Tribuna:

Shakespeare y Berlín

En el terreno de las programaciones musicales está de moda la palabra proyecto. Instituciones, orquestas y teatros rivalizan en justificar el alcance de sus propuestas con el valor de uso (o quizá, de cambio) de un proyecto. La denominación encubre sencillamente una filosofía o forma de actuación, un acercamiento al por qué de unas decisiones. Un proyecto acertado es, en cualquier caso, algo más que un listado de actos, por muy coherente que éste sea. Debe relacionarse con la sociedad que lo sustenta e implica continuidad y amplitud de miras. No es fácil improvisarlo, y se nutre a parte más o ...

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En el terreno de las programaciones musicales está de moda la palabra proyecto. Instituciones, orquestas y teatros rivalizan en justificar el alcance de sus propuestas con el valor de uso (o quizá, de cambio) de un proyecto. La denominación encubre sencillamente una filosofía o forma de actuación, un acercamiento al por qué de unas decisiones. Un proyecto acertado es, en cualquier caso, algo más que un listado de actos, por muy coherente que éste sea. Debe relacionarse con la sociedad que lo sustenta e implica continuidad y amplitud de miras. No es fácil improvisarlo, y se nutre a parte más o menos iguales de conocimiento e intuición sensible.Un proyecto en marcha es, por ejemplo, el de la Filarmónica de Berlín. Cada año una gran parte de sus actividades se genera alrededor de un personaje o motivo: en 1993 fue Hölderlin; en 1994 Fausto; en 1995 los mitos de antigüedad; en 1996 Shakespeare; y en 1997 ya tienen prácticamente ultimado Büchner.

Durante los siete meses que dura el actual ciclo dedicado a Shakespeare (finaliza el 29 de junio), la Filarmónica presenta obras de corte sinfónico inspiradas en el gran dramaturgo inglés, y así los Abbado, Solti, Rattle o Barenboim recrean con la Filarmónica páginas de Dvorak, Elgar, Chaikovski, Prokofiev, Berlioz, Mendelssohn o Strauss. Los teatros de prosa también se suman a la experiencia, desde la Schaubühne hasta el Hebbel o el Deutsches, invitando a compañías extranjeras para que complementen la muestra de sus propios montajes. En Berlín se verán con este motivo trabajos de Peter Stein, Peter Brook o Robert Wilson, y recitales poéticos de artistas de la talla de Bruno Ganz o Jutta Lampe. Varios cines ofrecen asimismo ciclos dedicados a Shakespeare y a las misma intención responden exposiciones y series de conferencias. La vida cultural de la ciudad rueda, pues, desde diferentes perspectivas, en un esfuerzo común de integración alrededor de este ambicioso proyecto.

El pistoletazo de salida fue el pasado 30 de noviembre en la Philharmonie con varias representaciones semiescenificadas de Otello, una de las tres óperas (junto a Macbeth y Falstaff) a las que Verdi puso música partiendo de textos de Shakespeare. Con algunas modificaciones, como la incorporación de Plácido Domingo o la sustitución de R. Bruson por R. Raimondi, y en un montaje escénico dirigido por el bineasta Ermanno Olmi, llega ahora al Festival de Pascua de Salzburgo los días 30 de marzo, 3 y 8 de abril. Para la Filarmónica de Berlín actuar en Salzburgo es siempre un estímulo porque, entre otras cosas, echan un pulso operístico a sus eternos rivales de la Filarmónica de Viena, puntales del festival de verano de la ciudad austríaca.

Las derivaciones del proyecto Shakespeare adquieren otra dimensión con esta salida al exterior (como el proyecto Büchner la tendrá el año próximo con las representaciones de Wozzeck de Alban Berg también en Salzburgo). Algo parecido en cuanto a repercusión externa se obtiene con las grabaciones discográficas. Los registros dedicados a Prometeo en la música o a Hölderlin de años anteriores dan buena prueba de ello.

El desplazamiento de la Filarmónica de Berlín ha traído además otras consecuencias. Aprovechando la ausencia, Daniel Barenboim ha organizado por primera vez en Berlín la Festtage, con dos ingredientes irresistibles: un ciclo completo de El anillo de Nibelungo de Wagner compuesta en escena de Harry Kupfer en la Staatsoper (días 31 de marzo, 1, 4 y 8 de abril) y tres conciertos de la Sinfónica de Chicago, la gran orquesta americana, en la Philharmonie (3, 5 y 6 de abril). Todo ello, por supuesto, dirigido por el propio Barenboim.

Para el turismo cultural de alto nivel adquisitivo la elección no es fácil, y se puede tambalear la tradicional hegemonía salzburguesa en estas fechas. Las dudas se suceden. ¿Qué escoger? ¿Berlín o Salzburgo? ¿Abbado o Barenboim? ¿Verdi o Wagner? ¿La Filarmónica de Berlín o la Sinfónica de Chicago? En fin, son consecuencias del dinamismo cultural de una ciudad, Berlín, que empieza invocando a Shakespeare y acaba siendo ella misma la protagonista absoluta de una agitación permanente.

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