Crítica:

Tartufos sin fronteras

Expectación en el festival por ver el Tartuffe de Ariane Mnouchkine (10 funciones en el Palacio de Exposiciones de Chateaublanc, a ocho kilómetros de Aviñón; no hay entradas), otra gran dama de la escena que llevaba 12 años sin pisar el festival. En Aviñón, a la Mnouchkine, la veneran desde que, al principio de los ochenta, presentó en la Cour d'Honneur su célebre espectáculo shakespeariano a la salsa Kurosawa: Ricardo II, Noche de Reyes y Enrique IV, primera parte. En España se la conoce, casi exclusivamente, por su filme sobre Molière y el Illustre Théâtre...

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Expectación en el festival por ver el Tartuffe de Ariane Mnouchkine (10 funciones en el Palacio de Exposiciones de Chateaublanc, a ocho kilómetros de Aviñón; no hay entradas), otra gran dama de la escena que llevaba 12 años sin pisar el festival. En Aviñón, a la Mnouchkine, la veneran desde que, al principio de los ochenta, presentó en la Cour d'Honneur su célebre espectáculo shakespeariano a la salsa Kurosawa: Ricardo II, Noche de Reyes y Enrique IV, primera parte. En España se la conoce, casi exclusivamente, por su filme sobre Molière y el Illustre Théâtre (Moliére, 1976-1977).Resulta un tanto curioso que la misma mujer que escribió el guión y dirigió aquel filme sobre Moliére no haya puesto en pie hasta hoy una obra de este autor. Tartuffe es, en efecto, el primer Molière de Ariane Mnouchkine, un espectáculo estrenado en Viena (en el Wiener Festwochen el 10 de junio de este año), pagado, coproducido por los austriacos, los cuales disponen, al parecer, de más dinero que las pobres gentes de este Festival de Aviñón.

En unas declaraciones anteriores al estreno de este Tartuffe, la Mnouchkine afirmó que, en el caso de ser ciudadana de Estados Unidos, habría situado la acción en una pequeña comunidad de derechas, católica, próxima a Oklahoma, pero siendo francesa, se ha decidido "por situarla en Argelia, que está a dos pasos de Francia". Así pues, el Tartuffe de la Mnouchkine será un Tartuffe integrista e islámico, antes que un Tartuffe del Front National, un Tartuffe lepenista, como hacía presagiar el resultado de las últimas elecciones municipales francesas. (No hay que olvidar que Aviñón se encuentra entre Orange y Tolón, dos ciudades con alcaldes del FN y que mañana, la Mnouchkine participa aquí, en Aviñón, en un debate organizado por el Nouvel Observateur sobre el tema Que serait la France sans les artistes étrangers?, y que, como aperitivo del mismo, ha dicho que a pesar de ser francesa -de padre ruso y madre inglesa- y de adorar a su país, "mucho me temo que, a la postre, tendré que exiliarme. "Je ne peux pas vivre", afirmó, "dans un pays vichiste. Je sens qu'on s'en approche").

Ignoro si el Tartuffe de la Mnouchkine transcurre en Argelia; supongo que sí: las buganvilias y los claveles del precioso decorado, los vestidos de los personajes y la voz de Cheb Hasni -uno de los cantantes de rai más populares de Argelia, muerto en Orán, a los 27 años, en septiembre del pasado año, asesinado por un integrista- no permiten lugar a dudas. Pero a tenor de los nombres y apellidos de los intérpretes (juliana Carneiro de Cuhna, Renata Ramos Maza, Duccio Bellugi Vannuccini, Borís Brontis Jodorowski, Shahrokh, Meshkin Ghalan...) y de los diversos acentos con los que los miembros del Théâtre du Soleil dicen el texto de Moliére, uno piensa que, más que argelino, ese Tartuffe es un Tartuffe sin fronteras.

No tengo nada, faltaría más, en contra de los actores, de los artistas extranjeros que, en Francia o en cualquier otro país, se ganan o intentan ganarse la vida, pero me joroba que unos actores, y más tratándose de un texto clásico, no lo digan, no lo pronuncien de una manera lo más correcta posible. No les pido musiquilla de la Comédie, no les pido que hagan el ridículo, pero sí que hagan un esfuerzo -y algunos lo hacen, pero este esfuerzo acaba redundando en detrimento del texto: al preocuparse por pronunciar correctamente, acaban por masticar el verso, por convertirlo en una papilla intragable y que, encima, rompe el ritmo del verso, de la frase y hace interminables las escenas. Pero no reside ahí el principal defecto del Tartuffe de la Mnouchkine: el peor defecto reside en el, mismo personaje de Tartuffe, en su interpretación Un Tartuffe de tebeo, un malvado, curiosa mezcla de un Rasputín joven, recién salido del convento, y un gánster barato, muy barato. Un Tartuffe que, en vez de seducir a Elmire, la mujer de Orgon, lo que intenta es violarla. Un Tartuffe que, para inspirar la compasión de Orgon, finge un ataque de epilepsia y cuando el bueno de Orgon acude en su ayuda y se acerca para socorrerle, le muerde un dedo y echa a reír como un imbécil.

Puede ser que en Argelia los tartufos sean así, pero en esa Argelia aviñonesa de cartón piedra, resultan todavía un tanto insólitos. Y más cuando esa serpiente, esa hipócrita criatura, se desliza por un territorio que conserva, como el original molieresco, la figura del rey, de un rey absolutista que administra justicia según la "razón de Estado", es decir, de acuerdo con su conveniencia. Pero en el espectáculo de la Mnouchkine nada justifica el perdón del monarca a Orgon y la caída en desgracia de Tartuffe. El fanatismo, ridiculizado, está ahí; ridiculizado y a la vez brutal, pero la ideología, las razones que se ocultan tras ese fanatismo, su estrategia, incluso, no aparecen por ninguna parte.

El Tartuffe de la Mnouchkine está, pienso, más cerca de Savary, del teatro superficial y festivo, que no del Molière mostrado con inteligencia, con o sin un claro compromiso político pero sí con un evidente riesgo, por parte de una serie de directores franceses, de Jouvet a Vitez, que hoy consideramos como lo que son: maestros del teatro. Por el contrario, Ariane Mnouchkine se limita a jugar, a jugar con los vivos y los muertos, con evidente complacencia, autocomplacencia, y sin riesgo alguno. Buen provecho.

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