Tribuna:

Francia-España, núcleo duro europeo en el Mediterráneo

Hay dos tipos de problemas en el Mediterráneo: los conflictos abiertos, que atañen a la estabilidad regional (la guerra israelo-palestino-líbano-siria, los conflictos en la ex Yugoslavia, la guerra civil en Argelia), y los conflictos potenciales de reparto: el agua, la contaminación y, sobre todo, la concentración dramáticamente desigual de las riquezas, que hace del crecimiento demográfico un problema irresoluble que provoca flujos migratorios incontrolados. La conjunción de estos problemas hace que la situación sea explosiva. Si Europa quiere la estabilidad en el Sur debe ir má...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Hay dos tipos de problemas en el Mediterráneo: los conflictos abiertos, que atañen a la estabilidad regional (la guerra israelo-palestino-líbano-siria, los conflictos en la ex Yugoslavia, la guerra civil en Argelia), y los conflictos potenciales de reparto: el agua, la contaminación y, sobre todo, la concentración dramáticamente desigual de las riquezas, que hace del crecimiento demográfico un problema irresoluble que provoca flujos migratorios incontrolados. La conjunción de estos problemas hace que la situación sea explosiva. Si Europa quiere la estabilidad en el Sur debe ir más allá de una proyección únicamente comercial y proponer a los países ribereños un concepto de asociación política fuerte que les ayude a enfrentarse a todos esos desafóos a la vez. Pero el realismo nos obliga a decir que, por el momento, no puede hacerlo, porque en lo esencial, es decir, en los objetivos a lograr, no se pone de acuerdo ni consigo misma. De hecho, nos encontramos ante la divergencia de preocupaciones entre el sur y el norte de Europa. Si Italia y España tienen necesidad de un espacio mediterráneo estable y próspero, Alemania y el Reino Unido, por hablar únicamente de las principales potencias, todavía no han mostrado un interés especial por los problemas de esta región. Francia ocupa una posición intermedia que, desde todos los puntos de vista, le asigna la condición de potencia determinante en el Mediterráneo. Con ella, todo es posible. Sin ella, todo puede fracasar. Potencia del Sur y del Norte a la vez, la geografía impone a Francia un doble tropismo que le proporciona el papel de mediadora por excelencia. Es, además, una nación cuyo, papel histórico en el Mediterráneo ha sido decisivo: potencia colonial, encarna a la vez el legado de una historia -aunque haya sido conflictiva y dura- y la promesa de una apertura mayor hacia las poblaciones y regiones a las que en el pasado sometió. Todo esto es especialmente cierto en el caso del Magreb. Alemania tiende frecuentemente a ver en esa mirada francesa hacia el Sur un desinterés por el compromiso europeo. Ése es el sentido de la declaración común del grupo de los dos partidos que están actualmente en el poder en Alemania (CDU y CSU): "El núcleo duro [Francia-Alemania] tiene por misión oponer un centro consolidado a las fuerzas centrífugas debidas a una ampliación constante, con el fin de evitar una evolución divergente entre un grupo suroccidental, más inclinado al proteccionismo y dirigido en cierto modo por Francia, y un grupo nororiental favorable al libre intercambio mundial y,dirigido en cierto modo por Alemania" (*).Todo Estado, como decía Napoleón, tiene la política que le dicta su geografia. ¿Acaso no necesita Alemania pensar en sus mercados del Este? ¿Se pueden interpretar de otra forma los considerables esfuerzos financieros que dedica -y que hace aprobar por la Unión Europea- a los países del Este? De modo análogo, igual que España, Italia y los países de la ribera meridional, Francia no puede escapar al Mediterráneo.

Por tanto, en la conferencia de Cannes de junio de 1995, dedicada a la ayuda al Sur, se estableció una distancia entre el interés dedicado por España, Italia y Francia al sur mediterráneo y el rechazo de Alemania a emprender esa vía. Esos vaivenes no pueden durar indefinidamente. Se hará imprescindible pasar a la acción. Todo indica que, puesto que la Europa política no va a llegar precisamente mañana, será todavía la voluntad nacional y regional la que tenga que imponerse. Los países del sur de Europa tendrán que elegir entre la aceptación diefinitiva de un proceso de construcción europea basado en un federalismo blando o bien la apertura hacia los países del Sur, cuyos efectos de arrastre positivos a largo plazo paria el Norte serán considerables. Desde luego, sería aberrante dar a entender que el eje franco-alemán deba sufrir por ello: el arrumaje económico y la alianza estratégica entre los dos países son demasiado fuertes para que los nuevos tropismos puedan debilitarlos. Pero ¿no se vería más reforzado ese eje si se ampliara a España, a Italia y -mediante medidas de asociación apropiadas- a algunos países del Sur? Una política europea en el Mediterráneo sólo es posible si Francia acepta comprometerse plenamente con ella. Algo que no pudo hacerbajo el reinado de François Mitterrand, tanto por su progresiva sumisión al magisterio estadounidense en el Mediterráneo como por la obsesión norcentrista enfocada en el eje franco-alemán.

