Tribuna:

Sonrisas con trasfondo

Con el título de Sonrisas, presenta el norteamericano Alex Katz (Nueva York, 1927) una serie de 12 cuadros, los cuales, salvo uno, poseen el mismo formato -243,8 x 182,9 centímetros-, la misma técnica -óleo sobre lienzo-, el mismo fondo negro y, en fin, el mismo icono, retratos individuales del rostro de mujeres que sonríen. La única excepción que se acaba de aludir se refiere al retrato de la mujer del pintor,. titulado Gran sonrisa roja, la cual, aunque también efectivamente, sonríe, está enmarcada en un fondo rojo y posee un monumental formato apaisado de 243,8 x 304,8 centíme...

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Con el título de Sonrisas, presenta el norteamericano Alex Katz (Nueva York, 1927) una serie de 12 cuadros, los cuales, salvo uno, poseen el mismo formato -243,8 x 182,9 centímetros-, la misma técnica -óleo sobre lienzo-, el mismo fondo negro y, en fin, el mismo icono, retratos individuales del rostro de mujeres que sonríen. La única excepción que se acaba de aludir se refiere al retrato de la mujer del pintor,. titulado Gran sonrisa roja, la cual, aunque también efectivamente, sonríe, está enmarcada en un fondo rojo y posee un monumental formato apaisado de 243,8 x 304,8 centímetros.En los aledaños del pop, la descripción escueta de la serie presentada ahora por Katz en Madrid podría dar la falsa impresión de algo consabido, sobre todo a quien no conociera bien la trayectoria de este interesante pintor americano, que oculta sofisticados problemas pictóricos y psicológicos bajo unas apariencias simples y hasta formularlas. Katz, por ejemplo, no trabaja a partir de imágenes populares, sino de su entorno, más o menos, íntimo, o, cuando no se trata de retratos individuales, al referirse a escenas cotidianas triviales, tampoco emplea estereotipos o los trata con un denso cristal de empatía, sugiriendo una multiplicidad de significados. Por último, aunque su pintura nos produce el efecto de una especie de fotorrealismo, enseguida descubrimos no sólo el óleo, sino agudas notas de atención en pequeños detalles, reveladoras de que nos hallamos ante un artista en la antípoda del cartelismo publicitario.

En este sentido, creo difícilmente podríamos encontrar una más adecuada ilustración del mejor Katz que en esta soberbia serie de sonrientes mujeres, todas ellas pintadas con esa magistralmente compleja sencillez que caracteriza a su autor, y a través de las cuales la mirada atenta e inteligente no sólo descubre, o va descubriendo, una riquísima carga semántica, a la par que muy sabios pormenores del, en este caso, sutilísimo pincel, sino una impactante, mezcla de distancias emocionales -algo así, por utilizar una expresión popular , como si fuera un combinado de frío por fuera y cálido por dentro-, que es precisamente lo que ha dado y sigue dando densidad a la obra de Katz.

De manera que, al ver la exposición, pensé en las cartillas fisiognómicas clásicas y, en esta misma perspectiva, repentinamente se me hizo cada vez más obvio el tono clasicista de este pintor, en la medida en que lo objetivo y lo reflexivo se anudaban con lo emocional en favor de una representación conscien-, te de la historia, si bien las historias actuales, espíritu de época, pasan por el tamiz de los encendidos umbrales de lo cotidiano-íntimo. Katz me parece, en definitiva, un pintor americano muy europeo, muy en la gran tradición intelectual de la pintura europea clásica.

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