Tribuna:

Por el coloquio, al suicidio

El 25 de marzo de 1930, en la casa madre de la Juventud Comunista del afamado barrio Krasnopresnia, el poeta VIadimir Maiakovski -en la cima maciza de la gloria, con la garganta hecha polvo y a escasos días de suicidarse: ¡buen panorama dialéctico!- se propuso meter en cintura a los curiosos bolcheviques, tocados por el denso clamor de la nueva moral poética. Había acudido para dar o hacer, mas por última vez en cualquiera de los dos casos, eso que hoy solemos llamar "una lectura comentada de sus propios poemas". Sólo que entonces, ¿para qué engañarse?, eso mismo no tenía nombre y, en consecue...

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El 25 de marzo de 1930, en la casa madre de la Juventud Comunista del afamado barrio Krasnopresnia, el poeta VIadimir Maiakovski -en la cima maciza de la gloria, con la garganta hecha polvo y a escasos días de suicidarse: ¡buen panorama dialéctico!- se propuso meter en cintura a los curiosos bolcheviques, tocados por el denso clamor de la nueva moral poética. Había acudido para dar o hacer, mas por última vez en cualquiera de los dos casos, eso que hoy solemos llamar "una lectura comentada de sus propios poemas". Sólo que entonces, ¿para qué engañarse?, eso mismo no tenía nombre y, en consecuencia, sucedía a lo bestia. Sin embargo, en mitad del abismo de acero que de aquel acto nos separa, ya es dable percibir en Krasnopresnia, en germen, la idea general, hoy del todo consolidada, de que lo importante no son los poemitas en sí, aunque bueno, sino esos paréntesis situacionales que cogen de la mano al oyente y se la aprietan adrede, para que perciban de tacto por qué tal verso se encabalga o cede a una postura existencial equis.Esa es la plusvalía que cosecha el que se ha desplazado a algo más que a que le lean, de viva voz, un rosario de versos inestables. Aprecia, pues, el asistente esa propina del espíritu campechano, aprueba la condescendencia del vate al abrirse y cerrarse, según, hasta acabar gozando a tope en cuanto el autor dice lo que quiso decir y no dijo, aunque lo dijo en cierta forma, pero...

Pero el lector que alguna vez haya asistido a una de esas lecturas sabe de sobra que el estallido del cosquilleo llega cuando, a los postres, se confirma que sí, que habrá coloquio: "Si alguien quiere preguntar algo..." ¿Habrá alguien? ¿Habrá algo? Ya no se acuerda nadie, ni por piedad siquiera, de aquellos personajes de Joaquín Dicenta que expresaban el abatimiento con higiénica decisión: "¡Qué más necesito saber!" Por eso, claro, a veces alguien pregunta algo y, de repente, la cosa cuaja, ¿jo, qué ambientazo!, y a la mañana siguiente el alguien resume el algo de lo que allí pasó: "El coloquio fue lo mejor". (Y eso puede empezar, por poner un ejemplo verídico, con una voz que busca a Octavio Paz: "Maestro, yo soy cubano, y quiero preguntarle si usted me puede dar su dirección".

Se reirá algún estrecho o golfante, es posible, pero luego se ensancha el horizonte de miras gracias al leve atrevimiento iniciático de uno que quiso, ir directamente al granero.)

Maiakovski había dicho en numerosas ocasiones lo que al punto había hecho: "Camaradas, ahora voy a leerles un poema que se titula..." Eso sí, entre ahora y ahora, entre nube y pan talón, hablaba de la vida, de, los canallas reaccionarios, de la es critura y de todo cuanto hiciese falta. Ese hablar gustaba un montón, porque era como bajarse de la nube y bajarse los pantalones en aras de la fraternidad proletaria. Aunque, en la época evocada, ya lo mejor de lo mejor venía con el coloquio. Maiakovski ("¡a mí, leoncitos!") se arremangaba, entraba en erupción y en trance, incluso en tardes como aquella del 25 de marzo de 1930, cuando alguien rompió el silencio así: "¿Por qué estuvo en la cárcel?" Y él aclaró que por el Partido, si bien marcó distancias: "Ha llovido lo suyo desde entonces'.

Otra voz: "¿Milita ahora en el Partido?" Y, al responder que no, otro dijo en voz alta lo que pensaba: "¡Lamentable!" Alegó el escritor revolucionario que, en fin, él trabajaba como un enano para el Partido, pero. que tenía ciertos hábitos poco compaginables con el trabajo organizado.

. Nuevo zumbido, desde otro ángulo: "¿Y por qué viaja al extranjero?" Maiakovski provoca risas entre el aguerrido auditorio al tener la ocurrencia de citar unos versos de Gorki que ni pintados. En ocasiones se escabulle: "Yo del Papa de Roma no puedo hablar". Y hay instantes terriblemente cómicos, bajonazos cargados de patetismo: "¿Por qué me reprochan que no me vaya a trabajar a un koljós? Si todos nos largásemos a los koljoses, las ciudades se quedarían vacías como leprosarios". Y, al agitarse demasiado el patio, se agarra al infalible clavo: "Ahora voy a leerles un poema... "

Pese a tanta robustez y astucia, Maiakovski se suicidaba el 14 de abril de 1930. Se ha hablado de decepción política. Se ha hablado de decepción sentimental. Y no se ha hablado de lo más probable: Maiakovski se suicida por haberle dado al coloquio la frecuencia y la intensidad de una sinrazón con causa.

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