Tribuna:

La vuelta

Este año no ha habido en España rentrée, esa palabra con la que los franceses designan la reanudación de las actividades, el comienzo del año real tras las vacaciones de verano. (Los franceses tienen una palabra especial para casi todo). Nadie ha tenido que amenazarnos con lo que nos esperaba a la rentrée. Porque hemos vivido el verano en la amenaza permanente: el presidente del Gobierno a punto de descender a los infiernos de un momento a otro, la seguridad nacional convertida en una casa sin puertas ni ventanas, los patriotas vascos. dispuestos a rendir en Palma de Mallo...

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Este año no ha habido en España rentrée, esa palabra con la que los franceses designan la reanudación de las actividades, el comienzo del año real tras las vacaciones de verano. (Los franceses tienen una palabra especial para casi todo). Nadie ha tenido que amenazarnos con lo que nos esperaba a la rentrée. Porque hemos vivido el verano en la amenaza permanente: el presidente del Gobierno a punto de descender a los infiernos de un momento a otro, la seguridad nacional convertida en una casa sin puertas ni ventanas, los patriotas vascos. dispuestos a rendir en Palma de Mallorca un nuevo servicio a la causa de la libertad, etcétera.Total, que nos hemos quedado sin rentrée, y a lo mejor por eso el señor Eco nos esperaba en las librerías, desde primeros de septiembre con uno de esos artefactos que a él le divierten tanto, le dan tanto dinero e indican, desde luego (no hace falta que él nos lo diga), que, a juzgar por su ejemplo, la novela, sí está en franca decadencia. Para acabar de convencemos de que, en efecto, rió había rentrée, nos han salida al paso, como si estuviéramos en mayo o en diciembre, dos nuevos diccionarios de autor, ese peculiar invento editorial de ahora que viene por cierto de muy atrás: el de literatura, de Francisco Umbral, que ha puesto muy nerviosa a mucha o alguna gente mientras no falta quien aplaude gozoso por lo bajo, aunque luego calla sigiloso, y el de las artes, de Félix de Azúa, tan ingeligente, tan lúcido, tan claro.

No, no llegó la rentrée porque no nos fuimos nunca, pero sí llegó el otoño, sí llegaron las caracolas de que habló el poeta esas flores otoñales, tan delicadas que le hicieron pensar en una mujer: "Ni nardos ni caracolas / tienen el cutis tan fino...". Es tiempo de caracolas, sí, no "tiempo de cerezas", como soñó la dulce y siempre recordable Montserrat Roig: "Alta catalanía, dulce provenzalismo de Su voz... Siempre era en ella tiempo de cerezas... Murió escribiendo un artículo diario en la cama. Como un hombrecito. Es un luto y un gozo releerla", escribe y llora Umbral.

Lejos del tiempo de las cerezas, viene el otoño, viene este otoño, con horribles tambores de sangre seca, con sombríos coroneles y banqueros despechados que hubieran hecho la delicia y la furia -literaria- de Valle-Inclán. La baraja del ruedo ibérico despliega de nuevo sus viejos naipes de oros falsos y espadas mentirosas. Sólo falta sor Patrocinio, la monja de las llagas, aunque a lo mejor se esconde en una tertulia radiofónica o por ahí. Y uno piensa, no por salvarse del acoso, sino porque estamos en otoño, y la afición literaria a cierta edad es ya incurable, uno piensa, digo, en los grandes versos de fray Luis, el grande, que asociaba el otoño con el vuelo de las grullas, el sembrado de los campos, el estudio y la alta poesía en su oda Al licenciado Juan de Grial: "El tiempo nos convida / a los estudios nobles, y la fama, / Grial, a la subida / del sacro monte llama...".

Cuando esto escribía no estaba el enorme fraile en un momento de serenidad: "De un torbellino / traidor acometido y derrocado", dice él mismo. Lejos de mí repetir su invitación; los consejos son flores agostadas en este fin de siglo; me limito sólo a repetir sus versos admirables, que no sé si tienen mucho sitio en el paisaje que nos rodea, aunque a lo mejor sí lo tienen porque el paisaje, los paisajes, siempre han sido, más o menos confusos, más o menos atorbellinados, por seguir con esta palabra.

El romanticismo inventó la melancolía del otoño y fue un mal invento. Basta escuchar a Vivaldi para darse cuenta: la vivacidad, el movimiento, la alegría definen su estación otoñal. De modo que nada de tejitas secas lágrimas pedestres y ayes derrumbados. La melancolía en su momento y por más altas razones. Es un fastidio, desde luego, que anochezca antes, como fastidia también que cuando llegue el horario de verano el día no se acabe nunca. Pero a cambio las playas vuelven a ser playas y no plazuelas para las vecinas con celulitis y los niños con pelotas amenazantes, y, sobre todo, parece que Laudrup ya está recuperado de su lesión y podremos verlo danzar genialmente encorvado sobre la hierba. Arte, a lo mejor hubiera dicho Félix de Azúa. A lo mejor. Y yo le hubiera aplaudido.

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