LAS VENTAS

La orejita inevitable

Cayó la inevitable orejita y fue el beneficiario Juan Diego, torero salmantino, debutante con picadores.De un tiempo a esta parte Las Ventas ha entrado en el club orejista, donde si no hay oreja no hay alegría, y es forzoso otorgarla, con razón o sin ella. Los motivos poco le importan al orejismo militante. La oreja es, al parecer, un bien en sí misma, única recompensa para quien ha pasado metido dentro del chubasquero una tarde fresca, grisácea, pelín ventosa y amenazando lluvia.

De todo ello hubo en Las Ventas -frescor, grisura, brisa serrana, orejita graciosa- y si no rompió a ll...

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Cayó la inevitable orejita y fue el beneficiario Juan Diego, torero salmantino, debutante con picadores.De un tiempo a esta parte Las Ventas ha entrado en el club orejista, donde si no hay oreja no hay alegría, y es forzoso otorgarla, con razón o sin ella. Los motivos poco le importan al orejismo militante. La oreja es, al parecer, un bien en sí misma, única recompensa para quien ha pasado metido dentro del chubasquero una tarde fresca, grisácea, pelín ventosa y amenazando lluvia.

De todo ello hubo en Las Ventas -frescor, grisura, brisa serrana, orejita graciosa- y si no rompió a llover, eso fue lo bueno. También resultó bueno el pundonor que allegaron en aras del triunfo los tres novilleros. José Luis Moreno, particularmente, tuvo momentos muy interesantes durante su primera faena, en la que obligó a embestir al tardo novillo, le corrió la mano por naturales, ligó los pases. Después desbarataría el meritorio trasteo echándose fuera a la hora de matar.

Palomo / Ortega, Moreno, Diego

Novillos de Palomo Linares, muy bien presentados, encastados, algo tardos; 6º, extraordinario.José Ortega: estocada honda trasera contraria (palmas y también pitos cuando saluda); dos pinchazos y estocada ladeada (silencio). José Luis Moreno: tres pinchazos, rueda de peones y cinco descabellos (silencio); estocada caída, rueda de peones y dos descabellos (palmas). Juan Diego, que debutaba con picadores: estocada honda (aplausos y también pitos cuando saluda); pinchazo, estocada y descabello (oreja con escasa petición). Plaza de Las Ventas, 17 de septiembre. Más de media entrada.

Al quinto, noble, flojo y tardó, lo toreó peor, pues se puso encimista, adelantaba el pico, descargaba la suerte. Es el mal de la época, en el que incurrió asimismo José Ortega. A su noble primero, después de banderillearlo sin especial relieve -igual resultado obtendría en su segundo-, Ortega lo muleteó unas veces abierto el compás, otras con la suerte descargada, no le cogió el temple y se le fue sin torear. Al cuarto, que devino aplomado, le porfió insistentemente junto a los pitones y acabó. aburriendo al personal.

Toreo más serio se traía el debutante Juan Diego, cuyo estilo ya pudo apreciarse en sus lances a la verónica. Al tercero le ensayó los naturales y derechazos sin conseguir centrarse, quizá porque le ahogaba la embestida, de suyo reservona. En el sexto, en cambio, salió a por todas. Salió como debe hacerlo un novillero en la primera plaza del mundo: animoso, entregado, dispuesto a triunfar contra viento y marea.

Ocurrió, sin embargo, que le faltó reunión y sosiego. Instrumentó suertes de repertorio, dio tandas de naturales y redondos, ejecutados, con templanza y largura, pero al reinatarlos rectificaba los terrenos. Los taurinos y los banderilleros de la nueva hornada les dicen a los matadores que lo propio del arte de torear es perder un paso. Pues no señor: lo propio es ganarlo. El toreo es cargar la suerte, no en ejecución de un canon arbitrario sino de la pura lógica del toreo; y luego ligar los pases. Toreando así el toro va encelado y sometido.

No a todos los toros se les puede practicar reposadamente este toreo, mas sí a los de encastada boyantía, y ése era el caso del novillo de Palomo Linares, que sobre su irreprochable trapío poseía una nobleza excepcional. Probablemente habría sido de vuelta al ruedo, lo cual es imposible de saber, ya que lo picaron contra las tablas, nadie se preocupó de lidiarlo como Dios manda, y, con semejantes formas no hay manera de que un toro manifieste su bravura. Tenía el novillo todo el acero metido en el cuerpo, la muerte invadiéndole las entrañas, y aún seguía embistiendo, fijo y humillado, a los naturales que le dio Juan Diego a guisa de adorno.

Y hubo petición de oreja; escasa pero a voces. Una rubia monísima le gritaba ¡capullo! al presidente, un malcarado sujeto ¡desgraciáo!, el estruendo para presionarlo alcanzó proporciones mayúsculas. Al fin el presidente -nada capullo ni desgraciao, se supone-, sacó el pañuelo orejero, los orejistas corearon ¡bieeen!, respiraron ranquilos y se marcharon con a satisfaccón del deber cumpido.

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