Crítica:MÚSICA

Sonidos españoles

La Orquesta de la Comunidad rindió al máximo con José Ramón Encinar, quien, una vez más, aparecía batuta en ristre quijoteando por la música española. Tras cuatro sonatas de Antonio Soler en la orquestación que hiciera Joaquín Rodrigo para el ballet de Antonio, Encinar nos dio a conocer Piscis, nueva, importante y muy bella obra de Carlos Cruz de Castro. Se entiende nueva en Madrid, pues, escrita en 1995, se dio a conocer en Bucarest bajo la dirección de Juan José Olives.El compositor madrileño ha conseguido una música equilibrada, fresca, bien arquitecturada a partir de ideas generadoras únic...

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La Orquesta de la Comunidad rindió al máximo con José Ramón Encinar, quien, una vez más, aparecía batuta en ristre quijoteando por la música española. Tras cuatro sonatas de Antonio Soler en la orquestación que hiciera Joaquín Rodrigo para el ballet de Antonio, Encinar nos dio a conocer Piscis, nueva, importante y muy bella obra de Carlos Cruz de Castro. Se entiende nueva en Madrid, pues, escrita en 1995, se dio a conocer en Bucarest bajo la dirección de Juan José Olives.El compositor madrileño ha conseguido una música equilibrada, fresca, bien arquitecturada a partir de ideas generadoras únicas, y fascinantemente coloreada gracias al uso de los timbres y a una serie de soluciones armónicas cambiantes y de fuerte eficacia expresiva. Con estos elementos y una formidable continuidad rítmica, Cruz de Castro nos da una suerte de gran rondó con dos cuplés que interrumpen la violencia persistente de los ritmos. Es extraordinariamente atractivo el primero, cuando las cuerdas altas parecen sumergirse bajo el grupo de percusiones, incluido el piano, en un efecto suboceánico. Encinar montó el estreno con total responsabilidad conocimiento.

Orquesta de la Comunidad de Madrid

Director: J. R. Encinar. Obras de Soler / Rodrigo; Cruz de Castro, Gerhard y Falla. Auditorio Nacional. Madrid, 7 de junio.

Una precisa versión de las Danzas de don Quijote, pertenecientes al ballet escrito en Londres por Roberto Gerhard en 1948, nos evocó al discípulo de Pedrell más que al de Schönberg, y, para terminar, El amor brujo, de Falla, o sea, lo que Falla como autor decidió que era El amor brujo, sobre el que trabajó desde 1915 hasta 1925, fecha del definitivo lanzamiento de la obra. Todo lo demás son antecedentes y "obra en marcha". Y todavía murió Falla, como me contaba Ernesto Halffter, sin llegar a revisar la conclusión que, con razón, juzgaba un tanto convencional.

Encinar ha llevado a cabo lo más loable en un intérprete: la búsqueda de la verdad. Ha restituido los tiempos, tantas veces distorsionados; ha recuperado la sutileza de un misterio sin colores crudos, y ha sabido exponer el lirismo de esta singular partitura con la mesura e interiorización preconizada siempre por don Manuel. En suma: ha hecho música cual excelente artista dotado y riguroso profesional en lugar de dedicarse a marear la perdiz y nos ha dado lo que El amor brujo es: la visión más bella y atípica de lo jondo anticipada en La vida breve y El polo y profundizada, hasta las últimas raíces, en la Fantasía bética.

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