Crítica:

Spengler o el ardor

Sirens

Dirección y guión: John Duigan

Fotografia: Geoff Burton. Música: Rachel Portman. Producción: Sue Millilcen para WPM Films y British Films, Australia-Gran Bretaña, 1994. Intérpretes: Hugh Grant, Tara

Fitzgerald7, Sam Neill, Elle

Macpherson, Portia de Rossi. Estreno en Madrid: Vaguada, Albufera,

Colombia, Palafox y Azul.

Hay algunos elementos zumbonamente divertidos en este filme a veces extraño e incitante, otras indescriptiblemente vulgar, aunque con pretensiones. Uno radica ya en el punto de partida de la narración. Un pastor protestante...

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Sirens

Dirección y guión: John Duigan

Fotografia: Geoff Burton. Música: Rachel Portman. Producción: Sue Millilcen para WPM Films y British Films, Australia-Gran Bretaña, 1994. Intérpretes: Hugh Grant, Tara

Fitzgerald7, Sam Neill, Elle

Macpherson, Portia de Rossi. Estreno en Madrid: Vaguada, Albufera,

Colombia, Palafox y Azul.

Hay algunos elementos zumbonamente divertidos en este filme a veces extraño e incitante, otras indescriptiblemente vulgar, aunque con pretensiones. Uno radica ya en el punto de partida de la narración. Un pastor protestante británico, que viaja con su esposa por la Australia de los años veinte, se ve atrapado de pronto sin querer en un asunto extraño que le encomienda un, obispo: convencer a un pintor descaradamente transgresor que retire sus cuadros de una exposición. No son unos cuadros cualquiera: en uno, la propia esposa del artista aparece retratada desnuda y crucificada; en otros, un erotismo gozoso e inocente invade los lienzos, siempre protagonizados por rotundas, deseantes jovencitas en flor. Nuestro hombre acepta, y será éste el origen de muchas turbaciones y deslizamientos progresivos hacia el placer, si nos excusa Robbe-Grillet, y sorprendentes revelaciones.Además de a una reivindicación tibiamente feminista, Sirens se apunta al espectáculo de iniciación en los misterios de las tendencias sexuales de dos seres reprimidos, el sacerdote y su esposa, por obra y gracia de un ambiente disoluto y tórrido. Todo en el filme está construido, en buena lógica, a partir de la oposición entre ocultamiento y verdad, entre doblez y sinceridad, entre sentimientos y deseos, y todo él bascula sobre la idea de la mirada furtiva: la esposa que observa, el pastor que se niega a mirar aunque le corroen las ganas de hacerlo, el pintor que observa con indisimulada burla las cuitas de ambos. Y la provocación: de las dos modelos desenvueltas y provocadoras una de ellas, la célebre top-model Elle Macpherson, soberana criatura del supuesto modelo ciego que provoca el deseo en dos, de las féminas; y hasta del pintor, una provocación intelectual que no siempre encuentra justa réplica en ese lector voraz de La decadencia de Occidente de Oswald Spengler que es el pastor.

Equidistante

El filme mantiene siempre un punto de vista equidistante de sus criaturas y propone con acierto una iconografía religiosa reconocible hasta por públicos poco o nada iniciados en los misterios de la fe: si vale un ejemplo, una bíblica serpiente -¿la que tentó a Eva?- se pasea por el ambiente como un recordatorio perpetuo, a la vez símbolo de una sexualidad desbordada y constante peligro físico nada disimulado.

Pero en ocasiones las intenciones de sus responsables oscilan peligrosamente hacia el lugar común la denuncia del puritanismo de la tosca, agresiva, sociedad rural australiana de la época, e incluso, ay, hacia el buen-mal gusto, ése que le hace recrear las pulsiones eróticas de la esposa del clérigo con un espíritu que, en sus mejores momentos, se diría copiado de P1ayboy, y en los peores, nacido de la imaginación parca y calenturienta de una ex alumna de colegio de monjas, reprimidilla y pasablemente lésbica. Lo que no obsta para considerar que Sirens constituye un producto agradable y entretenido, al cual su falta de garra y la tibieza de su denuncia no lo descalifican como espectáculo recomendable para espíritus turbados. O turbables.

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