Tribuna:

El rey desnudo

Estamos los españoles tan obnubilados por el nuevo lugar que ocupamos en el mundo, tan borrachos de nuestra actual opulencia (porque sin duda somos unos potentados: no hay más que mirar a nuestro reciente pasado o a los miles de millones de miserables con los que compartimos este planeta), que padecemos todos los vicios de los nuevos ricos. Por ejemplo, hacemos lo que sea para que no se nos note el pelo de la dehesa, para disimular que hasta ayer mismo fuimos pobres y casposos. Somos unos desclasados, eso es lo que somos, desclasados históricos, y como no sabemos bien quienes somos ni dónde es...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Estamos los españoles tan obnubilados por el nuevo lugar que ocupamos en el mundo, tan borrachos de nuestra actual opulencia (porque sin duda somos unos potentados: no hay más que mirar a nuestro reciente pasado o a los miles de millones de miserables con los que compartimos este planeta), que padecemos todos los vicios de los nuevos ricos. Por ejemplo, hacemos lo que sea para que no se nos note el pelo de la dehesa, para disimular que hasta ayer mismo fuimos pobres y casposos. Somos unos desclasados, eso es lo que somos, desclasados históricos, y como no sabemos bien quienes somos ni dónde estamos, andamos perdidos en la admiración por el discurso convencional, por el mundo del poder tradicional, por la clara voluntad (ellos sí saben dónde están) de los ricos de siempre.Quiero decir que ahora mismo llega un señor de traje cruzado y gomina en la azotea y suelta una frase brutal, un pensamiento drástico, y todos nos quedamos encogidos, dispuestos a creerle a pies juntillas, porque si lo ha dicho un señor tan serio y de tanto postín será verdad. Ya se sabe que aunque el Rey vaya desnudo uno le ve vestido: el Poder siempre ha tenido esa capacidad de convicción, de alucinación, de imposición. Además, el discurso del dinero está de moda: lo han disfrazado de pragmatismo y de única postura racional, y si te opones a ello corres el riesgo de ser tenido por un imbécil, un progre apolillado y un robaperas. A lo cual contribuyen eficazmente todos esos santones de la izquierda pétrea que siguen pretendiendo (ellos también) que sus dogmas y sus prejuicios son razonables. Entre unos y otros, en fin, han conseguido que hablar de ricos y de pobres suene a risa.Y, sin embargo, hay que hablar de ello. Hay que decir, por ejemplo, que el 20% más rico del planeta obtiene el 87% de los ingresos totales, mientras que el 20% más pobre sólo se reparte el 1,4% y que esto, además de ser injusto, indica que hay intereses radicalmente distintos en el mundo. La vieja teoría de la lucha de clases ya no sirve, pero eso no quiere decir que ahora todos seamos iguales y que a todos nos convenga la misma ordenación de las cosas. Por el contrario, hay prioridades y conveniencias diferentes e incluso, muy a menudo, contrapuestas. Y de esos intereses de cada cual (de cada grupo social) emana una determinada visión de la realidad, ni inocente ni neutra.

Que no vengan los del Fondo Monetario, pues, diciendo que el futuro sólo puede pasar por el machacamiento de los pensionistas (se armó mucho lío con eso al principio, pero ahora ya empiezo a leer voces supuestamente sensatas que lo consideran muy conveniente), porque por ahí sólo pasa su futuro, el del Fondo Monetario, el del mantenimiento de una situación y unos privilegios. ¿Pero no dicen que son tan listos? Pues no entiendo entonces cómo caen en la necia simplificación de pretender que algo tan complejo como el mundo sólo tenga una solución: la que ellos propugnan. Fórmula mágica, por cierto, que ha conseguido que en los últimos 30 años la distancia entre los países más ricos y los más pobres se haya duplicado.

Hay otras perspectivas desde las que analizar la realidad, en fin, y otras maneras de organizar el mundo. En Dinamarca, por ejemplo, acaban de sacar una ley por la cual los trabajadores pueden pedir un permiso de hasta un año; durante ese tiempo reciben el 80% del paro y su puesto es ocupado por un desempleado. Y así todos felices: el parado trabaja, el empleado disfruta de un año sabático y el Estado se ahorra el 20% del subsidio. Sólo hay que tener imaginación, y el valor de repensarse de nuevo la realidad, sin las muletas de los dogmas tradicionales de izquierdas y de derechas. Sólo hay que atreverse a ver que el Rey está desnudo.

Archivado En