Tribuna:

De Algeciras a Estambul

El Mediterráneo es un espacio entre dos estrechos: el Bósforo y el de Gibraltar. O lo que es lo mismo, Turquía y Marruecos, dos países semidesarrollados, con vocación de gendarme ante los integrismos, predominio de la versión moderada de la religión musulmana, desarrollo democrático desigual, alto grado de occidentalización y economías prometedoras.La nueva política mediterránea de la Unión Europea se asienta en estas redobladas columnas de Hércules como polos geográficos extremos de una futura zona económica integrada, la auténtica vacuna contra el choque de civilizaciones que temía Sa...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

El Mediterráneo es un espacio entre dos estrechos: el Bósforo y el de Gibraltar. O lo que es lo mismo, Turquía y Marruecos, dos países semidesarrollados, con vocación de gendarme ante los integrismos, predominio de la versión moderada de la religión musulmana, desarrollo democrático desigual, alto grado de occidentalización y economías prometedoras.La nueva política mediterránea de la Unión Europea se asienta en estas redobladas columnas de Hércules como polos geográficos extremos de una futura zona económica integrada, la auténtica vacuna contra el choque de civilizaciones que temía Samuel P. Huntington como sucedáneo o sustitutivo de la tensión Este-Oeste o capitalismo-comunismo.

Si esto es así, y si ambos países llevan en sus entrañas mercados geométricamente tan crecientes como sus poblaciones, ¿por qué los quince ministros de Asuntos Exteriores de la Unión Europea sólo remataron el lunes una de las dos faenas que tenían encomendadas? ¿Por qué concluyeron todos los pactos para la unión aduanera con Turquía, ya sólo pendiente del cedazo democrático a que el Parlamento Europeo someterá sus reformas legislativas, y en cambio dejaron sobre la mesa el acuerdo de asociación con Marruecos?

No por ignorar que uno de los dos grandes beneficiados del acuerdo será la propia UE -el otro es, naturalmente, Marruecos- y particularmente sus países mas industrializados. Holanda, Alemania y Bélgica, entre otros (también, aunque menos, Francia, Italia o España), se llevarán el gato del desmantelamiento (en 12 años) de las protecciones al mercado industrial o, de servicios marroquí al- agua de sus grandes compañías, llámense Phillips, Unilever, VW, Bayer, Basf, o Solvay. Y sin embargo, estos tres países -alguno de cuyos PIB dependen en más de un 60% de la exportación-, trocaron su liberalismo doctrinal en repentino absceso proteccionista del tomate o la flor cortada a la hora de afrontar las limitadas concesiones agrícolas. Más grave: por unas exportaciones adicionales de estos productos valoradas en un máximo de 3.200 millones de pesetas, miserable cantidad si se compara con las exportaciones europeas a Marruecos en 1994: 432.000 millones.

¿Qué razones sustentan esta temporal sinrazón económica y geoestratégica? Todas menores, pero que deberán ser masajeadas antes de que se reanude la sesión del Consejo, el día 10:

- El peso de los lobbies agrícolas. Logran achantar a sus respectivos ministerios sectoriales, y éstos, si no media un arbitraje político, condicionan a los ministros de Exteriores.

- La falta de maduración. El acuerdo de pesca -ya pulido- se ha digerido en siete espasmódicos meses. El de asociación, tras un año y medio de parálisis, reanudó el hervor hace apenas un mes, cuando el partido proteccionista de Marruecos, encabezado por Abdelatif Filali, perdió la batalla frente a su colega / rival fracción proeuropeísta. Un mes resulta escaso período de digestión, recuerdan los expertos negociadores.

- La falta de costumbre en el sacrificio. Hasta hoy los acuerdos con la cuenca sur cargaban sobre las producciones -las más concurrenciales- de los europeos mediterráneos, quienes pechaban con todos los costes de la entrada de exportaciones adicionales. Un reciente, ejemplo paradigmático, el del aceite tunecino. En esta ocasión, el pacto es más equilibrado, pues el impacto se reparte siquiera una pizca. Los europeos mediterráneos endosarán en torno al 80%-85% del coste -calculan los técnicos comunitarios-, pero las producciones continentales también resultan afectadas, fenómeno para el que no hay hábito.

- El temor al futuro: tras Túnez, Israel y Marruecos, vendrán otros acuerdos, hasta 12, de Asociación Euromediterránea, y por tanto nuevas oportunidades industriales pero también nuevas concesiones agrícolias. La incertidumbre de su alcance contribuye, a enrocar posiciones.

Todos estos factores se resumen en uno: la nueva política mediterránea de la UE, diseñada hace un año, ha cabalgado mucho. Pero la digestión, a Quince, del trecho, existente entre el dicho y el hecho, resulta bovina.

Archivado En