Los escritores recuerdan a Concha Espina, a los 40 años de su muerte

Hace ahora cuarenta años, en 1955, murió Concha Espina. Madrid rindió la semana pasada un homenaje a la escritora, en el que intervinieron el embajador Alfonso de la Serna y la actriz Carmen de la Maza, ambos nietos suyos, y el poeta José Hierro, que la conoció personalmente.Famosísima en aquel tiempo -llegó a estar propuesta para el Nobel- fue una incansable trabajadora hasta el final. Solo dos días antes de su muerte, envió a la prensa su último artículo: Palabras, se titulaba. "Agradeceré que lo publiquen cuando buenamente puedan", decía la nota de su mano que lo acompañaba. S...

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Hace ahora cuarenta años, en 1955, murió Concha Espina. Madrid rindió la semana pasada un homenaje a la escritora, en el que intervinieron el embajador Alfonso de la Serna y la actriz Carmen de la Maza, ambos nietos suyos, y el poeta José Hierro, que la conoció personalmente.Famosísima en aquel tiempo -llegó a estar propuesta para el Nobel- fue una incansable trabajadora hasta el final. Solo dos días antes de su muerte, envió a la prensa su último artículo: Palabras, se titulaba. "Agradeceré que lo publiquen cuando buenamente puedan", decía la nota de su mano que lo acompañaba. Se publicó el 20 de mayo, un día después de la muerte de su autora.

A mediados de 1920, una elegante señora, con pamela y pañelos al viento, llegó a la población de Nerva, cerca de las minas de Riotinto. Buscaba fonda y en contró una, miserable, en la que alquiló una habitación recién desocupada por la muerte de su último inquilino, un minero chino, "mi antecedente del Celeste Imperio", como diría después la viajera con buen humor. "Como llegó sola y era todavía una mujer atractiva, en el pueblo pensaron que se trataba de una cantante, una tal Amalia Molina, que estaba muy de moda en los años veinte", recuerda ahora Alfonso de la Serna, nieto de aquella mujer tenaz y concienzuda, Concha Espina.

Pundonor literario

Lo que la había llevado hasta "aquella ciudad pavorosa" era su pundonor literario. Quería ver, vivir la experiencia que estaba decidida a contar. "Bajó a los pozos, convivió con los mineros y los líderes sindicales, vivió la epopeya de los mineros. Y escribió El metal de los muertos, una novela que, con La esfinge maragata, es, a mi juicio, lo mejor que ha hecho", afirma su nieto Alfonso. También para La esfinge maragata Concha Espina decidió documentarse directamente en la Maragatería, una comarca leonesa en la que, debido a la emigración, no había más que mujeres. Se instaló en Castrillo de Polvazares, en una casita de adobes señalada hoy por una lápida, y desde allí vivió las escenas que su nieto la oyó contar antes de que se transformaran en ficción.

Para entonces, la escritora santanderina era ya muy famosa. Desde sus primeros versos, publicados cuando apenas era una adolescente, se había ido haciendo un hueco cada vez más espacioso en el mundo de las letras. El fracaso de su relación matrimonial se ve compensado con sus éxitos como escritora. La niña de Luzmela la dio a conocer en 1909 como novelista y sus artículos en la prensa la mantienen en permanente actualidad.

Amante de la libertad, solidaría, muy entera, muy enérgica, muy recta, un tanto coqueta -"jamás permitió que la llamáramos abuela, había que llamarla madrina. Y se quitaba años"-, recuerdan sus nietos. Severa con los otros y consigo misma, de fuerte religiosidad, "pero nada beata ni ñoña", en palabras de Alfonso de la Serna, que reconoce que le es más fácil recordar las virtudes que los defectos de aquella mujer famosa y querida. "Llevaba muy mal el menosprecio, se enfurecía si no le reconocían sus méritos". Pero el balance sobre su carácter, dice, es positivo.

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