Tribuna:

Niño cumple 100 años

Que difícil resulta celebrar algunos cumpleaños. Uno de los más grandes poetas de la península se suicidó al cumplir los 50 porque no quería seguir asistiendo al espectáculo de su declive; nadie alrededor suyo lo notaba, pero todos entendieron la rendición. Otros lo llevan mejor: encienden una vela a Dios y otra al diablo en el merengue de la misma tarta, y luego dicen que la madurez es un grado, pero no el grado 0 de la escritura vital. Los cumpleaños más felices son los del muerto: él ni lo siente ya ni lo padece, pero ¿desde cuándo esas fiestas están pensadas para felicidad del que cumple? ...

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Que difícil resulta celebrar algunos cumpleaños. Uno de los más grandes poetas de la península se suicidó al cumplir los 50 porque no quería seguir asistiendo al espectáculo de su declive; nadie alrededor suyo lo notaba, pero todos entendieron la rendición. Otros lo llevan mejor: encienden una vela a Dios y otra al diablo en el merengue de la misma tarta, y luego dicen que la madurez es un grado, pero no el grado 0 de la escritura vital. Los cumpleaños más felices son los del muerto: él ni lo siente ya ni lo padece, pero ¿desde cuándo esas fiestas están pensadas para felicidad del que cumple? Son los amigos o -si se tienen- los hijos y los nietos quienes gozan soplando la llama de las velas, terrible imagen del apagar de una vida. El homenajeado les observa debidamente emocionado -son esas ocasiones en las que uno no tiene nada que decir- hasta que llega el momento de abrir los regalos; otra forma de lucimiento de quien los hace. En el caso de los difuntos la ventaja es que el dinero gastado en la celebración revierte directamente a los vivos; la lápida, la estatua, la edición conmemorativa, la muestra antológica son beneficios sucesorios que sólo nosotros disfrutamos. Y al revés que en la vida real, cuantos más años cumpla, más recia y encomiable es su figura, más méritos alberga su cuerpo reducido al polvo dadivoso de la memoria.En personas cien años ya es mucho, hasta el punto de que parece una edad reservada a ciertas ancianas gallegas azotadas toda su vida por el viento de la Costa de la Muerte y a Erst Jünger, ejemplo descarado de que la droga cuando no mata engorda extraordinariamente la vida. Pero aún es más asombrosa la posibilidad de celebrar cien años sólo del nacimiento de un arte, que es concepto que por su propia naturaleza diríase inmemorial y fuera del tiempo. Pues no. El cine nació en España un día preciso, y bendecido además por el Pilar de Zaragoza, una de cuyas salidas de misa constituye nuestra primera filmación, aunque como todos los niños, venía de París. Esta semana, las gentes del cine, hijos, nietos, amigos y demás familia, se reunen allí de nuevo para brindar a costa del muerto, que, pese al trecenio negro que algunos lamentan, goza de bastante buena salud.

Los franceses, muy dados siempre a robar plano, aunque en este caso sí son padres de la criatura, organizaron hace un año-ellos cumplen antes- una fiesta a la que tuvieron el detalle de invitar a algunos allegados de provincias. A iniciativa del Museo del Cine de Lyon y obligados todos a filmar un único plano de 50 segundos sin sonido directo y con la misma cámara elemental de los hermanos Lumière, cineastas del mundo compusieron la película colectiva que se llamó Lumiére & Co. Yo la vi en un cine de Madrid una tarde de sábado, y sólo éramos tres los que entramos a proseguir la fiesta. Duró poquísimo en cartel con lo que pudo decirse, parafraseando a Shakespeare, que el asado del banquete de cumpleaños llegó frío al funeral del proyecto.

Era una película narcisista, banal y a veces involuntariamente cómica. Decepcionaba ver a cineastas admirados no siendo ni siquiera ocurrentes; alguno, Penn Konchalovsky, componía hermosamente su plano, pero ninguno a mi juicio, extraía un brillo de ficción de esos 50 segundos artesanales. Y me dejó intranquilo que el fragmento de más emoción fueseel rodado por un cineasta de corto vuelo, Regis Wagnier, consistente en un paseo hacia la cámara del enfermo presidente Mitterrand recordando sus escenas de cine memorablesun baile en una finca húngara y la muerte de Molière rodada por la Mouchkine. Documento, memento del pasado.

El cine es joven, aunque tenga 100 años, la edad de las abuelas milagrosas de Galicia y de Jünger. Que se mire al espejo esa mañana, que es cuando los que cumplen ciertas edades se ven las peores arrugas, y tome nota. Con 50 segundos debería bastar para hacer un momento de cine, con 50 millones, es un decir, se puede ser artista, con 100 años de vida no se es inmortal. Porque al menor descuido lo entierran, y entonces nos encontraríamos un día celebrando su aniversario con la pompa solemne que se da a los muertos.

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