Tribuna:

Cataduras diversas

El primer ministro húngaro, Gyula Horn es un hombre tranquilo. En su momento fue extraordinariamente valiente. Ha hecho historia. Este hombre callado ha sido uno de los protagonistas del cambio en el destino de Europa a finales del siglo XX. Horn forma parte, con Juan Pablo II, Mijail Gorbachov, Helmut Kohl y Ronald Reagan -ese hombre que hoy se consume en discreto silencio y gran dignidad bajo el mal de Alzheimer que él mismo anunció- de ese pequeño grupo de grandes hombres que hicieron acabar este siglo como nadie hubiera pensado.Bajo amenazas de Berlin Oriental y, aunque más suaves pero sie...

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El primer ministro húngaro, Gyula Horn es un hombre tranquilo. En su momento fue extraordinariamente valiente. Ha hecho historia. Este hombre callado ha sido uno de los protagonistas del cambio en el destino de Europa a finales del siglo XX. Horn forma parte, con Juan Pablo II, Mijail Gorbachov, Helmut Kohl y Ronald Reagan -ese hombre que hoy se consume en discreto silencio y gran dignidad bajo el mal de Alzheimer que él mismo anunció- de ese pequeño grupo de grandes hombres que hicieron acabar este siglo como nadie hubiera pensado.Bajo amenazas de Berlin Oriental y, aunque más suaves pero siempre más temibles, de Moscú, Horn se atrevió en agosto de 1989 a romper llamado telón de acero y dió el impulso definitivo a la liquidación de aquella pesadilla política, social, histórica y moral que fue el socialismo real, también llamado imperio soviético. El día que Horn le dijo a Erich Honecker que se podía indignar y subir por las paredes de la sede del Comité Central en Berlín, pero que todo ello no evitaría que Hungría permitiera de inmediato a miles, de alemanes orientales pasar libremente a Austria, estaba echada la suerte de todos los regímenes de la mentira histórica del marxismo- leninismo. Horn fue un comunista lo suficientemente honrado e inteligente para reconocer que la basura intelectual en la que había crecido ya no tenía la fuerza suficiente para sostener estructuras de poder. Entre los líderes comunistas de Europa central y oriental sólo el general polaco- Wojciech Jaruzelski demostró igual dignidad y coraje.

Hace unas semanas, Horn se volvió a encontrar ante una situación que tuvo que recordarle los peores momentos de la miseria política de los años del comunismo triunfante. Se había reunido con su homólogo vecino, el primer ministro eslovaco, Vladimir Meciar, en la ciudad húngara occidental de Gyor. Dos hombres de muy diversa catadura. Se trataba de negociar cuestiones bilaterales entre dos países que tienen una larga frontera común y comparten el Danubio como jzran arteria para comercio y tráfico en el centro de Europa.

Pero Meciar tenía planes más importantes. Horn no podía dar crédito a lo que oía. El primer ministro de Eslovaquia le estaba proponiendo, absolutamente en serio, un intercambio de población que equivalía a la deportación forzosa de los 600.000 húngaros que viven en Eslovaquia. Meciar decía estar dispuesto a acoger a eslovacos y otros eslavos de Hungría.

La propuesta de Meciar revela ante todo la catástrofe política que para Eslovaquia significa que este ex boxeador fascistoide y populista siga en el poder casi diez años después de comenzar la transición democrática en la región. Desde que los rumanos se deshicieron de la farsa del continuismo poscomunista de Ion Iliescu, Meciar en Eslovaquia, Milosevic en la Yugoslavia serbia y Lukashenko en Bielorrusia son los únicos grandes ejemplos de la involución en la Europa poscomunista. La limpieza étnica, a tiros o negociada como quería ahora Meciar, es un rasgo definitorio del carácter de estos regímenes en los que un aparato del pasado régimen se ha montado una máquina de ganar elecciones reprimiendo toda disidencia y fomenta el tribalismo como motor de cohesión. Eslovaquia bajo Meciar ha conseguido convertirse en paria de la nueva Europa. Convendría que tanto Meciar como Lukashenko comenzaran a sentir con mayor contundencia el desprecio y la condena a su política por parte de las democracias. Horn, indignado, le recomendó a Meciar que se olvidara de ideas de ese tipo. Todos los demás europeos deberían ayudar a Horn a convencer a Meciar que no. es que se le recomiende que no se dedique a deportaciones hitleriano- estalinistas. Es que se le prohibe. Que desafiar las normas de convivencia civilizada tiene un precio. Y que sería muy alto.

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