Tribuna:

Raudo reportero

Conocí a Samuel Fuller ("Llámame Sam") en Hollywood en 1969 en uno de esos innumerables parties a los que asiste la gente del cine para estar con la gente del cine. Los nombres sonaban en la puerta como campanas de Avon. Esta vez el party lo daba George Litto, que era mi agente y el de Sam. A la salida Sam me invitó a llevarme a mi hotel en su auto. Iba con él su recién estrenada esposa, alemana. A esa hora, once de la noche, Sam era un peligro para los autos que venían por Sunset Boulevard, y aun para los que iban. Sam conversaba (gesticulando), hacía cuentos (gesticulando) y ha...

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Conocí a Samuel Fuller ("Llámame Sam") en Hollywood en 1969 en uno de esos innumerables parties a los que asiste la gente del cine para estar con la gente del cine. Los nombres sonaban en la puerta como campanas de Avon. Esta vez el party lo daba George Litto, que era mi agente y el de Sam. A la salida Sam me invitó a llevarme a mi hotel en su auto. Iba con él su recién estrenada esposa, alemana. A esa hora, once de la noche, Sam era un peligro para los autos que venían por Sunset Boulevard, y aun para los que iban. Sam conversaba (gesticulando), hacía cuentos (gesticulando) y hablaba de películas futuras (gesticulando). A las gesticulaciones las acompañaba un enorme cigarro en la mano.En esa breve carrera que se hizo un cuento largo, Sam me contó su vida. O lo que quedaba de ella. Fuller entonces se veía acabado o mejor, acabada su carrera porque Sam, pequeño y alambrudo, se parecía más a Einstein que a Eisenstein. Si la película que había acabado, Shark, una historia de tiburones más voraz que veraz, parecía ser su canto de cisne en el cine, todos nos equivocamos. Menos Sam.

Obras maestras

Poco después Fuller dirigía, cerca de cumplir los ochenta, dos de sus obras maestras, The big red one, una historia de la Segunda Guerra Mundial (donde había combatido con todos los honores) y Perro Blanco, una salvaje lección de moral mortal entre las razas. Fuller, que era intensamente patriota, era también un enemigo del racismo.Vicente Molina Foix y yo lo invitamos a nuestros cursos de verano en Santander, compartiendo cátedra con Alain Robbe-Grillet y Gonzalo Suárez.

Fue allí, en un raro intervalo, que Sam nos contó la historia de su vida iniciada en el periodismo. Reportero raudo y novato lo mandaron a cubrir un crimen de Hollywood que resultó suicidio. "Entonces, tumbada desnuda en su cama, vi a la mujer más bella del inundo", contaba. "¿Y saben quién era?". Oscuro Sam, no sabíamos, claro. Pero la pregunta era retórica porque Sam seguía: "La estrella de cine Jeanne Eagels. La mujer más bella viva, ahora la mujer más bella muerta. Ese es el momento más memorable de mi vida".

Lo creímos porque Samuel Fuller, el director de cine que parecía un científico judío, era, por sobre todas las cosas, un director primitivo y un periodista mayor. Ahora que muere, más cerca de los noventa que de los cincuenta, encontramos que los jóvenes directores de Hollywood lo consideran un maestro inmortal. Play it forever, Sam.

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