¡Por fin!

¡Por fin! Por fin el presidente francés ha hecho que en Oriente Próximo se oiga la voz de la justicia y de la paz. No está bamos acostumbrados a tanta claridad, franqueza, rectitud. Habíamos terminado por considerar una necesidad estratégica esas fórmulas alambicadas para no chocar contra los israelíes ni contra los palestinos; las posiciones intermedias, el no dar la razón a ninguno de los dos adversarios que, sin embargo, son desiguales. Habíamos asumido que la impotencia europea en Oriente Próximo era una regla y que la paz era un asunto de Estados Unidos y sus aliados en la región. Habíamo...

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¡Por fin! Por fin el presidente francés ha hecho que en Oriente Próximo se oiga la voz de la justicia y de la paz. No está bamos acostumbrados a tanta claridad, franqueza, rectitud. Habíamos terminado por considerar una necesidad estratégica esas fórmulas alambicadas para no chocar contra los israelíes ni contra los palestinos; las posiciones intermedias, el no dar la razón a ninguno de los dos adversarios que, sin embargo, son desiguales. Habíamos asumido que la impotencia europea en Oriente Próximo era una regla y que la paz era un asunto de Estados Unidos y sus aliados en la región. Habíamos ad mitido, tragándonos la vergüenza, que Europa sólo servía para financiar un proceso definido como del otro lado del Atlántico. Y de repente Jacques Chirac, en la más pura tradición gaullista, dice que no. No a la hipocresía, no a la sumisión, no a la complicidad silenciosa y culpable con los que quieren enterran la paz en Oriente Próximo. El gesto de Chirac puede significar un giro en la política europea en el Mediterráneo. No ha sacado los pies del tiesto por torpeza; sabe mejor que nadie que, por culpa de la derecha y de la extrema derecha israelíes, la región está a punto de estallar. ¿Quién no está hoy asustado por la negativa del Gobierno israelí a respetar los acuerdos de paz firmados por su predecesor? A la visión profética de un Simón Perés le ha sucedido el valle de lágrimas y sangre de Benjamín Netanyahu. Hay que gritar contra esto, no nos podemos resignar a ver llegar lo peor. Y la estrategia del tándem Netanyahu-Sharon favorece lo peor. Todo hace pensar que para los fanáticos aprendices de brujo de Israel la única manera de salir de la Iógica de paz, es entrar en la de guerra. En ese país algunos piensan que una guerra, aunque sea limitada, puede mejorar considerablemente las cosas para Israel. Que puede ser un medio para expulsar más palestinos y generalizar la política colonial de hechos consumados en los territorios ocupados; que puede volver a unir a la opinión internacional en torno a un Israel en guerra, que puede deslegitimar a la OLP y favorecer el aumento del integrismo, lo que haría de Israel el escudo occidental contra el islamismo militante; que puede retrasar ad calendas graecas la negociación sobre el Golán y acelerar la colonización de todo Jerusalén; que puede, finalmente, debilitar por mucho tiempo a los laboristas israelíes apresándoles en el dilema: defender Israel o desaparecer. ¿No ha sido esta lógica de lo peor la que ha conjurado Chirac enfrentándose a los métodos guerreros utilizados por los servicios de seguridad israelíes en su visita a Jerusalén? Al hablar claramente del Estado palestino, Chirac desencadena otra dinámica: no sólo acaba con la habitual hipocresía de dos pesos, dos medidas, especialidad del Consejo de Seguridad de la ONU, bajo control norteamericano; no sólo apoya a los palestinos y a los gobiernos árabes que han elegido la paz y la fraternidad con los israelíes, sino que también permite que se respete la política mediterránea de Europa. Subraya que Europa debe rechazar la ley imperial que domina en esa región y que hace que el eje estadounidense-israelí imponga prácticamente todos sus deseos a unos países árabes impotentes. Europa no debe contentarse ya con ser la vaca lechera del proceso de paz. Esta postura es el mejor apoyo que Francia puede aportar a una gran política en el Mediterráneo. Y para dar cuerpo a esta idea, el presidente Chirac ha recordado algunas verdades simples: que sólo se puede garantizar la seguridad de Israel por la paz, no por la fuerza; que los palestinos son una nación, tienen derecho a un Estado en su tierra, y ese Estado es el único que puede ofrecer a Israel "las garantías necesarias para su seguridad"; y, finalmente, que el tiempo corre en contra de la paz: los fanáticos religiosos de ambos bandos acechan, igual que ciertos Estados de la región a los que les interesa una guerra de cien años entre judíos y árabes. Hablar claro y en voz alta el lenguaje de la justicia es hoy el mejor medio de conjurar la guerra. Y Chirac ha tenido el valor de hacerlo. Esperemos que Europa refuerce esta toma de posición.Sami Naïr es catedrático de Ciencia Política de la Universidad París VIII.

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