Tribuna:

El custodio de la metamorfosis

Sus cabellos blancos, alzándose como una llamarada de hielo cuando, para saludar a Nicole, se quitó el gorro de astracán en el hall del Grand Hotel de Estocolmo.Su baja estatura, sorprendente para quien no lo conocía, una dimensión reducida que parecía actuar como el émbolo que comprime el vapor y por ende aumenta la presión -una presión mental, un modo de expresar la máxima voluntad de estar despierto, el máximo de atención. Su vigor, cuando asiendo el borde de su escritorio y clavándome la mirada me dijo: "Esto no es una entrevista, mister Muchnik- y la mesa temblaba sin movers...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Sus cabellos blancos, alzándose como una llamarada de hielo cuando, para saludar a Nicole, se quitó el gorro de astracán en el hall del Grand Hotel de Estocolmo.Su baja estatura, sorprendente para quien no lo conocía, una dimensión reducida que parecía actuar como el émbolo que comprime el vapor y por ende aumenta la presión -una presión mental, un modo de expresar la máxima voluntad de estar despierto, el máximo de atención. Su vigor, cuando asiendo el borde de su escritorio y clavándome la mirada me dijo: "Esto no es una entrevista, mister Muchnik- y la mesa temblaba sin moverse, el sacudón casi imperceptible de un músculo en tensión.

Su sonrisa orgullosa, rara, apenas desafiante (como si fuera un "Yo premio Nobel, ¿y usted?", pero no era eso, sino pura ironía, pura carcajada de sí mismo), una sonrisa que no necesitaba justificación: para sonreir su generación nunca la necesitó, ni Musil, ni Kafka, ni Kraus la necesitaron.

Más información

Su pulcritud vestimentaria, y el orden de los lápices sobre su escritorio desnudo, afirmaciones rotundas contra el caos de los tiempos. Su voz de tenor, que sabía modular como un actor. Con esa voz fue apagando el crepúsculo, en su casa, mientras tomábamos té y nos adentrábamos en nuestras historias personales, terreno resbaladizo en el que su puño parecía el único punto de apoyo contra las caídas.

Su humor, a costa de premios y de reyes (no tanto de reinas), el humor que adereza el escepticismo, un escepticismo del que él, su gente y su obra eran los primeros objetos.

Su capacidad de indignación.Su intransigencia -no daba entrevistas- para proteger su trabajo, sacrosanto, ningún tipo de vida mundana, ningún tipo de figuración, una obra que debía completar, eso era todo.

Éstos, como yo los conocí, son algunos de los rasgos del último custodio de la metamorfosis. ¿Completó su obra? En mi editorial estamos preparando la obra completa de Canetti en versiones definitivas (a cargo de Juan del Solar, según pidió el propio autor). Sé que deberemos agregar dos libros a los ya conocidos: la cuarta entrega de su autobiografía y el ya célebre libro sobre la muerte, una obra misteriosa de la que se habla desde hace muchos años, que al parecer está casi terminada y que Canetti habría querido publicar antes de cumplir, el 25 de julio del año próximo, noventa años. No quería Canetti que esta edición definitiva de su obra se presentase como Obra completa mientras él viviera: el no quería creer en la muerte y mientras le durara su pasión por el trabajo ninguna edición podía ser completa.

Canetti ha muerto. Su obra completa será incompleta. Murió antes de ponerle punto final. Canetti no sabía lo que era un punto final.

es editor de Canetti.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En