Crítica:

Una despedida

El médico de su honra

De Pedro Calderón de la Barca, revisión de texto de Rafael Pérez Sierra música de Tomás Marco.

Intérpretes: Manuel Navarro, Arturo Querejeta, Héctor Colomé, Félix Casales, Adriana Ozores, Maribel Lara Carlos Hipólito, Aitor Tejada, Esther Montoro, Sofia Muffiz, Enrique Menéndez, Pedro Forero, Salvador Sanz, José Olmo, Anselmo Gervolés, Ana Casas, Concha Sáez, María Luisa Ferrer. Escenografia, vestuario e iluminación: Carlos Cytrynowski. Dirección escénica: Adolfo Marsillach. Compañía Nacional de Teatro Clásico. Teatro de la Comedia. Madrid 20 d...

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El médico de su honra

De Pedro Calderón de la Barca, revisión de texto de Rafael Pérez Sierra música de Tomás Marco.

Intérpretes: Manuel Navarro, Arturo Querejeta, Héctor Colomé, Félix Casales, Adriana Ozores, Maribel Lara Carlos Hipólito, Aitor Tejada, Esther Montoro, Sofia Muffiz, Enrique Menéndez, Pedro Forero, Salvador Sanz, José Olmo, Anselmo Gervolés, Ana Casas, Concha Sáez, María Luisa Ferrer. Escenografia, vestuario e iluminación: Carlos Cytrynowski. Dirección escénica: Adolfo Marsillach. Compañía Nacional de Teatro Clásico. Teatro de la Comedia. Madrid 20 de enero.

Si éste es tiempo de fingir, por qué no ha de fingirse, también, un estreno. El de esta versión de Marsillach-Cytrynowski-Pérez Sierra de El médico de su honra, de Calderón, sucedió en 1986 y fue la discutida inauguración de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC). Se habla ahora en el programa de que aquello fue "el primer estreno" (Pérez Sierra); "volvemos a estrenar", anota Marsillach. Son disparates de la lógica lingüística: sólo se estrena una vez.Ha cambiado la compañía: tampoco es cierto. Sigue siendo la Compañía Nacional de Teatro Clásico, que ha tenido como norma ser siempre compañía aunque cambiasen sus actores. No la ha favorecido el cambio de personal: mal entonces, mal ahora. Hubo en 1986 la excepción de Pellicena; no lo es hoy Carlos Hipólito.

El verso sigue mal dicho, y Calderón, medio oculto bajo la mala dicción y la escenografía, los figurines, los inventos de escena, los personajes añadidos y silenciosos, las escenas mudas. Sale siempre su salvajada, o la brutalidad del suceso que contaba: el asesinato impune de una esposa, de una manera especialmente repugnante, por un marido celoso que la sabe inocente, pero que pone por encima cualquier sospecha de !u honor.

¿Merece la pena volver a discutir sobre el libre albedrío, el sentido de destino, la verdadera naturaleza de Calderón? Creo que no reponer una crítica parece tanta muestra de pereza mental como fingir que se estrena una obra ya estrenada.

Dice Marsillach que así se cierra un ciclo de diez años (tampoco es verdad: son ocho y años y pocos meses más), y en esas palabras algunos encontraron alarma sincera: creían que era una despedida más a este Gobierno. No parece ser así: lo era para este grupo de representaciones que ha hecho la compañía nacional; y probablemente algo que ya no se repetirá nunca más, que es la extraordinaria participación de Carlos Cytryriowski en ella: le ha dado su sello. Su salud no se lo permite y el espectáculo era una despedida.

Es lógico creer que, sin él, la CNTC no será la misma, ni este Marsillach, que tan estrechamente ha trabajado, Con él, hasta el punto de asumir su estética como propia y de defenderla vivamente contra quienes la creíamos errónea desde un punto de vista de concepto general del teatro clásico (que es esencialmente teatro de autor) e incluso desde un punto de vista estético, como ya apareció, y reaparece, en este Médicoöcre y oscuro, arábigo andaluz con toques japoneses.

No deja de ser curioso que en esta compañía hayan tenido más reposo, más fidelidad, más relato teatral, más entereza de verso y más intriga las obras que no han sido concebidas personalmente por Cytrynowsky y Marsillach, y lo digo así porque, entre tanto fingimiento, no veo conveniente añadir el mío.

Para precisar: la capacidad de riesgo, de aventura y de ensayo que han tenido estos dos creadores han sido, probablemente, mucho más importantes que las complacencias de otros: en cada una de sus creaciones ha habido destellos genialoides, descubrimientos escenográficos importantes. Creo haber escrito alguna vez, y si no, lo digo ahora, que un fracaso de Marsillach es más importante que un éxito de otras personas, y que con todos ellos se le puede colocar entre los cuatro o cinco grandes directores españoles. No sé si él se mira a sí mismo de otra manera: probablemente el hecho extemporáneo de hacer un estreno que lo es, de conmemorar un aniversario que no existe y de cerrar un ciclo personal obedece a esa mirada sobre sí mismo y sobre su gran compañero Cytrynowski.

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