Tribuna:

La resaca de Cannes

Durará hasta el otoño -cuando se vea a qué ha conducido y qué anuncia- la resaca del festival de cine de Cannes. Pero, recuperado el resuello por quienes recibimos su paliza, emergen. ahora de sus residuos evidencias en forma de burbujas. Dentro de ellas hay aire, por supuesto, viciado.Primera evidencia. Hollywood sigue sin entrar en la pelea, porque no está gobernado por tontos y sabe que allí sus películas no se comerían una rosca. Y como cada una de las últimas ocho o nueve primaveras, los peliculeros californianos se refugiaron en la -fugaz como cualquier otra nada- pasarela de sus estrell...

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Durará hasta el otoño -cuando se vea a qué ha conducido y qué anuncia- la resaca del festival de cine de Cannes. Pero, recuperado el resuello por quienes recibimos su paliza, emergen. ahora de sus residuos evidencias en forma de burbujas. Dentro de ellas hay aire, por supuesto, viciado.Primera evidencia. Hollywood sigue sin entrar en la pelea, porque no está gobernado por tontos y sabe que allí sus películas no se comerían una rosca. Y como cada una de las últimas ocho o nueve primaveras, los peliculeros californianos se refugiaron en la -fugaz como cualquier otra nada- pasarela de sus estrellas, en los torcidos sótanos del marché du film y en las tiendas que organizan en los vestíbulos de un par de hoteles de lujo, donde trafican cine a granel, servido a domicilio por publicitarios de los llamados agresivos, cuyo desconocimiento de lo que tienen entre manos es tan pasmoso que, tras escucharles, uno no cree posible haber oído tantas sandeces en sesión continua.

La jauría de analfabetos que mueve estos tinglados encubre su ignorancia con ladridos, por lo que decir que en ella abunda -y crea estilo- un fantoche despótico con el bolsillo derecho del esmoquin abultado hasta la caricatura del horterismo por un teléfono japonés de mano es decir poca cosa y halagüeña. Hay un periodista que colecciona joyas que atrapa de los labios de estos expertos, y de ahí puede salir un libro glorioso. Como muestra, este botón. Preguntó un eminente: "¿Quién es el agente de ese actor que salía en el trailer de anoche? Su cara me suena: es un tal Grant; pero no Hugli, sino otro. Funcionaría apoyando a Tom [se supone que Hanks] con un guión adecuado y con Robert [se supone que Zemeckis] al mando". Alguien le ilustró: "Se llama Cary y su agente actual es San Pietro". El veinteañero sancionó: "Hay que parar los pies a esos malditos italianos. Se cuelan en todas partes". El diamante fue contado como literal, pero, si su brillo es falso, peor asunto, porque en Cannes es creíble.

Segunda evidencia. Que Hollywood sólo aporte a las pantallas circo informático aplicado a la imagen no significa que el cine estadounidense esté atrapado en un cementerio tecnológico. Hay, cada vez más pujante, otro cine americano que acude a Cannes, vence y convence. Que Tim Burton, tras la mediocre opulencia de Batman, lleve Ed Wood, una obra casi artesanal, y asombre lo dice todo, porque convierte en pasto del futuro al viejo Hollywood, hoy reducido a historia y memoria. Burton -no como aquel ejecutivo- sí sabe quién era Cary Grant; como Clint Eastwood sabía quiénes fueron Heriry Fonda y William Wellman cuando filmó Sin perdón; y Woody Allen sabe qué hizo Ernst Lubitsch al trazar la secuencia de Balas sobre Broadway. A Cannes sigue acudiendo cine norteamericano inconfundible, pero ya no procede de Hollywood.

Tercera evidencia. Europa -Carrington, La locura del rey Jorge, Hombres e insectos, Tierra y libertad, La mirada de Ulises, Underground lo proclaman- sabe y puede ser un rico territorio off Hollywood. El avance del cine británico hacia la reconquista de su identidad, desde hace decenios secuestrada por la absorción por las majors de su mercado y por su compra de cuantos talentos aparecen en la isla, es el lado más reconfortante de esa evidencia. Los insustituibles divos británicos actuales, de Jeremy Irons a Emma Thompson, de Anthony Hopkins a Gary Oldman, al contrario que sus colegas padres (como ese Cary Grant en el que aquel lince veía una buena muleta para Tom Hainks), que sólo compraron el de ida, piden ahora que su billete a Los Ángeles sea con vuelta rápida incluida.

Y se reincorporan, aportando su enorme caudal de convicción, al cine de su país, que por fin busca fundirse con otras Europas. Y eso -y no los tenderetes de mercadotecnia de Bruselas- sí es recuperar de las mandíbulas del león algunas de las enormes tajadas de nuestro mercado que Hollywood se merienda a cambio de filmes casi siempre estúpidos y a veces incluso humillantes.

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