¿Está cambiando la situación después de la elección de Jacques Chirac y, sobre todo, de su discurso de El Cairo del 12 de abril de 1996 sobre la Política mediterránea y árabe de Francia y Europa? El análisis de ese discurso resulta muy revelador: el simple hecho de haber planteado el problema de una política árabe recuerda la necesidad imperativa de la misma y subraya al mismo tiempo que Francia tiene un papel particular en esa región. Pero, en cuanto al contenido, la política propuesta en la actualidad sigue siendo vaga: desde luego, hace hincapié en la correlación estructural de la ayuda al desarrollo y la seguridad político militar, e intenta reintroducir a Francia en el juego de Oriente Próximo mediante una política equilibrada que añade al apoyo dado a Israel la ayuda a los pueblos palestino y libanés en el marco de los acuerdos de paz. El papel desempeñado por la diplomacia francesa en la obtención del alto el fuego ante la agresión israelí al sur de Líbano y el hecho de que se haya esforzado por integrar a Irán (principal apoyo del Hezbolá libanés) demuestran que el periodo Mitterrand ha terminado. Pero esta reorientación estratégica corre peligro de perderse en las arenas del activismo si no se plantea como fondo la cuestión central del reparto de la riqueza en la región. Y en ese sentido, tanto Francia como Europa permanecen mudas más allá de las declaraciones de principios.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Pero el peligro que amenaza es, sobre todo, que se fomente la creencia de que Francia, ante la impotencia europea, puede desempeñar sola el papel de vector de una nueva política mediterránea. La elección no es entre estrategia de interés nacional o europea, es decir, entre los dos extremos frecuentemente opuestos de la cadena, sino que afecta al objetivo central que se quiere alcanzar, que debe ser la consolidación de la cadena misma. Y si en el Este la cadena se consolida en tomo al eje franco-alemán, en el Sur significa un eje Francia-España-ltalia. En ambos casos, la operación debe producirse desde una perspectiva de reforzamiento de la construcción europea. Es un hecho innegable que España dispone de muchas bazas en ese sentido: está en plena expansión económica, su imagen es positiva en el sur del Mediterráneo (a pesar de una relación turbulenta con Marruecos) y su largó pasado musulmán puede ayudarle considerablemente a representar un papel de vínculo entre las dos orillas. Sobre todo con las comunidades catalana, valenciana y andaluza dispone en la actualidad de una capacidad de proyección descentralizada de la que carecentanto Francia como Italia. El desarrollo de relaciones descentralizadas en el Mediterráneo, al mismo tiempo horizontales (Norte-Norte) y verticales (Norte-Sur), se inscribe totalmente en la perspectiva de la estrategia de la conferencia de Barcelona, y España puede y debe ser el país que dé ejemplo. Porque Italia, más allá de sus intereses estrictamente comerciales en el Mediterráneo, está hoy paralizada por sus problemas políticos internos.

Unida a Francia en un proyecto mediterráneo común, España puede, por tanto, desempeñar un papel absolutamente esencial. En esta hipótesis se plantearán inevitablemente las preguntas de los objetivos, el ritmo y el método de acción. El objetivo principal sigue siendo la estabilidad económica y política regional, sobre todo para limitar los desplazamientos de población engendrados por la transformación de las estructuras de producción y el crecimiento demográfico en el Sur. El ritmo es el de los planes que deberán ponerse en práctica. El método deberá ser, con toda seguridad, el de los círculos concéntricos: efectivamente, Europa no podrá desplegarse al mismo tiempo en todo el Mediterráneo. Alemania, ya presente en Turquía, puede proporcionar, desde luego, un buen enlace en el este del Mediterráneo; pero es evidente que el método consistirá en empezar por ocuparse económicamente del Magreb (el grupo de los 5 + 5: Francia, España, Italia, Portugal y Grecia en el Norte, y los cinco países del Magreb en el Sur) para poder lanzarse seriamente hacia el Mashrek. Así, Francia y España podrían abrir el camino a una auténtica construcción política europea basada en los problemas regionales inmediatos, concretos, y no en los falsos problemas del federalismo abstracto o del nacionalismo arcaico.

Sami Naïr es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de París VIII y presidente del Instituto de Estudios e Investigación Europa-Mediterráneo (IEREM) de París. *Informe del grupo CDU-CSU en el Parlamento alemán en septiembre de 1994.

Sobre la firma

Archivado En