Tribuna:CRÓNICAS: JUAN CRUZ

No hay que apagar los libros

El relativo optimismo que ayer mostraban en Barcelona, en la clausura de su 25 congreso, los editores de todo el mundo acerca del porvenir de su materia prima responde entre otros, al hecho incontrovertible de que, a diferencia de los ordenadores, los libros no se tienen que cerrar al despegar los aviones.En los aviones piden que se cierre todo. Pero no piden que se apague el papel. Eso decía el otro día, fuera del congreso, el escritor Manuel Vicent: mientras que todos los aparatos que ha inventado el hombre en los últimos años tienen que desconectarse en instantes tan peligrosos, los libros ...

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El relativo optimismo que ayer mostraban en Barcelona, en la clausura de su 25 congreso, los editores de todo el mundo acerca del porvenir de su materia prima responde entre otros, al hecho incontrovertible de que, a diferencia de los ordenadores, los libros no se tienen que cerrar al despegar los aviones.En los aviones piden que se cierre todo. Pero no piden que se apague el papel. Eso decía el otro día, fuera del congreso, el escritor Manuel Vicent: mientras que todos los aparatos que ha inventado el hombre en los últimos años tienen que desconectarse en instantes tan peligrosos, los libros siguen viviendo, impertérritos en cualquier escenario. En la sala de espera o antes del quirófano. No matan, sino que dan esperanza. Son un sueño ya escrito, pero también. sirven para sonar, son memoria, y reviven la memoria de los que los leen.

En la inauguración de este congreso, Umberto Eco utilizó otra metáfora: resulta altamente inconveniente ir al baño y leer allí un libro en la pantalla de un ordenador. Un editor inglés decía ayer, convencido ya, como todos sus colegas, de que la estrella, del libro no va a decaer nunca, que es muy improbable que la gente pueda probar, en un plazo próximo, los libros en CD-Rom en. las librerías, y esa gente siempre vivirá con la pasión de leer y la emoción de tocar. Lo dijo también ayer la editora española Ymelda Navajo: "Nada podrá sustituir la calidad del objeto, la sensualidad y el fetichismo que tiene el continente del libro".

Están preocupados, claro, porque hay muchas preguntas sobre el futuro de su industria, pero en. esta reunión junto al mar vieron refrendada su esperanza en lo que hacen. Hace años, cuando escribir en un ordenador era aún la aventura de cuatro locos y se pensaba que eso iba a acabar con la calidad del libro, Gabriel García Márquez apareció en una fotografía con el disquete de El amor en los tiempos del cólera, y en ese momento la gente empezó a ver cómo el libro superaba con inteligencia su paso por las nuevas tecnologías, se servía de ellas y las hacía útiles para mejorar su porvenir. Después, ese disquete fue una novela memorable, como las que se escribían a mano, fabricada en papel con olor a libro de antes, y ya nadie volvió a pensar que los libros fabricados por la imaginación iban a ser perjudicados por la servidumbre de la cibernética.

Lo que sería raro ahora es ver a García Márquez escribiendo una novela con su Olivetti, descalzo sobre el suelo de su casa de Barcelona. Este mismo periódico tuvo un larguísimo debate sobre la introducción de los ordenadores en su proceso de fabricación. Andando el tiempo, algunos de los que se opusieron razonada y ,vivamente a aquella revolución son pioneros en la introducción de sus propias publicaciones en Internet. Juan Cueto, que es un apóstol sucesivo de Guttenberg, McLuhan y el ciberespacio, dijo también en este congreso que la coexistencia no sólo es pacífica, sino inevitable y venturosa. A las pruebas se puede remitir el heredero de Clarín: donde los libros gozan de mayor salud, editorial, comercial, física y moral, es ahí donde las nuevas tecnologías han crecido más de prisa.

'Los libreros de antes'

Y las nuevas tecnologías no sólo apoyan el libro en su origen y en su fabricación, sino que vienen a resolver el problema histórico de los principales intermediarios, los libreros, que ahora tienen las más diversas formas y que ya no son exclusivamente lo que los realistas nostálgicos llaman "los libreros de antes". Ayer se evocó esa figura en el congreso de Barcelona, y se llegó a una declaración capital: del mismo modo que el libro es el libro, ese loco rectangular con ideas, el librero es el intermediario, allí donde haya un libro cerca del lector que lo busca. Un editor sueco decía este viernes ante sus colegas de todo el mundo que nada puede hacer variar ese gesto íntimo, casi de confesionario, que precede a la compra de un libro: mirar la cubierta, creerse o no la contracubierta, imaginar por la foto del autor en qué estaría pensando éste cuando le retrataron, y después decidir, en ese instante que es el más decisivo para el editor, si se lo lleva o no a casa y para, siempre.Los editores le pidieron ayer a Salman Rushdie que viniera a Barcelona, interrumpiendo el largo secreto de su huida, para contarles la esencia de lo que supone su peregrinacion. Le persiguen por haber puesto en un libro ideas que el fanatismo reprueba. Y le quieren matar todavía. En otras escalas, menos dramáticas y mucho menos truculentas, el libro sigue siendo ese objeto valioso y secreto que- se hace enemigo instantáneo de los intolerantes, aquéllos que aún no son conscientes de que los libros, como la música, amansan las fieras, y de que no matan ni electrocutan. Son libros, simplemente, y con esa fuerza viajan por el tiempo y para siempre.

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