de la transición y del haber político de personas que ostentaron altos cargos en el pasado. Ahora bien, como se ha dicho muchas veces, el hecho de que la amnistía exonerase de responsabilidades contraídas en el pasado no suponía a la vez extender el borrón y cuenta nueva a la historia y a su memoria. Porque si lo primero fue necesario para_que, en unas circunstancias muy concretas de este país, se consiguiese lo prioritario, que no era otra cosa que reinstaurar la democracia perdida tras el asalto a la República, lo segundo, la historia y su presencia en la vida pública, no podía ser escondida o adulterada. A este respecto, la experiencia acumulada de los años pasados permite afirmar que de todo ha habido en el ruedo ibérico, y, por supuesto, no siempre con un resultado que dignifique al sistema democrático vigente.

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Por esta razón y por la propia salud democrática del sistema conviene tener presente la historia, tanto la próxima como la ajena. Así lo demuestra, por ejemplo, el siniestro caso Papon en relación con la Francia de Vichy y la Francia gaullista de la V República, de las que el presidente Mitterrand -no se olvide- también formó parte; así se pone de relieve con los procesos sobre los asesinatos indiscriminados cometidos por el régimen de Pinochet en Chile o por la casta militar argentina; protagonismos judiciales al margen. Pero, volviendo a este país y al documental citado, es preciso no olvidar, por ejemplo, el valor que el régimen de Franco daba no ya a las libertades, sino a la vida humana cuando, sabiendo que se ejecutaba a dos hombres por un delito no cometido, el entonces jefe de información de la policía, Eduardo Blanco, declaraba en dicho programa que "se tenía la idea de que si se mataba el embrión se garantizaba por mucho tiempo la seguridad, y así fue". Aunque sea a las dos de la madrugada, es muy importante conocer el talante de esta fauna que reinó a sus anchas durante muchos años de aquellos de infausta memoria como Conesa, Yagüe, el coronel Eymar o los hermanos Creix. De negra memoria para comunistas como Sánchez Montero, anarquistas, socialistas, democristianos, nacionalistas como el presidente Pujol y para tantos otros. Fauna que, junto con tantos otros que no se ensuciaban directamente las manos, la desmemoria imperante nunca podrá rehabilitar para la dignidad y la libertad del ser humano.

Marc Carrillo es catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad Pompeu Fabra.

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