Tribuna:

Mujeres al telescopio

En la vida cotidiana, a los hombres (al menos a mí) con frecuencia nos parece que las mujeres son más observadoras que nosotros y se fijan en detalles que nos pasan desapercibidos. En la ciencia, a pesar de que la fama popular corona sobre todo a los teóricos -que suelen ser hombres-, cada vez es más difícil ignorar la enorme contribución de las mujeres a la investigación empírica y observacional, incluso en campos tan duros como la astronomía.En los últimos meses pocas noticias han agitado tanto las ya de por sí procelosas aguas de la cosmología como la publicación por la astrónoma Wendy Free...

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En la vida cotidiana, a los hombres (al menos a mí) con frecuencia nos parece que las mujeres son más observadoras que nosotros y se fijan en detalles que nos pasan desapercibidos. En la ciencia, a pesar de que la fama popular corona sobre todo a los teóricos -que suelen ser hombres-, cada vez es más difícil ignorar la enorme contribución de las mujeres a la investigación empírica y observacional, incluso en campos tan duros como la astronomía.En los últimos meses pocas noticias han agitado tanto las ya de por sí procelosas aguas de la cosmología como la publicación por la astrónoma Wendy Freedinan en Nature, a finales de octubre pasado, de los resultados de la nueva medición de la constante de Hubble a partir de observaciones efectuadas con el telescopio espacial. Esta medición, que da un valor de unos 80 kilómetros por segundo por cada megaparsec [un megaparsec 3,2 años luz] de distancia, implicaría una edad del universo menor que la de las viejas estrellas que forman los cúmulos globulares de nuestra galaxia, lo que no puede ser. De ahí el revuelo.

Para calcular la edad y el destino último del universo (dentro del modelo cosmológico estándar) sólo necesitamos dos datos: el valor de la constante de Hubble y el de la densidad media de la materia. La constante de Hubble mide la expansión del universo. Las galaxias lejanas parecen alejarse de nosotros a una velocidad proporcional a su distancia. El cociente de esa velocidad por la distancia es precisamente la constante de Hubble. La velocidad de una galaxia es fácil de saber, en función del corrimiento hacia el rojo del espectro de la luz que nos llega de ella.

Lo difícil de determinar es la distancia. El mejor método para averiguar la distancia consiste en medir el periodo de oscilación del brillo de las estrellas variables cefeidas (así llamadas por haberse observado primero en la constelación de Cefeo), que es proporcional a la luminosidad intrínseca. Comparando su luminosidad intrínseca con la aparente, podemos calcular la distancia.

Lo que Freedinan y sus colaboradores han hecho ha sido localizar y medir (comparando fotos) el periodo de os cilación de 20 estrellas cefeidas de una galaxia (la M100) lo suficiente mente alejada como para no estar gravita toriamente ligada a nuestro grupo local, sino en expansión libre respecto a nosotros. Establecida así la distancia de M100, el análisis espectral de su luz permite determinar su velocidad de recesión, con lo que podemos computar la constante de Hubble.

Este método para medir distancia, basado en las cefeidas, se debe a la astrónoma Henrietta Leavitt, que lo descubrió en Arequipa (Perú), adonde había sido enviada por el Observatorio del Harvard College. Todas las estrellas de las nubes de Magallanes (las galaxias más próximas a la nuestra, visibles desde el hemisferio sur) están a aproximadamente la misma distancia de nosotros. Además, están tan cerca que es posible observar las oscilaciones de sus estrellas variables. Observando estas cefeidas, Henrietta Leavitt descubrió en 1908 (y publico en 1912) que cuando mayor es el brillo aparente (y, por tanto, su luminosidad intrínseca, dada la distancia casi igual) de una cefeida, tanto mayor es su periodo de oscilación de brillo. Descubrió así la relación entre periodo y luminosidad de las estrellas variables cefeidas, aplicada ahora por Wendy Freedman.

En 1976, Sandra Faber descubrió un nuevo método para determinar la distancias a las galaxias, llamado la relación de Faber-Jackson. Y no se piense que la contribución- de las mujeres se ha limitado a determinar distancias. En los años ochenta, Margaret Geller (con John Huchra) ha estudiado la estructura tridimensional de la distribución de las galaxias, descubriendo que ésta es mucho menos homogénea de lo que se pensaba, pues el Universo tiene una textura espumosa, donde las galaxias se concentran en las paredes de las burbujas, dejando enormes vacíos en su interior.

Jesús Mosterín es catedrático de Lógica, Historia y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Barcelona.

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