Crítica:

Las lecciones morales

Hace poco, Víctor Ullate, que estuvo más de 14 años junto a Maurice Béjart, recordaba aquella lejana vez que el Ballet del Siglo XX debía actuar al aire libre en las Tullerías de París, y llovió. El público decidió quedarse bajo paraguas hasta que escampara pasada la medianoche. Entonces Béjart, ejemplarmente, mandó a por música a casa de Pierre Henry, que la envió gustoso, y los bailarines, descalzos sobre un suelo húmedo, se entregaron a una larga improvisación.Ahora, lejos de Madrid, Maurice Béjart ha dado otra lección maestra de honestidad, entereza a un festival tambaleante y desorganizad...

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Hace poco, Víctor Ullate, que estuvo más de 14 años junto a Maurice Béjart, recordaba aquella lejana vez que el Ballet del Siglo XX debía actuar al aire libre en las Tullerías de París, y llovió. El público decidió quedarse bajo paraguas hasta que escampara pasada la medianoche. Entonces Béjart, ejemplarmente, mandó a por música a casa de Pierre Henry, que la envió gustoso, y los bailarines, descalzos sobre un suelo húmedo, se entregaron a una larga improvisación.Ahora, lejos de Madrid, Maurice Béjart ha dado otra lección maestra de honestidad, entereza a un festival tambaleante y desorganizado y a unos mercaderes del espectáculo que se han permitido el lujo de llamarle caprichoso y echarle las culpas del desaguisado, un caos de coordinación que ayer ni siquiera previó anunciar explícitamente al público que había una segunda parte de la velada, y medio teatro se marchó en lo que era un intermedio.

Béjart Baflet Lausanne

L'art du pas de deux: Maurice Béjart / varios; Variations pour une porte et une soupir: M. Béjart / Pierre Henry. Festival de Otoño. Teatro de la Zarzuela. Madrid, 28 de octubre.

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Libertad expositiva

A pesar de ello, la compañía, que apenas ha tenido oportunidad del ensayo general de rigor, demostró su calidad y, sobre todo, la deslumbrante libertad expositiva de su coreógrafo y director. L'art du pas de deux son dúos comunicativos y comunicados, intensos, amargos unos y alegres los otros, donde se crea una nueva lectura de tensión espacial e inédita con trozos precedentes y procedentes de distintas épocas y texturas (es el caso de la triple relectura de Erótica, juego de espejos que estrenaron en su día el propio Maurice con Laura Proença, y que luego hizo ella con un perfeccionista: Paolo Bortoluzzi).Destaquemos a Koen Onzia, que no conoce barreras en lo técnico; a Julio Arozarena, que da impronta actoral a un virtuosismo donde destaca el salto, y a Christime Blanc, con su gracia y precisión. Gil Román, intacto en lo físico, es el concentrado perfume de antaño, la memoria de un tiempo precioso para el arte del ballet que él aún revive a cada orgánico movimiento que realiza.

Citemos el fragmento de Mallarmé donde Béjart desacraliza el tutú e ironiza con él desde un distante respeto por lo académico, distanciándose de una corriente, también en boga hoy, donde se llegan a usar los tutús de fregona.

La noche la cerró Variations pour une porte et ou soupir, obra poderosa y actual, especie de ruleta francesa que disponía la suerte y la vida de siete bailarines, rendidos a una improvisación controlada.

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