Reportaje:VA DE RETRO

"Por favor, déme un 'golpe'"

La primera hamburguesería americana de la capital se abrió hace 20 años en la calle de Princesa

La inauguración, el 19 de junio de 1975, de la primera hamburguesería típicamente americana, el Burger King de la plaza de los Cubos, despertó entre los madrileños una curiosidad inusitada por la gastronomía yanki. Durante semanas las filas de curiosos serpenteaban por la plaza y por la calle de la Princesa a la espera de hincarle el diente al rollizo bollo de pan con semillas de sémola, relleno de carne picada, lechuga, tomate, cebolla, pepinillos y mayonesa, receta básica de la estrella del Burger King, el Whopper."La gente no había visto una hamburguesa en su vida. Como mucho conocía...

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La inauguración, el 19 de junio de 1975, de la primera hamburguesería típicamente americana, el Burger King de la plaza de los Cubos, despertó entre los madrileños una curiosidad inusitada por la gastronomía yanki. Durante semanas las filas de curiosos serpenteaban por la plaza y por la calle de la Princesa a la espera de hincarle el diente al rollizo bollo de pan con semillas de sémola, relleno de carne picada, lechuga, tomate, cebolla, pepinillos y mayonesa, receta básica de la estrella del Burger King, el Whopper."La gente no había visto una hamburguesa en su vida. Como mucho conocía los filetes rusos caseros, y, estaba como loca por ver de cerca algo realmente americano. Las colas que se formaban me recuerdan a lo que ha sucedido en los países del Este cuando se han abierto establecimientos de este tipo", afirma Pepa del Río, hoy encargada de este restaurante, el primero que la cadena americana abría fuera del contorno de Estados Unidos y Puerto Rico.

Entonces Pepa era una de las empleadas de base recién contratadas por la multinacional para familiarizar a los madrileños con la cultura culinaria americana. En estos 20 años Pepa ha subido peldaño a peldaño dentro de la casa, pero reconoce que cuando el estrés la vence se refugia en la parrilla y prepara hamburguesas como una más.

El único mal trago que digerían los primeros curiosos era encargar el menú. "La gente tenía muchas dificultades cuando llegaba al mostrador y te pedía las hamburguesas. Lo pasaban fatal. Al Whopper lo llamaban de todas las maneras imaginables, aunque lo más normal era decir: 'Déme un golpe, por favor'". Otras veces enrevesaban aún más la pronunciación y optaban por el gorper el guper o cualquier otra combinación fonética que dictase la intuición. Afortunadamente no había mucho donde elegir, y al final acabaron por acostumbrarse.

El menú inicial era más escueto que ahora, pues el olfato comercial de los gestores ha incorporado algo tan español como el gazpacho, sin olvidar las ensaladas o los zumos. "Entonces era muy básico, el Whopper, la hamburguesa de pollo y la de pescado. De postre, el pastel de manzana".

Pese a esa mayor complicación de la carta, el famoso Whopper sigue siendo el rey indiscutible, hasta el punto de que en su patria de origen se conoce al Burger King como la casa del Whopper. "Ninguna otra hamburguesa ha conseguido desbancarlo hasta hoy", asegura Pepa. "Yo era una fanática, pero, claro, después de 20 años preparándolas ya estoy un poco saturada".

Superada la curiosidad inicial, la clientela se fue definiendo. "Al principio la gente de 40 años entraba muy mal. Teníamos sobre todo adolescentes, pandillas enteras de quinceañeros". Este éxito con el público más joven enfocó la estrategia comercial hacia los niños para atraer a los padres. A partir de entonces la expansión fue imparable y otras multinacionales como McDonald's y Wendy se instalaron en la capital.

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En 1982, los burguerdólares, como los llamaba un periodista un tanto resentido, habían comprado ya el Café Iruña, en la calle de Silva; El Edén de los Pantalones, en Mayor; la tienda de caramelos Luiman, en Fuencarral; el bar Flor, en la Puerta del Sol; la zapatería Segarra, de Callao, amén de la famosa joyería Aleixandre, en la esquina de Gran Vía con Montera.

También fue imparable la captación de adeptos, y con el tiempo consiguieron que los ejecutivos perdieran los reparos a entrar en una hamburguesería y a compartir mesa con mochileros, inmigrantes de pocos recursos y amas de casa. "

El uniforme

Para José Antonio Locay, director de operaciones de Iberdal, uno de los principales franquiciados de Burger King, el perfil del cliente se ha diversificado, pero está condicionado por el propio mapa de la región. Así, en las zonas más céntricas, los comensales son mas variopintos, mientras que en la periferia "el Burger sigue siendo el lugar de encuentro de los jóvenes del barrio", y el servi-coche (un servicio implantado en seis restaurantes del cinturón que permite llevarse la comida a casa sin bajarse del auto) pone la nota más colorista. "En los de Las Rozas o Majadalionda no es raro encontrarse desde políticos de primera fila hasta futbolistas del Real Madrid", asegura Locay.La capital, según los responsables de esta multinacional, tiene el mercado más maduro de España. De los 103 restaurantes que tiene en el país, la mayoría en régimen de franquicia, 45 están en esta región, y es el de Parquesur, en Leganés, el que bate todos los récords nacionales de ventas de la cadena.

Antes de finalizar la entrevista, Pepa del Río se mete en la cocina y demuestra su destreza con la parrilla. En menos de dos minutos ha asado la carne y tiene el Whopper a punto para servir. Ella se siente parte de la familia King y destaca con orgullo la mayoritaria presencia femenina en la plantilla. El 90% de los empleados de base son mujeres, y la subida en el escalafón laboral no reduce prácticamente este . porcentaje. "En el caso de los gerentes del restaurante somos el 70%".

Los uniformes de los empleados de los burguers han sido tan llamativos como poco favorecedores. "Al principio, muchos clientes dudaban en entrar o no sólo por la pinta que llevábamos", corrobora Pepa. "Recuerdo que el primer día, cuando nos vestimos y bajamos por la calle, la gente nos miraba alucinada. Vestidas de bandera española, con la gorra abullonada, estábamos horrorosas. Yo andaba medio escondida por si entraba algún conocido". El miedo al ridículo de Pepa estaba justificado. Llevaban un pantalón rojo y una casaca de rayas marrones, rojas y amarillas.

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