Editorial:

Ni seguridad ni paz

LA POLÍTICA de firmeza con la que Benjamín Netanyahu ganó las elecciones en 1996 está fracasando: ni seguridad ni paz. Israel es un país hoy menos seguro que 14 meses atrás. La muerte de 11 soldados israelíes de élite al norte del ocupado sur del Líbano supone, además de una violación por Israel de los acuerdos de 1996, un grave fallo militar, el mayor fracaso en 10 años, según admitió el primer ministro.Netanyahu está maniatado por sus apoyos políticos y sus propias convicciones.Quizá no vea que el futuro que plantea con su política de intransigencia sea que el conjunto de Israel acabe como é...

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LA POLÍTICA de firmeza con la que Benjamín Netanyahu ganó las elecciones en 1996 está fracasando: ni seguridad ni paz. Israel es un país hoy menos seguro que 14 meses atrás. La muerte de 11 soldados israelíes de élite al norte del ocupado sur del Líbano supone, además de una violación por Israel de los acuerdos de 1996, un grave fallo militar, el mayor fracaso en 10 años, según admitió el primer ministro.Netanyahu está maniatado por sus apoyos políticos y sus propias convicciones.Quizá no vea que el futuro que plantea con su política de intransigencia sea que el conjunto de Israel acabe como él este verano: rodeado de guardaespaldas con las armas en la mano para acudir a la playa y bañarse con camiseta.

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Es posible que la fracasada incursión en Líbano contra bases de Amal o de Hezbolá estuviera planeada como respuesta a los atentados de la víspera en Jerusalén, reivindicados por el movimiento Hamás, pero de los que Netanyahu responsabilizó al presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Yasir Arafat, por luchar insuficientemente contra el terrorismo. La incursión vendría a demostrar así que el terrorismo puede venir de fuera de los territorios autónomos, como insiste Arafat, y que Israel ya no puede actuar impunemente fuera de las zonas que controla.

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La detención ayer de 69 palestinos en los territorios controlados por Israel, el cierre de las zonas autónomas palestinas y la declaración del primer ministro de que no entregará más territorios a los palestinos hasta que éstos no acaben con el terrorismo no parece el camino más sensato. Menos aún si Netanyahu manda a las fuerzas ísraelíes a practicar detenciones masivas en los territorios autónomos.

En tal contexto hay un riesgo de que la tentación bélica vuelva a resurgir. Es urgente una nueva iniciativa -¿la llevará Madeleine Albright en su cartera la semana próxima?- que resucite un proceso de paz comatoso. Lo ocurrido ayer en Líbano lleva a la necesidad de recuperar una dimensión más amplia en un diálogo sumamente dificil que no se puede limitar a israelíes y palestinos, sino que también debe incluir a un Líbano tullido y a una Siria con poca voluntad de pacto. Pero si la política de Netanyahu no se mueve, nada se moverá.

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